Cruz de Apio.


Son las cinco de la mañana  y Nicho pedalea en su bicicleta, en el norte de la nación estadounidense, justo en Nueva York. Mayo se viste de primavera,  los cerezos en flor algodonan las ramas de los árboles, los jardines de calles, casas, arriates y parques se visten de tulipanes, residentes y turistas  quieren tener un recuerdo de aquel arcoíris en botón.

Lo separa media hora de camino de la estación del tren más cercana.  Las calles lucen azuladas, por la cantidad de policías que  resguardan por la seguridad triplificada debido al fantasma de alguna probable reacción terrorista. Ha muerto uno de los criminales más buscados de la historia, – más sin embargo hay muchos otros y más importantes que llevan décadas  desangrando el corazón de países humildes y pequeños, afianzados por el poder que les otorga el ser capitalistas e imperialistas- es lo que  comentan los medios de comunicación.

Se detiene en una gasolinera y compra un vaso de café, él mismo lo prepara, le parece tan insípido y sinsaboro que es como si estuviera tomando agua caliente, -agua de calcetín-  no puede detener el suspiro que sale desconsolado, al recordar el café cocido en olla de barro en el polletón de su casa en la tierra de la Pepesca.

Después de cuarenta minutos en tren un vaso de café y varios suspiros llega a su destino, y comienza su rutina diaria de trabajo, entra sin ver la luz del día y sale cuando  ya  ha entrado la noche, trabaja en una de las tantas cocinas que hay en los sótanos de  los rascacielos de Nueva york, doce horas diarias. Allí no hay ley que proteja al trabajador indocumentado ni ningún tipo de prestación laboral.

Entra al edificio y  sube en el ascensor que en este caso desciende, lo conduce al final de los pisos del sótano en donde labora y están las oficinas y bodegas de todo el personal de mantenimiento y cocina del rascacielos, la única luz que alumbra es la eléctrica. Deja su bicicleta en el estacionamiento amarrada con una cadena. Marca su tarjeta que cuenta  a la hora que entró y en que salió del trabajo. Adentro lo espera una cantidad enorme de fruta y verdura por pelar, se coloca el uniforme, el gorro y los guantes y comienza robóticamente su trabajo, en el mismo recinto  hay chinos, europeos, y un puñado de latinoamericanos que son siempre quienes hablan muy poco inglés.

El programa  radial del Piolín Por La Mañana es quien ameniza las primeras horas de trabajo, sus compañeros latinoamericanos en su mayoría son mexicanos, los europeos y chinos optaron por llevar cada quien su iPad y escuchar música en sus respectivos idiomas, sin embargo a Nicho le da igual si escucha música o no, realiza su trabajo robotizado.
Es tres de mayo el Día de la Cruz y el inicio de la feria de Amatitlán, agridulce conmemora seis años de destierro y el cumpleaños número quince de su hija mayor, es padre de cinco criaturas, a la última no la conoció, la dejó formándose en el vientre de su madre, la ha conocido por fotografías que llegan  por correo  tres veces por año.

El oficio de su vida siempre ha sido la albañilería pero en Estados Unidos y específicamente en Nueva York le  fue imposible laborar en su oficio, un conocido lo ubicó en su actual trabajo y lleva desde que emigró, pelando papas y picando chiles dulces.

Termina cada jornada laboral con los pies hinchados y dolor en la espalda baja, con los dedos engarrotados y curtido de ver frutas y verduras.

Es tres de mayo día del Niño Dios, las lanchas realizarán la procesión acuática, el lago se adornará con alfombras de flores, habrá cohetería y se reunirán los amigos  de siempre en la banca blanca frente a  la pupusería de la esquina, brindarán por el trabajo, por la bendición de su oficio y por la alegría del inicio de la feria.

Piensa mientras trabaja, si su esposa andará en las últimas vueltas de la elaboración del vestido de quince años de la Nayita, -su hija mayor-  ha mandado el dinero para la marimba, las tres horas de disco y los tamales, el pastel será regalo de la abuela, el pino lo irán a cortar  al Filón, y quien ocupará su lugar en la iglesia y en el vals será el abuelo.

