Alborada de recuerdos en el día de la Asunción.






Este es el primer precepto de la amistad: pedir a los amigos sólo lo honesto, y sólo lo honesto hacer por ellos. -Cicerón.



Una sirena del camión de bomberos seguida por las de las patrullas me despierta y me levanto alterada,  pensando que es la alarma del reloj despertador, pero a los pocos segundos me percato que apenas es medio día y  que he estado tratando de echarme un mi guaje, que es 14 y faltan muchas horas para que llegue el 15 de agosto día de la Virgen de la Asunción.

 Mi hermana ha comprado gladiolos y girasoles le hacen falta las dalias para que August realmente sepa a agosto, pero el día de la Virgen de la Asunción sin gladiolos ¡sería un sacrilegio! El sueño se me espantó con el sonido de las patrullas, estoy   matando el tiempo dando vueltas en la cama, de repente  lo recuerdo estamos a pocas horas para gritar: ¡es la hora de la alborada!, y digo en carrera  a plantarme de sopetón a las puertas del colegio Ave María de la Asunción, nuestro colegio en formación… ¿cómo decía el himno? Sí, algo así.  Clavo la mirada en el techo de planchas de cemento pintadas con un color hueso. Y viajo en el tiempo…

Los gallos han cantado más de cinco veces, ya han de pasar de las tres de la mañana, abro los ojos y veo el techo de lámina  sudando por el frío del sereno, de cuando en cuando las gotas de agua fría caen sobre la sábana floreada con la que  nos tapamos  mi hermana y yo. El olor a cal impregna el aire que circula en la habitación, apenas lleva una semana de recién repellada, lo hice en un fin de semana, compré la cal, cerní la arena blanca y con cuchara y plancha en mano repellé el cuarto desnudo al que nos sentenciaron a dormir; así ya lucen mejor los almanaques y los pósters de futbolistas y cantantes que salen en Prensa Libre todos los miércoles. Me levanto con cuidado para que no rechinen las patas de la  cama pero es imposible el metal oxidado llora en una huelga de hambre suplicando aceite.

¡Tener habitación propia fue un lujo! Pues no tan propia siempre compartida, pero  a dormir cuatro en una misma cama, junto a la cocina y escuchar  los sonidos propios de una noche de pasión entre esposos, que se extraviaban de la única división entre la habitación de mis papás  y la nuestra: un cancel de tela color rojo, que daba la impresión de ser un cuarto de bar de poca monta.

¡Tener habitación propia! Después de muchos años de súplicas mis padres aceptaron construir una habitación para  las dos hijas mayores, (17 y 15) la construyeron hasta la cola del diablo en el patio, por no querer pagar albañil le dijeron a un tío político, al que  en pago le daban su trago de Quetzalteca para el almuerzo y un su plato de frijoles  recién cocidos con arroz; al que le dejábamos caer encima cebolla y culantro picado. La ayudanta era yo, así que cuando quedó terminada me encargué del repello. En una esquina firmé: Arquitecta; Chiligua Oliva. En honor a ese tío que me había clavado el apodo.

Con la habitación como toda herencia se sentían que habían pagado la deuda, nunca se percataron de ponerle puerta, entonces nosotras compramos en el mercado un pedazo de tela de manta floreada y se la colgamos desde el umbral.  Bien  se pudieron haber entrado los ladrones, llevarse gallinas y cabras y abusar sexualmente de nosotras que ellos ni por enterados.
Un gavetero de pino que compraron (12 años atrás)  a un costado del Cementerio General  y una cama oxidada era toda la mueblería que acampaba en aquella nuestra habitación. “El gavetero choco” le decíamos de cariño,   perdió la mitad en una de  las tantas peleas en las que se zambullían mis padres después de emborracharse, le volaron el pedazo de vidrio con una taza sopera que le aventó mi mamá a mi  papá; según ella con el pulso de darle en la shola pero mi papá se agachó y pum la recibió el ropero. Como ya estaba más que flojo, nos tocaba ponerle una cuña para que no se fuera de lado con todo y botes de talcos, cremas, peines (saca piojos) y guacales con linaza (que utilizamos hasta el sol de hoy en lugar de esprai).  La cama ya era mayor edad, 21 años. Como para que no rechinara, ¿verdad?

Me levanto y zampo la carrera  a bañarme  a palanganazo limpio a la orilla del tanque de agua,  le tengo pavor a la oscuridad, no dan todavía las cuatro de la mañana, no hay luz eléctrica en el patio, así que más  agua que jabón,  con eso que después me voy encontrando a la luz del sol, los bojotes de jabón de coche  pegados en  la murushera. Abro con los dientes la clásica bolsita de shampoo Vanart,  las compro todos los domingos en el mercado a choca  cada una. Me encanta la que huele a aceituno.

