Vivió: pero contarla es lo que espera poder hacer algún día.



Emigran las semillas sobre las alas del viento, emigran las plantas de un continente a otro… emigran los pájaros y los animales y más que todos, emigra el hombre, en forma colectiva o individual, pero siempre instrumento de aquella Providencia que guía los destinos humanos, hasta en medio de catástrofes, hacia aquella meta última que es la perfección humana en la tierra y la gloria de Dios» J.B Scalabrini.
Se ha detenido en Dominick´s, es el  supermercado que le queda en el camino,  ya va tarde, son casi las siete  y pico de la noche  le tocó trabajar dos horas extras en  el restaurante italiano en el que realiza el oficio de mesera;  a las carreras compra la carne de oveja para hornear,  un bote de aceitunas verdes, dos botellas de vino y el pan con ajo que a él  le encanta.

Un ramo de cartuchos, e incienso de lavanda  para quemar en las vísperas de la velada de su tercer aniversario. Ya está en caja pagando, en efectivo, ella todavía no ha entrado al carril de los que pagan con tarjeta de crédito o débito, y aunque quisiera no puede, porque es indocumentada. Pero, una maceta que colochea con crisantemos (Mumms) de color  lila, le devuelve  la vida a su olfato, los compra; son los últimos días de agosto,  la brisa fresca del lago baña   las tardes en los suburbios judíos, las margaritas (daisies) y los girasoles (Sunflowers) quedaron en el  ocaso del caluroso verano, que poco a poco va dando la  bienvenida a la efervescencia del mes septembrino que ostenta la llegada del otoño y el comienzo de la emigración de las aves.
María José, conocida como Chepa, es una emigrante Guatemalteca oriunda de San Marcos. Alquila una habitación en  el suburbio de Highland Park, al norte de la ciudad de Chicago, es un edificio antiguo, en el que viven en su mayoría emigrantes europeos; polacos, rusos, belgas, bosnios, y  un danés que casualmente (y por azares del destino) es su novio o su Lover como ella lo llama.

Ambos comparten el trance de ser emigrantes. De ser ajenos a esa tierra  y su multiculturalidad, a la variedad de idiomas, los dos deambulan en las grises sombras de las nostalgia, (homesick) ambos comparten  la necesidad de sentirse amados y aceptados en un lugar que no es propio  pero  que al  final de cuentas hoy por hoy es su país de residencia. Ya alumbrará otro sol, el día en que decidan regresar al único paisaje  al que se le puede llamar Patria.

Él: un hombre alto, galante, extrovertido, de unos ojos color cielo desnudo en la primer quincena de julio del verano estadounidense,  él lo tiene todo, tiene todo lo que a ella le llama la atención de los hombres; salvajemente velludo, un cuerpo atlético, porque practica la natación, un manojo de canas que  empieza a poblar  sus cabellos rubios, seguridad en el tono de su voz y la verdad en sus palabras, la confianza y la sabiduría que sólo la edad puede dar. ¡Cuarentón! Y además delira por el color canela de la guatemalteca que la vida le lanzó con un tetuntazo desde San Marcos. ¿Cuánto tiempo tuvo que cortejarla para que ella le diera el sí? ¡dos largos años!

Ella una introvertida, sumisa y mojigata que lo último él se encargó de sacudírselo con una limpia con incienso de los Nativos Americanos. De allí pal real, ella abrió las puertas al amor, al deseo y a la vida.  Él le enseñó a amar en ingles. Pero hay algo que él no ha podido desaparecer el todo, y es la herida que la frontera dejó en su cuerpo y en su alma. Es algo de lo que ella nunca  ha querido hablar. De su salto al cerco. Ambas historias son distintas, él emigró cuando recién cumplía los 22 años, sin mayor trámite voló hacia Estados Unidos en un viaje de vacaciones, llegó a visitar a dos tíos. Decidió quedarse, total ya había terminado la carrera de Pedagogía en la universidad. No tenía nada que perder (según él) y sí mucho que ganar.

