December con olor a diciembre.


“¡Merry Christmas!” me dice una mujer sonriente mientras extiende su mano  para entregarme un dulce de pizarrín, está vestida completamente de rojo, no  soy la única  a la que le da un dulce, le extiende la mano con el mismo saludo –automático- a todo aquel que entra en el lugar: estoy justo en la entrada de la tienda tropezándome con la carreta de metal, -de esas en que comprás porque sos parte del clan y dis que tenés descuentos por pertenecer al club,  muy parecida en el sistema a ClubCo.-

Adentro; la calefacción ayuda a que te olvidés -por lo menos mientras andás de compras- del frío que hay fuera, el invierno está comenzando, las nevadas inician, las temperaturas climáticas comienzan a bajar drásticamente;

 Hoy no hice lista, voy por tres cosas: proteína, vitaminas de ajo, y un bote de shampoo. Pero mientras choteo en los corredores, me acuerdo que no hay; papel higiénico –y no tengo periódico ni olotes en la casa-  tampoco baterías –para el control del televisor-  y que definitivamente las toallas sanitarias. En la sección del shampoo me hice un queso  buscando entre tantas marcas, y cada marca tiene sus líneas; que para cabello reseco; es decir: charral. Para cabello sedoso; cabello pintado, que los risos, que no sé qué y no sé cuánto y al final es la misma vaina, porque el pelo te termina quedando igual.

Vaya que pasa el tiempo, en mis años de adolescencia, si bien te iba te bañabas con jabón de coche o de aceituno –que el hecho en Comapa es fenomenal- y  te sacabas la lotería  con una tu bolsita de shampoo Silken o Vanart de a choca len, me encantaba la que olía a durazno; -si pues-. Así que agarro  al primero que se me pone al brinco –parecen de a litro y medio los botes qué exageración.
En la línea de las toallas sanitarias hay un señor latinoamericano, escogiendo un paquete, seguramente se siente  incómodo, porque está todo mish,  por fin las ubica,  y las coloca en su carreta escondida entre las bolsas de  dulces. Me da un ataque de risa que trato de disimular.

El asunto con las toallas sanitarias es otro dolor de cabeza, allí está aquel gran estante, con sepa la bola, cuántas marcas de toallas, y vuelvo otra vez a pasar revisión: con alitas y sin alitas; pequeñas, medianas, largas y extra largas. Gruesas y delgadas. Recordé que  cuando compraba las Serena –sin alitas- en la abarrotería de la cuadra, con aquella vergüenza me las entregaban, envueltas en papel periódico y encima una bolsa negra, yo allí mismo les devolvía el papel y la bolsa y me las llevaba en la mano; desde ese tiempo ya quería andar educando a los hombres, respecto a tantas tonteras que  tienen en la cabeza respecto a nosotras.  Las toallas son como cualquier otro menester que se necesite en el hogar, igual te comprás un bote  de consomé que unas toallas sanitarias ¿Cuál es el espanto? ¿Cuál es el morbo? De la misma forma en que los hombres compran sus preservativos: sin más pena  que de la de llevar dinero, -y recordar la marca que ella prefiera- igual nosotras compramos nuestras toallas.

En fin que ya con mis tiliches en la carreta, me dio por curiosear, en la sección de comidas, en cada esquina de los corredores, hay alguien ofreciendo lo nuevo en   jamones, pollo, galletas, salsas, y cuanto chunche se les ocurra vender para la temporada: es buena idea ir sin desayuno y pasar en cada esquina  a atipujarte  de lo que allí te ofrecen, igual después no vayás a andar alegando que subiste de peso, porque allí a pura caloría limpia  es la soloqueadera.

Observo las carretas de las personas y van llenas a reventar de adornos navideños, botellas de licor, cajas de cerveza,  platos desechables adornados con pascuas y copos de nieve. Árboles artificiales, y lucecitas con música incluida. Un chiflón del diciembre de antaño me sacude en instantes; los brichos  los hacíamos en la casa  y para comprar dos paquetes de lusitas me cantineaba al patojo de la miscelánea del mercado, -Lucas-  y se las pedía fiadas, con la palabra de abonar un quetzal al finalizar  la venta de helados. Como nunca  hubo dinero para comprar uno artificial,   nuestro arbolito era alguna rama de pino que cortaba al regresar de vender helados en  la base militar de la aldea El Calvario. Con mi machete cuto la cortaba, y la llevaba   a tuto mientras me guindaba la hielera vacía en la espalda. Nunca tuvimos campanitas, -mucho menos de las forradas con tela de pelusa-  en lugar de eso, hacíamos con papel celofán estrellitas y las colgábamos con hilo en las puntas de las ramas. Nunca tuvimos la tradición de hacer nacimiento, pero sí ayudábamos a hacer el de la iglesia de Ciudad Peronia. 

