Pensar en pueblos indígenas….


… y originarios.

El recuerdo más añejo que tengo de una  primera interacción con alguien perteneciente a los pueblos originarios, sería cuando tendría aproximadamente seis años de edad.

En aquel entonces, alquilábamos un cuarto en una vecindad,  recuerdo que era un edificio de dos niveles, lleno de habitaciones, en cada habitación o cuarto, vivían familias completas. Había en el primer piso: a un costado de la pila; un inodoro y una regadera,  siempre tenías que hacer cola para utilizarlos.

Aquel nuestro –según lo recuerdo- primer hogar capitalino, se encontraba a dos cuadras de la iglesia La Divina Providencia. En aquel entonces mi mama, trabajaba en la cafetería de Paiz Montufar. Se iba a pie y a así mismo regresaba del trabajo. Mi papa, trabajaba de chofer y guardaespaldas  de un viceministro de salud pública. Los mirábamos hasta en la noche, mi hermana-mamá y yo nos quedábamos bajo la tutela de una de mis tías –hermanas de mi mama– que también alquilaba en el lugar.

Siempre, siempre, fui de alma libre, amo el viento y el monte. Las ciudades me sofocan. Hoy aquí viviendo en  mi autoexilio, he aprendido a controlar esa especie de miedo que me atrapa, cuando veo aquellos rascacielos enormes, y el lujo y el glamur y el desperdicio. Estoy aprendiendo a vivir con eso, más es algo que no termino de asimilar, no lo acepto como mío.

Recuerdo que me escapaba –siempre esa manía de escapar de las cosas y de las personas- encarrerada, para  la cuadra de abajo, vivíamos en lo alto, -claro depende dónde te ubiqués-, a una cuadra de la avenida Santa Cecilia –porque vivía a media cuadra de la bomba de agua de la zona 8, allí andá, y te regalan el suero de la lechería, y hacéte un tu atol de poleada… já, lujo es-  y yendo, o buscando para La Aurora, ya era pura bajada, ai de ibas caminando sobre los rieles de la línea del tren hasta llegar a tocar el agua que está bajo los pies de Tecún Umán.

Pues salía encarrerada, hacia abajo, apenas me daban las canillas, no sé cuántas veces tropecé y me despeltré las tabas; hasta llegar  a una de las cuadras en donde había una venta de carbón,  entraba como Ilka por mi casa, ellas eran indígenas, muchas mujeres en esa familia recuerdo, todas vestían cortes y güipil, y me recibían con los brazos abiertos, allí me pasaba las horas, saltando entre red y red de carbón, ayudando a despacharlo y sintiendo los abrazos de aquel mujeral.

Para cuando mi tía y mi hermana-mamá, acordaban, yo estaba desaparecida, hasta que preguntando, la gente les decía en dónde estaba yo. Regresaba a la casa, -dice mi mamá- recién salida de un campo de batalla, encarbonada por todos lados.

Pero era mi fascinación, escucharlas hablar aquellos idiomas desconocidos para mí. Y hasta el día de hoy me pasa, cuando conozco personas de otros países, les digo que me hablen en sus idiomas, porque despierta en mí una especie de encanto.

Luego viene otro recuerdo, también de ese mismo lugar. Mi mama cuenta que antes de llegar a esa vecindad, vivimos –mi papa mi mama y  mi hermana-mamá- en unas chozas que están pegado a la línea del tren que está junto al mercado La Terminal –de allí tal vez nació mi fascinación por ese mercado- mi papa trabajaba en Alarmas de Guatemala. Y mi mama nos cuidaba. Dice que habían días en que tortilla con sal comíamos los tres tiempos, otros en que no teníamos para comer, ´toces… -ajá, siempre hay un entonces…- una vecina indígena de occidente, le regalaba comida y le prestaba para pagar la renta. Su esposo  también del mismo pueblo, tenía un puesto en La Terminal, vendían cortes y güipiles.

La pareja procreó y  pidieron a mis papás para que fueron los padrinos de bautizo de las crías; y nació entre esos cuatro una amistad profunda. Recuerdo que siguieron teniendo crías y mis papás fueron los padrinos,  con el tiempo nos mudamos a Ciudad Peronia, y las visitas de ida y vuelta nunca faltaron. Ellos con su traje típico, hablando su idioma  y cocinando la comida de su pueblo, y nosotros una familia  “ladina” –que nunca me creo ser-.
En Peronia, mis amistades eran revueltas, en aquella marita había de todo, y recuerdo que las mamás de los patojos “ladinos” siempre nos decían: “cuidadito y se juntan con fulanito porque les va a pegar los piojos esos indios nunca se bañan”; yo me sentía tan ofendida, tan herida, que hacé de cuenta que era contra mí la cosa. Y para más joder me juntaba con los patojos que apenas hablaban el castellano y vestían la ropa de sus pueblos originarios.