Ella lleva ocho años de deambular en  Estados Unidos, vivió tres años en Michigan  con una tía,  pero  en la ciudad de Chicago encontró mejores oportunidades de empleo, y se mudó a vivir sola. En su país de origen  terminó el bachillerato. Emigro recién cumplidos los 18.
El violín y Carlos Gargel, fueron los cupidos que ayudaron a que esa relación fructificara
. Derek, decidió tomarla por asalto en una noche de invierno, en la lavandería del edificio, a eso de las once de la noche, mientras ella doblada la ropa seca, él se le apareció con su violín interpretando Volver, ella no pudo evitar el nudo en la garganta y lo acompañó cantando: Yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno, son las mismas que alumbraron, con sus pálidos reflejos, hondas horas de dolor… y lloró en aquel sótano,  no tuvo que darle el sí, sus labios se lo dieron por ella al juntarlos con los de aquel danés que le llevaba quince años de edad. Desde esa noche su cuerpo se compacta tan bien con el suyo en las noches de pasión que derrocha todo aquel que se atreve a amar.

 Él se atrevió a verla a los ojos y decirle I love you girl, ella; ella en un tembloroso me too Mr. que le salió del fondo de las entrañas, se resignó a ahogarse  en aquellas profundidades que sólo el amor puede mostrar.

La entrega, en la cama eran un caos, así que decidieron gozar del placer, en donde los tomara por asalto: la cocina, en la alfombra, (terminaban con las rodillas peladas) en plena luz del día, con las ventanas de par en par, en la regadera,  de pie atrás de las puertas, abajo de la mesa del comedor, total que a la Chepa de mojigata le quedó nada más el recuerdo. Todo marchaba bien, mientras él no se atreviera a abrazarla por la espalda en los juegos de la seducción. Ella no lo soportaba, le daba ansiedad sentir el corazón de aquel hombre palpitando justo en su espalda. Ella necesita verlo a los ojos, verle la cara para amar como Dios manda. Se ha negado a hablar del tema con él. ¡Y con nadie!
El timbre suena, y aunque ya llevan 3 años  de amores desenfrenados, ella todavía no se decide a darle la llave de su apartamento, por el contrario él le dio la suya desde la  primera serenata que le llevó.

 La carne está lista, el vino servido, ella luce un seductor vestido negro  escotado que le deja la espalda desnuda. Él casual, siempre casual, tan jovial como sólo él. Después de la cena el comparte el postre llevó, es pastel de tres leches  que compró en una panadería guatemalteca. Y de beber, el salado de las lágrimas que bañaron el rostro de la Chepa cuando él le interpretó con su violín: Luna gardenia de plata que en mi serenata te vuelves canción… Ese fue su regalo de tercer aniversario junto a un libro  con las herramientas para un pintor novato,  el juego de pinceles, y un lienzo desnudo para que ella plasmara en este, aquella pasión que llevaba escondida en el pecho, tal vez y así lograba contar lo que no podía con palabras.

La Chepa, tiene su cabeza en otro mundo, en otro espacio, en otra dimensión, sus pensamientos se encuentran muy lejos de donde yace su cuerpo desnudo junto al de aquel hombre que la vida y Dios le regalaron, acaban de  hacer el amor, y todavía hay una nube de vapor en aquella habitación. Ella está enrollada entre sus muslos y recostada en aquel pecho velludo, arrullada como una niña, entre esos brazos se siente protegida, segura, el olor de aquella piel, le despierta los instintos, y sólo quiere eso, que los minutos y las horas desfilen frente a sus  ojos, que no importa nada, porque ella tiene la seguridad de sus abrazos.

Ha hecho el amor mientras su mente viajaba en el tiempo, retrocedió 8 años, la noticia de las ejecuciones a los 72 migrantes le desbarató las emociones y los recuerdos, ella lleva la marca del desierto en cada poro de su piel. Sus ojos aunque lloran no pueden olvidar aquellas imágenes, su cuerpo suda, pero no es por placer, su cuerpo suda porque siente ansiedad, el miedo ha vuelto, lo besa, lo abraza y se deja acariciar, está tratando de domar el potro salvaje que tiene desnudo en su cama, pero no lo puede del todo, sus recuerdos no la dejan concentrarse, su cuerpo tiembla, mientras él le dice al oído I loveeee yaaaa my girl, ella quisiera contestarle que también lo ama, pero no puede hablar, está completamente muda,  ella también temió por su vida, ella también imploró a las alturas por una segunda  oportunidad. Finalmente ambos yacen envueltos en  la bruma que sólo la magia del amor puede crear.