Todo está planificado para el siguiente sábado, antes de bailar el vals el llamará por teléfono para saludar a su hija, la llamada será escuchada por los invitados ya que el encargado de la discoteca conectará las bocinas, después del saludo y la bendición  a larga distancia dará por iniciada la fiesta.

Pensar en eso le agría el desayuno a Nicho, vaya que la vida es cruel, tener hijos y no verlos crecer, no estar físicamente en los momentos importantes, no ver nacer a su última criatura y escuchar a través de la línea telefónica: quejas, calificaciones, cariños, y la pregunta que nunca falta: “¿papa cuándo va  a venir?”

Tres de mayo, está cumpliendo seis años de haber llegado a tierras de Yankees, balbucea el inglés y se sabe el nombre de frutas y verduras de memoria, conoce la ciudad desde las ventanas del tren y ha caminado alrededor de la estatua de La Libertad, come de cuando en cuando en China Town, y nunca ha asistido a recibir el años nuevos y ver la bola de vidrio descender.

Al contrario sus doce compañeros de apartamento y él, se duermen desde temprano, no hay días festivos ni feriados para descansar, las cocinas de los rascacielos nunca duermen, como la ciudad misma.

Es tres de mayo,  el mes de los aguaceros, de los zompopos y de la flor del chipilín, del reverdecimiento del Filón y del Parque de Las Naciones Unidas, comienzan a agonizar las chicharras en un canto nostálgico, despidiendo el verano, junto a ellas se va abril  con sus jacarandas y el aromático corozo, los mangos de pashte y los matasanos. La milpa comienza a florear, es tiempo de la cosecha del frijol camagua y de las sopas de guías de ayote: de los caldos de quilete y guías de güisquil. De la verdolaga y el bledo.

Es tres de mayo, un día laboral más en Nueva York, es tres de mayo un día de fiesta y júbilo en la tierra de sus añoranzas. Nicho en un ritual  que realiza  siempre en su destierro, hace una cruz con ramas de apio y la coloca en una esquina de la mesa en donde pela y parte las verduras y frutas, en silencio realiza una oración por sus colegas de oficio, por aquellos albañiles  de manos grietadas y piel tostada por el sol, por los arquitectos a quienes los ha hecho la experiencia y no un título de universidad, que manejan con la misma habilidad:  la pala, el metro, realizan columnas y fabrican casas de ensueño, ora  por la abundancia del trabajo, y porque su ausencia no le agríe la fiesta de quince años a su hija, aunque a él le esté haciendo leña el corazón.

Nota: Es tres de mayo y yo saludo a mis amigos albañiles –a los de aquí y a los de allá-  desde la diáspora, Amatitlán también es parte importante de mi vida, de   mis desasosiegos de juventud y de mis nostalgias.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
Mayo 03 de 2011.
Estados Unidos.

3 comentarios

  1. Con el sello caracteristico de la autora; un relato muy vivido que, contrasta los mundos, las realidades, de unos; las grandes luminarias que controlan el mundo y que como perros energumenos se devoran tratando de imponer su verdad sobre los demas, la otra; la de Nicho y, los que como el se esmeran y se sacrifican cada dia por proveer de felicidad a sus congeneres. Es la que aplaudo y con la cual me quedo.

  2. mmmm, sabes que nostalgia da escuchar esta historia, porque me imagiano que la chica quisera que estuviera su papá en su cumple….por eso hay que enseñarlaes a los hijos el valor de las cosas para que no se acostumbren a sólo recibir….

  3. Definitivamente me hiciste suspirar y ponerme en los zapatos de Nicho…Cuantos vivirán lo mismo?, tengo un conocido que el proximo año le cumple 15 años su hija, el día de hoy está preguntandose, me voy o me quedo, creo que está optando por venirse…Feliz día de los Albañiles, y Ojala que el Sacrificio de Nicho, Lo sepan valorar sus familiares…

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