Mi papá hacía las pascuas con papel querepe, y juntos los faroles que acompañaban las posadas. Un día llegó con dos cascos de tortugas que le regalaron en Río Dulce, específicamente para la iglesia. Así que me hizo una baqueta de una rama de guayabo y me colgué el casco en el  pescuezo con un lazo, y allí andaba toc
ando en la posada, el : tan tan tan taran, tan, tan, tan, taran…  mis tres hermanos andaban su farol cada uno. Eran los días en que se llenaban las calles de gente que asistía  a las posadas. Daban tamal y café con pan en las casas, nadie se robaba nada –más que los suspiros por los amores  de ilusión y que son más hormonales que del corazón- vos abrazabas a tus amigos,  los apapachabas, sin que estos quisieran sacar ventaja de la cercanía de los cuerpos. Era el diciembre en que  vos a las seis de la tarde ya estabas  lista: bañada, tu ropa planchada, zapatos lustrados, la veintiúnica mudada que tenías pero pelaba la estaca porque todos estaban en las mismas condiciones, si tenías frío, cualquiera de los patojos amablemente te abrazaba o te prestaba su chumpa mientras caminaban en la posada. Si el patojo te gustaba ya estaba que te quedabas con la chumpa: con la casaca de que “mañana te la devuelvo” con tal de verle otra vez la loza al fulano.

Eran los primeros días de  diciembre en que  los patojos de cada cuadra, nos turnábamos para barrerla, y pintar de blanco –con cal- toda la orilla de la misma ¡y hasta las banquetas! Los pocos postes de luz eléctrica y también quemar los basureros de los barrancos, aplacábamos las polvaredas con palanganadas de agua que jalábamos en cubeta –ahí nada que tu manguera-  al final todos terminábamos empapados y con las manos encaladas, pero felices, porque   nuestras cuadras lucían limpias, ¡para recibir la Navidad!

El mercado para estas fechas ya estaba topado de ventas de aserrín, de todas las figuritas de barro para hacer los nacimientos, el olor del pino bajaba desde las montañas en cada amanecer y nos daba otro colazo en las tardes justo cuando el lila de los celajes se ocultaba tras los cerros. Con forme pasaban los días bajaban de los departamentos, a la capital, aquellos camiones llenos de hojas de pacaya, de cadenas enormes hechas con manzanilla, costales de pino –que el 24 lo barríamos en los choguengues- y los infaltables pinabetes –que nunca compramos por falta de dinero-.

Sigo caminando en los corredores y me dirijo a la sección de frutas, hay cajas y cajas de uvas, verde, morada con y sin semilla.

En el diciembre de antaño, una libra de uvas era el obsequio para los cuatro hijos, nunca tuvimos regalos de navidad, tampoco estreno, nunca lo vimos necesario y tampoco nunca  nos hicieron falta, para nosotros era algo superficial –hasta el día de hoy pienso así-  pero al contrario las uvas, la  libra de uvas era seña de la Navidad.
En una esquina de la estantería de frutas observo las manzanas; hay de cada clase y país, pero las de Washington me  toman por el cuello; era una libra de esas que comprábamos en el puesto  de la María; – una mujer originaria de Totonicapán que hizo en Ciudad Peronia el sueño de su vida: un puesto en un mercado de la capital-  las encargábamos dejando cincuenta len por lo menos un día antes de que llegaran las cajas y ellas las abriera y se les fueran como pan caliente. Si le sobraban nos regalaba media libra; ¡así que ya con libra y media hacíamos fiesta en la casa!

Por estos días bajaban a la capital los camiones topados hasta con copete, de hojas de guineo pa´los tamales. En la Respetable Ciudad Peronia, las íbamos a comprar a la aldea, allí todo el mundo tiene matas de bananos y guineos,  vos misma las cortabas; la técnica requiere estilo, gracia y precisión; amarrar en la punta de una vara un cuchillo –de cortar carne-  ya teniendo la hoja cortada de la mata, venís y sembrás el filo del cuchillo a un costado del corazón de la hoja; que tiene dos lados, y despacio lo resbalás –como todo- a modo que esa ala de la hoja no se parta mientras lográs cortarla, si se parte, ya valiste pura estaca porque no te va a alcanzar para envolver el tamal, y te tocará ponerla en el centro: como primer envoltorio. Cuando ya hayás cortado  los dos lados de la hoja, el corazón lo podés partir en pedacitos para ponerlo en el asiento de la olla, -para que no se peguen y  se humen los tamales- los bejucos para amarrar los tamales los cortás de la  cáscara seca de la cepa de la mata.