El duerme, la Chepa siente respirar a aquel hombronazo a su costado, no puede dormir, lleva desde que supo de las muertes de no pegar los ojos, desubicada, pensando en lo que  creyó ya había superado, se levanta de la cama y observa su cuerpo desnudo en el espejo, tiene ahora 28 años de edad, ha crecido, ha aprendido, ha llorado, está por fin aprendiendo a amar , pero  le sigue siendo imposible expresar, le teme a la oscuridad, y a  un miedo adaptado, creado, o inventado: desde su travesía le teme a las alturas. Y siente pavor cuando Derek la abraza por la espalda, lo tiene que alejar  inmediatamente y verlo de frente, no soporta sus caricias en el cuello y sentir su miembro excitado cuando trata de sorprenderla en sus muestras de amor.

Busca una bata y sale al balcón, a lo lejos sobre la copa de los árboles se divisa el inmenso lago Michigan,  es la una de la madrugada. Es la hora exacta, nunca  la olvida, se despierta seguido sudando, gritando, pataleando, queriendo escapar de saber cual pesadilla que no logra recordar en la mañana, y así durante muchos años. A nadie se ha atrevido a contar su vivencia en las áridas tierras del desierto de Naco, Sonora. Muy pocas personas saben que es indocumentada, porque habla el inglés con acento italiano, el español aunque  ha tratado de mantener el acento chapín, se le ha ido extravian
do, entre el día a día.

Lleva bebiendo alcohol tres semanas, diario, cada noche se baja tres copas de vino, que para ella es suficiente para emborracharse, su cabeza está hecha un embrollo, los fantasmas del pasado se están apoderando de su presente, está redescubriendo miedos podridos que engavetó inconscientemente, han aparecido todos de un junto, y la quieren atrapar, ¡hoy sí no piensan dejarla escapar!,  ella ha huido durante muchos años, pero ha decidido enfrentarlos y que pase lo que tenga  que pasar.

Emigró para poder brindar educación escolar a sus seis hermanos, hija de padre campesino y madre tortillera sabía  muy bien que sería casi imposible que ellos aguantaran para graduar a los seis. Así es que ella siendo  la mayor se sacrificó. ¿Lo agradecieron los hermanos? ¡Ni pura estaca! Pero  no quedó en ella el que ellos no supieran aprovechar la oportunidad. Ocho años después ha decidido vivir y dejar de sobrevivir, está comenzando a extender las alas y sentir el viento acariciar su piel, sabe que todos los días amanece y mientras la alborada ilumine ella seguirá intentando…

Todos los seres humanos guardan secretos, ella también tiene uno que le quema el alma. El fuego ha revivido desde que supo la noticia de las muertes de los migrantes en Tamaulipas, México. Ha hablado muy poco del tema con sus amistades. Pero se encomienda todas las noches desde que cruzó la frontera por todos aquellos que la han cruzado, por los que la están cruzando y por los que la cruzarán.

Extravía su mirada en los árboles de arce (maple) que serán los primeros en cambiar de color en el otoño. ¿otoño?, sí fue a finales del otoño cuando  pisó por primera vez tierra Estadounidense, y vivió lo mismo  de la película El Norte, por eso lloró tanto cuando la vio años después, es esa sensación de haber salido del pantano, cuando mirás aquellos postes de luz, alumbrar las autopistas que dividen la frontera, enfrente tenés por saltar siente potreros y siente cercos de alambre de púa, allá a lo lejos parpadean las luces de la ciudad vecina, ella divisó las de Naco, Arizona.

¿Si contara su historia alguien le creería? ¿Alguien le creería que Dios le dio una segunda oportunidad? ¿Qué Dios nunca la abandonó? No, tal vez no, nadie le creería. Lleva ocho años tratando de sanar el dolor, pero no ha sido posible, sólo se ha engañado, lo ha tapizado. Pero sigue allí, las heridas siguen supurando, de cuando en cuando finge limpiarlas, cuando es muy evidente el hedor, pero luego vuele a poner la curita para que no le duelan cuando el viento sople.