Después mi mama, cuando íbamos a comprar al Guarda Viejo o a La Terminal, salía con –las ínfulas de jutiapaneca ladina y canche- que trataba a las vendedoras de “vos María”, cosa que me hacía la sangre hervir, no sé cuántas veces discutimos mi mama y yo por el trato tan despectivo que ella les daba, en casi todas me terminó torteando la loza.

En primer lugar las trataba de vos, como si sus hermanas fueran, en segundo a todas les trababa de  María, como si todas de llamaran así. Entonces yo venía, ya encachimbada, -imagináme, una ishta de diez años ya peleando en esos asuntos- y les decía a ellas: “usted dígale que no se llama María y que por favor no la trate de vos, o si ella la trata de vos y la llama María, entonces usted trátela igual”, yo sentía la mirada calcinadora de mi mama y acto seguido el sopapo en la cabeza – y aclaro toda mi familia es así, la mara Oliva y la Corado-.

Asunto aparte es la rebaja que hacen en el mercado, detesto que la gente vaya a comprar y tenga el descaro de decirles a las vendedoras… “si me lo das a tanto si me lo llevo” y le rebajan el precio a más de la mitad, y como la pobre gente tiene necesidad de comer, terminan prácticamente regalando la venta y sacando sólo lo del pasaje.

Cuando yo tenía doce años, una vecina jutiapaneca –de por ai de Pasaco- matrimoniada con alguien de Rabinal, me invitó a ir a pasar un mes a la casa de su suegros, era algo  imposible e irreal para mí, porque ya vendía helados y allí el trabajo era de lunes a domingo, y cuidadito se te ocurría enfermarte, porque con todo y tu enfermedad a tuto te tocaba ir a vender, -aparte de la leñaceada-.

Pero mi mama se apiadó de mí, y me dejó ir a estarme un mes a Rabinal, ´ombre vos, ya te imaginás mi felicidad, por fin salía del mercado de Peronia y de La Terminal. En el bus fue una buitreada de espanto, pero llegamos sanas y salvas… y fue entonces cuando mi amor por los pueblos originarios, se intensificó.

Fue una especie de enamoramiento, caí rendida a los pies de aquel mujeral que madrugaba a cocer el nixtamal, a tortear y preparar el atol blanco para el desayuno de los hombres, mientras estos, hacían las labores del  campo. Vi niñas de mi edad, cortando manías, anonas, pelando semilla de ayote, para venderla en la capital como la pepita que vos conocés y le echás a los mangos tiernos y a la naranajas. No tenés idea, la “desangrada” de yemas que se dan ellas pelando una a una.

Todo es trabajo manual. Y allí estaba yo, la única colocha y de pómulos pronunciados, tan prieta como ellas. Ellas hablando su lengua, que después traducían al castellano para que yo entendiera, allí me enamoré y adopté como mío el Nanoj y Tatoj. Quería llevarme de aquel lugar  algo que me durara toda la vida.

Con ellas entendí, cuando mi mamá hablaba de ir aguar las bestias. Porque mientras los hombres se iban al campo, las patojas iban a “aguar” las bestias, cabalmente, iban al río, con sus mulas, y las vacas y mientras estas bebían agua, aquellas cortaban naranjas y las echaban en morrales. Allí andaba yo. Y fue cuando también me dio un delirio extremo, como una especie de  un segundo amor: por el frijol camagua, y el comino. Allá conocí el pinol, y las jícaras de colores.

Ellas en corte y caites y yo –como toda mi vida- en pantaloneta y tenis. Al principio me vieron raro,  pero después del primer día, olvidáte, agarramos furia. Yo les enseñé a jugar trompo y cincos, ellas me enseñaron a atrapar luciérnagas y a distinguir la constelación de estrellas en las noches.

Ese mes que estuve en Rabinal, es un recuerdo imborrable y un tesoro invaluable que marcó mi infancia y mi vida entera.

En Peronia no sé cuántas veces yo me trompeé con patojos, por defender a mis amigos, cuando estos los llamaban indios piojosos. Aquellos se chiveaban, pero a mí me prendían fuego en la sangre, entonces volvía por ellos. A mí me decían Negra, según ellos que me ofendía, ´ombre, era un deleite, no sabían que me estaban dando en mi mero mosh, de ofensas nada. De allí que las mamás “ladinas” en su enojo dieron por llamarme: “marimacha”.