Las hojas igual las podés pasar por agua caliente o  en el comal, vos decidís. En el mágico mundo de  los que crecemos en los arrabales la Navidad es sinónimo de tamales y de ponche,  -con y sin piquete- allí no conocemos de piernas horneadas, de gallinas asadas, de pavos horneados y ensaladas lujosas, ni de “champañas”. Con nosotros o son tamales o no es navidad.

El toque en la cuadra  era de ley, -después de la misa claro-  a juntar bocinas de los equipos de sonido de los más aventajados en economía, todo el mundo llevaba un casete de  los “popurrís para grabar “que todo el mes los días miércoles, jueves, viernes y sábados, programaban exclusivamente: “Radio Fiesta y La Tropicalida”, las de “El General”  eran las especialidad del programador, la Sopa de Caracol estaba en su momento, “La Lambada” la ponían  como unas de las del recuerdo, “Los Hermanos Rosario” eran el plato fuerte,  y para bailar pegadito; las  bachatas de “Juan Luis Guerra”  allí estaban los patojos, que  se pintaban solos para decirte al oído mientras bailaban con vos: “ quisiera ser un pez…” era frase aprendida, cantaleta según ellos al escucharla se te iba a encender alguna especie de alarma y saldrías cual bombero, echo pistola a apagar el incendio en pleno 24.

Y para gritar a pecho encarcelado, te ponían la
s de “Los Tigres del Norte”,  una de ellos, y los adultos desbancaban  a los pubertos, ellos acaparaban la cuadra, en gran socadera de caderas, cintura, hombros y rodillas los mirabas bailando, de pechito con pechito… y a sudor compartido. Já, pero no  fueras a ser vos quien compartiera los sudores porque entonces era de: “patojas  birriondas” ¡como si uno en  la tiricia de la pubertad no tenía derecho a compartir sudores, al igual que ellos en la flor de la madurez! Desde que tengo consciencia, he escuchado a los adultos decir: ¡“es que la música de hoy en día no sirve, música la de mis tiempos”! en aquel momento, los creía tan anticuados, pero hoy en día yo digo lo mismo, ¡cada vez que veo a las patojas pubertas hacerse un queso con el famoso perrero bachatero de hoy en día!

Las de  Sergio Dalma y su “bailar pegados es bailar” empezaban a calentar la pista, -que no era más que la  calle llena de pino- para atizonar las almas con las de Franco de Vita y las del aquel cuate  venezolano –que me encanta- que a cada rato ofrecía a “llevarte a la cima del cielo”, -a mí me llevaron a la cima  pero de un cerro que nada que ver va-. Pero cuando aquello estaba a punto de arder en llamas, entibiaban el ambiente con “La Sonora Dinamita”, “Las Chicas del Can”, “Rana El Grupo”, “La Gran Familia” y la inolvidable “FM De Zacapa”, allí tenías que sacar fibra para acaparar al primer dundo que se te pusiera enfrente de lo contrario te tocaba bailar sola y auto cantarte “qué lindo  es mi cuco…”

A las 12 empezaba aquella cuetería: cachiflines, silbadores, estrellitas, morteros, bombas, volcancitos, y entonces sí, el infaltable abrazo, –pero no te tamal- ¡todo mundo de regreso a sus casas! Y allí venías de regreso, regalando abrazos por todo el camino, bien atipujada porque a casa que te acercabas; con las puertas siempre abiertas de par en par, te ofrecían tu “Tamalón Pérez” y tu vaso de ponche, allí si vos de salida, querías que le pusieran piquete. Como todas y todos -o la mayoría- de patojas –os,  a esa edad puberta me tomaba los culitos de los litros de cerveza que se compraban en la casa; a las 12 ya los tonos musicales te  pelaban los dientes, sólo escuchabas un :”tun tu run tun tun, tu run tun tun”.

Paso pagando en caja y salgo a enfrentarme  -y a jugar luchitas- con el frío viento decembrino que abraza el invierno, me pongo los guantes, la bufanda y   camino sobre la nieve -de color gris porque la han ensuciado con tanto carro que pasa- en dirección al carro.