Se sirve otra copa de vino,  se acerca a la habitación y Derek duerme como un bebé, ella regresa al balcón,  de la nada comienza a escuchar los gritos de terror ¡la migra, ahí viene la migra!, todos corren por doquier,  sin dirección, están en las entrañas del desierto de Sonora, llevan dos días caminando, han logrado pasar territorio mexicano librando muy bien a los policías, porque el coyote pagó una mordida inimaginable de  $10,000.00 por los cincuenta migrantes que lleva. Y allí les entregó el fajo de billetes que sacó de su mochila. Las veinte libras del polvo blanco, es trato aparte que resolverá a su regreso le oye decir. No hay secretos, todos escucharon lo que los policías y el coyote hablaron.

¡La migra! ¡La migra! ¡Corran…! Las lágrimas de la Chepa, se revuelven ahora con el vino tinto. Deciden subir un cerro, que para ella era una gigantesca montaña,  peñas y peñas, y peñas, seis horas para subirlas, agarrándose  con las manos desnudas de los nopales, para evitar caer.  En la oscurana de la madrugada, sólo se logra ver el parpadeo de las luces de las motos y carros de las patrullas fronterizas que andan  en plena caza de migrantes. Los helicópteros y avionetas con su  radiación  infrarrojos que logran detectar el movimiento de humanos, sobrevuelan los cielos, el grupo se detiene cada vez que el coyote lo ordena. Esperan diez minutos y vuelen a caminar. Logran pernotar amurallados, uno encima de otro, revuelto hombres y mujeres,  todos abrazados, acostados sobre la tierra fría que alberga las madrugadas en  el desierto. Nadie ha dormido durante dos días, los galones de agua se están terminando, el hambre y el cansancio comienzan a  hacer escarcha. Los llantos, las oraciones, los cambios de humor,  murmullan en el silencio que antecede al alba.

El  sol ha salido y hay que adentrarse, los arbustos son muy pequeños. En el camino encuentran a Nativos Americanos que andan a caballo, se hacen los desentendidos, como si aquel grupo de cincuenta personas que caminan a plena  luz del día, fueran simple parte del paisaje de árido desierto. La noche cae, y es tiempo de medir el temple, es tiempo de pasar la meta final, saltar los siente cercos de alambrado y llegar a donde están los carros encendidos esperando para que se suban a las carreras.  Las palpitaciones del corazón de aquella muchacha de dieciocho años, borbotean en un sube y abaja de la garganta a la boca. Su cuerpo tiempla, la adrenalina explota en sus venas. Son las doce de la noche con cuarenta minutos, hay más o menos un kilómetro de distancia de donde ellos se encuentran a donde los esperan los carros encendidos, tienen que corren sin voltear, sin sentir si quiera el sonido que hace la piel cuando se rasga al topar con  el alambre de púas, tienen que correr sin detenerse a ayudar a las mujeres embarazadas que llevan fajadas las barrigas de siete meses, a las señoras que se quedan c
lavadas de piernas y brazos en los cercos, sin detenerse a ayudar a  los que ya no les alcanza el aire y quedan como estampa en aquel paisaje.

La Chepa corre, como desquiciada, salta uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siente cercos de alambre de púas, la sangre se escurre entre las piernas, lleva rota la ropa, ha dejado  tirada por orden del coyote, la chumpa, el último litro de agua, y un dulce, corren lo más liviano posible ayudará para llegar a la meta. Llora, quiere gritar pero no puede, no debe, corre, corre, corre, y logra llegar a donde está el carro esperando al grupo de mujeres, se meten cuatro en la cajuela, cinco en el sillón de atrás, acostadas una sobre otra,  tres adelante en el lado del copiloto, una sentada y dos acurrucadas a sus pies, de modo que desde fuera, se ve solamente el conductor y su acompañante. Es un carro Mercedes Benz sedan, de año reciente.
Adentro es imposible respirar, los cuerpos  van cansados, pero la adrenalina no las deja pegar los ojos. El  conductor sólo mueve las boca para decirles ¡pinches viejas, la que se mueva me la quiebro con la metralleta que traigo sobre mis huevos! Allí van todas bocas abajo, para que no reconozcan el trayecto por donde conduce el coyote. Una hora y media después, se escucha el sonido de un portón automático que se abre. Y  el anuncio: ¡Ya pueden bajar y la que intente correr, le desplomo la metralla en la cabeza!