Mi vida ha estado rodeada de gente de otras etnias y yo encantada las disfruto, amo la diversidad y las diferencias, que al final nos hacen crecer. Yo soy  por el lado de mi mama, Garífuna-Xinca, por el lado de mi papa  a saber… con decirte que sólo conozco a cuatro tíos de los 12 que tengo, con eso te digo todo. Pero me hubiera dado igual, ser de cualquier otra etnia de mi bello terruño. He sido discriminada en tantas maneras a lo largo de mi vida, que comprendo a la perfección, el tip
o de discriminación y racismo por la etnia a la que podás pertenecer.

El otro día, conocí a una Nativa Norteamericana, un amigo me llevó de pata de chucho, a Michigan, visitamos la comunidad Amish, y dentro de las “atracciones” encontré una venta de Atrapa Sueños,  y entonces me encontré con ella, una mujer de aproximadamente  setenta años de edad, blanca, blanca como la leche de vaca recién ordeñada, con su pelo cano  y trenzado.

Comprando incienso, salió la plática de mis pesadillas y mis miedos al dormir, entonces me dijo que lo que yo necesitaba era un atrapa sueños, que lo pusiera en la cabecera de mi cama, entonces la magia  se llevaría los malos espíritus y las pesadillas.

La conversación se fue más allá del Atrapa Sueños, que de hecho ella hizo con sus manos mientras conversaba conmigo, me habló de su infancia en el monte, de su abuela, de su mamá. Y por supuesto de la discriminación que sufren por quienes hoy en día se creen dueños/ñas del país. Me contó de su pobreza, del por qué se trenzan el pelo. En fin… aprendí tanto con ella, que me sentí tan cercana a su Ser: en esa inexplicable, impalpable y a veces insospechada, comunicación de las almas.

Hoy es tiempo de contestar, las muchas preguntas que me han realizado ustedes, del por qué utilizo siempre el vos, cuando escribo y cuando les respondo sus correos y la respuesta es esta: “por honrar a las personas indígenas que han enriquecido mi vida” ellas me trataban de vos y me hacían sentir: grande, amada, parte de su rebaño. A mi corta edad fue mi forma de protesta, mi huelga individual. El vos significa para mí: hermandad, complicidad, lealtad y honestidad. Es por eso que  nunca, me vas a escuchar hablar –escribir- de Tú. El usted lo utilizo de cuando en cuando, y el lo detesto, lo aborrezco. Lo utilizo sólo cuando necesito marcar mi espacio. Más que todo, con la gente burguesa. Aclaro; no con toda, sólo con quienes quieren ponerte el pie encima.

Mi amor y mi lealtad hacia las personas de etnias diferentes que han marcado mi vida, y salú por las que están por llegar a ella, desde ya les doy la bienvenida. Juntas, unidas como etnias que conformamos: un país, un continente, un mundo entero: abogaremos y lucharemos, para erradicar de nuestras vidas el racismo, la opresión y buscaremos una igualdad de oportunidades: porque todas y todos, valemos lo mismo, y por ende, tenemos los mismos derechos y obligaciones.

Yo soy; Garífuna-Xinca-Comapense-Zacapaneca-Peroniense-Guatemalense-Latonoaméricana. Como te diste cuenta, una revoltura: pero ya batidas todas las mesclas soy: ¡Guatemala! ¡Y me pelan los dientes las diferencias! ¿Y a vos?


Nota: No ha sido mi intención darle un enfoque sociológico profundo; con esto quiero decir: en cuestión de terminología, historia y cuestiones del vos y el tú... para eso les recomiendo leer La Patria del Criollo. Yo no soy socióloga, ni arqueóloga… y todas esas profesiones que terminan en …óloga. Por ende no me juzguen ni traten de corregir mis emociones y mis sentimientos, que al fin de al cabo, son los que expongo en este blog.
Ilka Ibonette Oliva Corado.
Agosto 10 de 2011.
Estados Unidos.

2 comentarios

  1. magdalena Lagunas-Vázques

    Ilka tu reflexión es tan profunda como tu solidaridad con todo, más bien eres tu misma expuesta…
    TOD@S somos iguales y lo mismo, nafie más ni menos, y como humanos son más las cosas que compartimos que lo que nos hace diferentes….
    Por supuesto que estamos en el mismo sueño de igualdad y respeto y admiración por las diversidades y las diferencias…
    En mi país hay una discriminación atroz hacia los indígenas… Me gustaría saber que mexicano no tiene sangre indígena?
    .. Todos estamos mezcladitos…
    Es una pena que no lo reconozcan, lo valoren… Y sobre todo que ni sepamos ni queramos aprender en diversidad y diferencias…
    Te abrazo!!!
    Magda

  2. Excelente Ilka, muy bonito escrito, y como siempre encantado de leer de tu vida..un abrazo vos…

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