Al otro lado de la calle diviso la venta de árboles navideños, cargo la cámara fotográfica en el sillón de atrás,  es una de  mis pasiones escondidas –la fotografía-  y en invierno disfruto de andar metida en la reserva forestal y captando con el – o la- lente la maravillosa expresión de la naturaleza. Pido permiso para fotografiar  los árboles, el señor muy amable me  invita que pase al vivero, allí hay macetas de pascuas;  al observar aquellos colores rojos y verdes entro  instantáneamente en aquel trance momentáneo pum pum pum… de nuevo sigo caminando en la aldea:  a comprar pascuas, pero no las venden,  los lugareños las regalan; ven como ofensa que les querrás comprar algo que para ellos engalana sus jardines; así que de un filazo, cortan las ramas con todo y flores, y allí voy yo con mis pascuas enormes, que se colocan en un florero de barro, para que alegren la sala de la casa por lo menos durante una semana.

Veo enormes coronas navideñas hechas de pino,  y en un dejo de nostalgia  me acerco emocionada a respirar –según yo- el olor a pino, tan alto había volado que desde la nube más grande me dejan caer sin paracaídas, aquellas coronas me vieron descender por los aires y caer a  culumbrón sobre la realidad: ¡en Estados Unidos el pino no tiene olor! Es entonces cuando me percato que: no es diciembre sino December, que no es Feliz Navidad sino Merry Christmas, que la nieve es real y que no hay tamales, ni trenzas de manzanilla, que no  hay hojas de guineo, ni ametralladoras y volcancitos, tampoco ponche hecho con manzana de Chimaltenango, que  no hay “toques” en las calles, ni abrazos por doquier,  ni puertas abiertas de par en par.

Esa caída  y el golpe del aterrizaje, me devolvieron a Estados Unidos. El ausente olor  a pino me atizó la nostalgia, y un caudal de recuerdos decembrinos por desenpolvar. He decidido que  a December lo quiero vivir sin el recuerdo de las ausencias y con la bendición de lo que tengo hoy en día:   la belleza  y magia de los copos de nieve,  los grados  bajo cero y sus atardeceres de finos brochazos de colores chiltotos. 
Llegará el día en que esos copos de nieve formarán parte de mis añejos recuerdos, entonces muy probablemente acompañada de un tamal, un vaso de ponche y la bullaranga de la Navidad;  con una chispa de nostalgia observaré las amarillentas fotografías,  y viajaré imaginariamente al December  de invierno que viví en algún lugar. Para mientras… me disfruto el encanto, la magia y el paisaje que crea los finos copos de nieve que ni en mis sueños pensé llegar a conocer.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
05 de diciembre de 2010.
Estados Unidos.




 

3 comentarios

  1. Al darle lectura a esta preciosa historia… me remonto de igual forma a mi etapa de nino que hace muchas lunes pase…! mucho en comun mi perla negra…!!! al ir desojando cada palabra, imaginaba esos socones y paradas de mi miembro varonil, bailando con alguna patoja del barrio, en un baile de cualquier casa, pues en muchas casas se armaban esas buenas parrandas…!!! ayyyy mish tiempos… hubiera dicho mi abuelito materno!
    Mi perla negra (lo digo con autoridad, mas carino, aprecio, amor y mucho mas)… por favor no dejes de compartir todo lo que escribas… pues se que en tu disco duro, se guarda mucho bueno para leer…!!!
    Sabes mi negra…?
    I WILL LOVE YOU FOREVER AND EVER…!!!

    Y QUE PISADOS…!!!

    El Negro Carias!

  2. Eso de ir a comprar toallas sanitarias, jamas!!! que verguenza.

    Yo por eso mujer que conozco a embarazarla, y asi no pasamos esas verguenzas.

    Hola Ilka, adivine quuien soy?

    LOL

  3. Calidad de Recuerdos Ilka, hoy en día la navidad o la nochebuena ya no es la misma de aquellos tiempos de cuando uno fue niño, al igual que a ti, tengo esos lindos recuerdos, ahora los disfruto con mis hijos y trato que ellos tengan una navidad como la que tuve en esas epocas…Gracias por compartir tus recuerdos, me hicieron recordar a la vez aquellos diciembres de hace muchos años…Disfruta de los copos de nieve, del frio intenso, que desde Guatemala solo lo podemos disfrutar desde la televisión (Mi pobre angelito 1,2 y 3)…y te cuento que fijo fijo que en mi casa no faltan los tamalitos y el ponche, Un abrazo a la distancia Feliz Navidad Ilka…

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