Están en una mansión, con enormes salas alfombradas, cuatro refrigeradores,  sala de juegos de video,  y un altar  a la  Virgen de Guadalupe, en donde hay todo tipo de candelas y objetos dejados en pago, por haberles cumplido el sueño. Cientos de personas sentadas y reculadas sobre la pared, con las miradas perdidas, algunas llorando en silencio, mientras otras intentan dormir,  la Chepa logra ver cinco hombres armados hasta los dientes que caminan de un lugar a otro.  Las recibe un joven agradable, de buenos modales, tremendamente guapo, de aproximadamente 25 años. Él les explica de buena manera las reglas de la casa: no hablar en voz alta, no abrir las cortinas, no tratar de  escapar porque hay órdenes precisas de disparar, las mujeres no deben traspasar los límites (una línea pintada sobre la alfombra) hacia el lugar en donde están los hombres.

Hay comida en cantidad y pueden “comer y tomar lo que gusten”,  dos baños para los  que deben  hacer cola. Hay horario para  bañarse y lavar la ropa. La Chepa siente la mirada del “recibidor” cuando este ha terminado de hablar, él le regala una sonrisa. Ella quisiera contestar pero teme tanto, todo, que se queda confusa. Cree que lo mejor será no provocar ningún tipo de acercamiento con nadie. De un cuarto salen  corriendo cinco niños no mayores de seis años, allí en el grupo de la Chepa llegaron las mamás. Ella se queda asombrada, nadie nunca dijo que tenía un hijo esperándola.
Son las tres de la madrugada y nadie logra dormir. Por la mañana todas se desnudan en el cuarto de la lavandería para lavar la ropa que está rota y llena de espinas. Una a una se baña y se vuelve a colocar la ropa mojada, nadie espera para utilizar la secadora, temen que en cualquier momento la puerta se abra y las violen allí, así como están.

Por la tarde una a una comienza a entrar en la habitación, el joven “recibidor” se acerca a donde está la Chepa acurrucada, repesada sobre la pared,  ve cómo ella observa aquel altar de la Virgen de Guadalupe. Entablan una conversación, ella habla perfectamente como mexicana de Veracruz, lo estuvo practicando durante dos meses en San Marcos,  porque cruzó la frontera como mexicana, para evitar ser abusada sexualmente, secuestrada y hasta posiblemente ser expuesta como trata de blancas por el simple hecho de ser centroamericana. Él es un arquitecto recién graduado de la UNAM,  (eso lo supo la Chepa al siguiente día) su tío es el dueño de la organización que tiene veinte casas al rededor de la frontera con Arizona, tiene más de quinientos trabajadores, entre coyotes, matones,  conductores, los que  reciben los pagos, los que torturan.

Ella lo escucha enmudecida, hay algo en los ojos de aquel hombre que le da seguridad, un camino que la lleva de la mano hasta el  fondo de su alma, observa sus colores, son avellanados, una dentadura  tremendamente blanca, y el olor de su piel de una loción suave. 
─ ¿Qué haces en este lugar si eres arquitecto? Le pregunta la joven guatemalteca.

─ Ya viste, la ambición de querer construir mi casa luego. Le pagué a mi tío para que me cruzara, intenté trabajar cortando naranjas en Florida,  pero es un oficio muy pesado, luego el me habló para que viniera a trabajar aquí, de “cuidador” y eso hago, me paga quince dólares la hora. ¿Y tú qué haces, se te nota que no eres de pueblo, hay algo en tu rostro, en tu manera de hablar… como sofisticado no sé… no sé cómo explicarte?

“Si supiera…” pensó la chapina.

─Mi jefecito es pescador en el puerto,  y yo  me acabo de graduar de secretaria.

A la chapina le llama la atención que lo que debería ser una llamada de teléfono de quince minutos para avisar a sus familiares que ya están en tierras gringas, y de los trámites de pago y distribución hacia los  distintos estados del país, se torne en no menos de sesenta minutos. Una  a una va saliendo, llorando quedito y se vuelven a acurrucar en el pedazo de alfombra.

Después de una docena de mujeres, y cuatro horas llega el turno de la Chepa.  Entra en la habitación, feliz porque hablará con  su tía que está esperando la llamada en el estado de Michigan, le avisa que ya está en Arizona y que “mañana”  la entregarán con el coyote que la llevará hasta allá. Cuelgan, la llamada dura tres minutos. El número se lo memorizó desde Guatemala. Está por salir, el rostro del tipo que se encarga de las llamadas se le hace familiar, es el mismo que las condujo a la noche anterior. Él la llama, para que se regrese y se siente en la orilla de la cama. Ella obedece y va. El tipo  se ha percatado que ella no es mexicana. Le pregunta por el nombre del estado de donde es originaria, ella le dice que de Veracruz. Él no se la cree a la primera. Le pide su identificación. Ella le muestra la licencia de conducir que le hizo un coyote  mexicano (el que la convenció de hacer el trámite con él, porque sería protegida por cualquier emergencia). El tipo que está parado frente a ella, usa un pantalón de lona color azul, y un centro blanco completamente empapado de sudor, de ambos lados de la cintura tiene dos pistolas expuestas “ancladas en el cincho”.

“¡Tú no eres mexicana!” le  grita, mientras rompe la licencia de conducir, le quita el plástico, y le muestra la de él, que también es Veracruzano, la de ella es una fotocopia a colores  con firmas falsificadas, en ese instante la chapina se da cuenta que el coyote mexicano que conoció en San Marcos, la estafó. Sin embargo sigue afirmando que es de aquel lugar. El tipo no deja de gritarle, hasta que ella le grita que sí, “¡Soy guatemalteca y qué putas!”, esa forma de contestar, encendió el fuego que el tipo llevaba juntando en la sangre. La toma por la espalda y la tira sobre la cama, está tratando de desnudarla, pero ella forcejea para que  no lo logre. Se  logra poner de pie y corre hacia la puerta, trata de abrirla, pero está con llave.

El tipo la vuelve a abrazar por la espalda, y le siembra el miembro excitado sobre sus caderas,  está tratando de bajarse el zíper del pantalón y en las mismas le ordena que se baje el de ella. Le pone una de las pistolas sobre la sien derecha y le habla quedito al oído mientras le  lame el cuello “lo podemos solucionar ahora mismo, te acuestas conmigo y me quedo calladito, no tienes que pagar  la multa de $2,000.00”  “ni de loca le contesta la guatemalteca, máteme si quiere pero no me va a coger”. 

Él sigue forcejeando para abusarla por  la espalda, trata de subirle la blusa y besarla,  ella está con el rostro y la nariz topados contra la puerta,  él la trata de acariciar con la punta de la pistola,  la resbala  por las caderas, por la espalda , por el cuello y la sube nuevamente a la sien. Ha logrado bajarse por completo el zíper.  Allí mismo vuelve a llamar a la tía de la guatemalteca y le grita que si no manda dos mil dólares para la siguiente mañana, su sobrina será abusada sexualmente, luego la matarán y la irán a tirar al desierto.

La mente de la Chepa está en blanco, no puede pensar, sólo siente el sudor de aquel hombre mojar su espalda, y su miembro excitado desnudo sobre su pantalón. Se decide, no hay alternativa, es preferible morir a ser abusada por él.

Es entonces  cuando sucede: no sabe de dónde saca la fuerza y lo empuja hacia la cama, y comienza a patear la puerta y a gritar por ayuda, patea la puerta con ambos pies, le pega  con los puños, con la cabeza, nunca deja de gritar, el tipo está perdiendo el control atrás de ella, le avisa que le disparará en la cabeza si no deja de gritar, pero ella no hace caso y sigue gritando con  una fuerza que le llega desde sus entrañas,  está pidiendo a Dios una segunda oportunidad: que  la deje vivir, que luchará con todas sus fuerzas pero si cae, preferirá morir antes de ser abusada.  

En ese preciso instante se escuchan  gritos desde el otro lado de la puerta, y un estruendoroso ruido seguido de la puerta que el joven arquitecto votó de una patada. Se abalanza sobre el tipo de las pistolas y lo golpea con ambos puños, hasta reventarle la nariz.

Entre la molotera,  llegan los otros cuidadores y logran quitárselo de encima. La guatemalteca está templando, empapada en sudor,  lo abraza con tan desesperación que él la levanta  como a una niña y la lleva cargada hasta la sala. No deja de abraza mientras ella llorar en su pecho, él le pide disculpas en nombre de la organización de su tío, pero ella no escucha, tiene la mente en blanco.

La besa en las mejillas,  y ella sigue como una niña amurallada en su pecho. Ese Ser  la salvó de ser forzada sexualmente. Al tipo que intentó abusarla lo “meten» en el cuarto del ba
ño mientras se logra localizar al dueño de la organización y se aclare todo. Media hora después, la chapina está confesando vía telefónica sobre aquella misma cama,  al dueño de la aquella casa,  en el suelo observa un puñado de condones usados, todavía con el líquido cremoso saliendo de ellos. Él la escucha desde su hacienda en Jalisco, ella cuenta la versión de los hechos, el tipo  que intentó abusarla, niega todo, la acusa a ella de provocarlo y que después se arrepintió de acostarse con él.

 La solución es quitarle el suelo de cinco meses  y cambiarlo de casa,   ella tendrá que pagar los dos mil dólares de multa por ser centroamericana. La irán a entregar al siguiente día a un centro comercial en donde la recogerá otro coyote que lleva los dos mil dólares que le envió la tía enloquecida, (que logró juntar al implorarle a sus jefas “americanas”) vía MoneyGram.

Esa noche, la guatemalteca se entera que las mujeres que habían entrado antes que ella habían sido abusadas sexualmente por “el tipo de la pistola” seguramente los preservativos que vio en el suelo, él los utilizó con ellas.

Para despedirse les cocinó bistec, arroz y  limonada.  El arquitecto la ayudó a partir las cebollas y los tomates,  hizo que ella lo acompañara a  la única habitación que estaba con llave, allí llevaron comida a veinticinco nicaragüenses que estaban secuestrados desde hacía tres meses, porque ninguno tuvo el dinero para pagar la multa de tres mil dólares, (aparte de los cinco mil dólares  del pago normal) y los tenían allí; comiendo una vez al día, mientras sus familiares  lograban juntar el dinero para rescatarlos.

Nunca se le borraría de la memoria, los rostros de aquellos hombres, sus cuerpos «esqueletudos», la ansiedad en sus miradas. A la siguiente mañana, se despidió de todos con abrazos, y al arquitecto lo persignó y le dio un beso en la frente. Le agradeció con el alma y le afirmó, pediría a Dios cada noche por su bienestar. Y así lo ha hecho siempre.

El carro en que la transportaron hacia el centro comercial era una camioneta de  doble tracción, al conductor y a la mujer  los  había visto una sola vez en la casa. Mientras  se transportaban le dieron indicaciones estrictas de no moverse de su asiento hasta que ellos tuvieran el dinero en la mano, luego ella  bajaría sin voltear a ver nunca más atrás, se subiría al siguiente y todo estaría en paz, de lo contrario al menor intento de escape, allí mismo la matarían.

Así fue, llegaron al estacionamiento, se hizo la entrega normal de dinero, ella bajo de aquella camioneta y se subió al carro del otro coyote. Él pertenecía a una organización distinta. Otra historia comenzaría. Pero es ya de mañana, y a la Chepa por fin le ha bajado el sueño, se quita la bata y encoge su cuerpo desnudo junto a la piel de aquel hombronazo que duerme en su cama. “Le murmura al oído que tal vez, algún día se lo contará todo”. Pero él no la escucha porque va comenzando la cuesta de su quinto sueño.  La Chepa no sabe cuánto durará aquel idilio, pero lo vivirá a plenitud.  Cierra  los ojos y  cae en los brazos de Morfeo  que no la dejará  despertar hasta la hora de la oración.
Nota: A las y los que emigraron, a las y los  que están emigrando y a  las y los que emigrarán. A las y los que llevan la marca de la Frontera Sur en su piel. Y a la memoria  de las y los que en el intento perdieron la batalla.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
28 de agosto de 2010.
Estados Unidos.

2 comentarios

  1. Ilka, Gracias Mil a Dios, y toda mi adoración será volcada siempre a Él, por Su inmensurable amor, por Su bondad y Su misericordia, por tanto que me ha dado, absolutamente todo, pero destaca mi eterna Gratitud por haberme dado el privilegio de ser madre y Ser tu amiga. Gracias a Dios por TU VIDA………Un fuerte abrazo, te quiero más que ayer y menos que mañana…….

  2. Gracias Ilka por tu escrito, me dió mucha tristeza, pero a la vez me hizó reflexionar sobre todos los paisanos que llevan su propia cruz, Que Dios siempre les brinde una segunda oportunidad, Saludos y un abrazo para tí!!

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