Terminándome de congelar estoy en el último palanganazo de agua, cuando escucho el primer clarinazo, ¡son las cuatro de la mañana! Quedamos  que los de la banda de guerra del colegio, justo a las cuatro de la mañana comenzarían a sopletear el clarín cada quince minutos  para recordar a la comunidad de la alborada  frente al colegio que lleva el mismo nombre de la Virgen de la Asunción. Me alisto a las carreras; pantalón de lona, playera blanca, tenis y chumpa de lona,  me mojo el pelo con linaza y en un santiamén, abro la puerta del patio que sólo tranca mi mamá con un chuzo y una piedrononona de río. Estoy a punto de salir para ir a juntarme con los del grupo que me esperan al final de la cuadra, pero escucho la voz de mi mamá que sale desde su habitación; “¿y vos a dónde vas?” Pero es que mama hoy es la alborada, “¿qué alborada vos?” Mama la del colegio… “ajá tenés que ir a vender helados”, sí mama pero eso es a las 9 y ahorita son las cuatro de la mañana. “¡Pues no vas!”,  a laa mama no seás ingrata,  es el último año en el colegio, todos quedamos de reunirnos, vamos a cantarle las mañanitas a la virgen. “Chambona no vas dije” Pero si me habías dado permiso desde la semana pasada, te prometo que estoy aquí a las 7 de la mañana, y cuando venga limpio el chiquero, el gallinero y dejo todo limpio antes de irme a vender los helados al mercado; “bueno entonces hasta cuando vengan a traerte te vas”. Ella sigue acostada en su cama y yo estoy en la sala, haciendo zanja de un lugar a otro craneando cómo le haré para irme,  con nadie quedé que me llegara a traer, porque ya era un hecho que me dejarían ir así nada más.

Escucho el tercer clarinazo quedan solamente 15 minutos para que comience la serenata, decido jugármelas sé que si mi mama me agarra en la mentira allí mismo me despeltra a puros chicotazos, entonces toco la puerta imitando a alguien que llega a buscarme. Y grito “ahorita voy”, vuelvo a tocar, abro la ventanita de la puerta y digo “¡ qué bueno que vinieron sólo le aviso a mi mamá y nos vamos!”, voy al cuarto le digo a mi mama que ya me llegaron a traer y le quito llave  a la puerta a las carreras, ya siento que la mujerona se levanta de la cama y me agarra de las greñas, logro abrirla por fin y zampo la carrera en una mera zancada de cincuenta metros vallas, lo de las vallas es por tanto tetunte que me encuentro en la calle y me toca saltarlos, no volteo hacia atrás, porque o se me aparece la Llorona o mi mamá en camisón corriendo atrás de mí para chicotearme.

Logro llegar sin respiración a donde el resto del grupo me estaba esperando. Es el segundo aniversario del colegio  que a puro decho lleva el nombre de la virgen. Al dueño lo conocimos muchos años atrás,  por ai del año 88, cuando llegó la educación a  Ciudad Peronia, en el mi
smo año, se abrieron dos colegio El Rafael Álvarez Ovalle, en donde estudié cuarto primaria y me
eché el grado  y el Galilea en donde repetí cuarto y terminé la primaria. Él llegó como maestro a la escuela.

En ese año pensamos que por fin, hoy sí, nos íbamos a parar, a levantar la cabeza y a salir del atolladero económico en el que estábamos metidos, ya que mi  papá tenía el vicio de los gallos, pues a mi mama se le ocurrió hacer un palenque en el patio de la casa, cabe mencionar que el terreno de la que era nuestra casa es hasta el sol de hoy, el lote más grande de Ciudad Peronia, en las mediciones que hizo el BANVI nos dieron dos lotes juntos por pura confusión y aparte una cuchilla extra. En una semana con piochas y palas en mano, hicimos un enorme agujero en el centro del patio, lo cercamos con malla, alrededor pusimos bancas de tabla y las peleas se hacían los sábados.

Mi mama y mis tías eran las encargadas de vender las pupusas, cervezas, ceviche y carnitas, mi hermana y las primas de servir, y yo de cobrar la entrada (un quetzal por  piocha) llegaban los amigos ricos de mi papá a competir entre ellos,  a mí se me salían los ojos de ver marmaja tras marmaja de puros billetes de a cien,  y los pasaban de mano en mano, como si una cajita de chicles CORVIS fuera.

Él llegaba a observar, con sus botas, camisas a cuadros, sombrero y pantalón de lona, chiquimulteco de pura cepa. Hablaba de haber estado en USA un año pero que ese no era  país para personas sino para animales, se regresó a practicar la docencia y habló de un colegio al que llamaría Ave María de la Asunción, (católico rematado) cinco años después su sueño se había hecho realidad.

El Palenque nos duró lo  del canto de las chicharras antes de que caigan los primeros aguaceros de mayo, el chulo de mi  papá, en una pelea de gallos, a escondidas de mi mama sacó el dinero ahorrado de las ventas y entradas, de 3 meses y los apostó en una pelea, sin avisar a nadie y justo los perdió. Allí se fue el sueño de salir avante, de levantar la cabeza, esa misma noche mi mamá arrancó  las bancas de tabla, desbarató la malla y le tiró en las patas a mi papá las galleras con sus gallos finos, del  aquel palenque la siguiente semana no quedaba ni el recuerdo.

Es el último año de los  básicos, nos quedan escasos dos meses para  convivir, quedamos de ir a darle serenata a la virgen sin importar religiones, porque en sí no íbamos por la serenata sino por compartir el mayor tiempo  posible juntos.

Un ciclo se cerraba en nuestras vidas e iniciaba otro completamente incierto que a todos nos conduciría por caminos distintos. Ese último año, el amor llego a los pupitres del salón de clases, llegaron alumnos nuevos que al chilazo albergamos, a los hombres les hicimos estrellita y pasadita con camorra y patadas incluidas, y a la única mujer nueva los patojos hubieran querido hacerle levanta valija pero el uniforme no daba por dónde, así que dieron bienvenida con abrazo (pero no de tamal)  y nada más, pero aquella que había llegado de la zona 7 no sé qué,  estaba más avispada que nosotras y en un mes ya se había trincado al salón completo y a medio colegio.

 Con las mujeres hablaba de un tal punto G (que hasta al sol de hoy que le hemos dado triple vuelta al abecedario completo no sabemos en dónde está y si realmente existe) que no nos podía enseñar, porque no era como  una cicatriz en el brazo o en un lugar, no, era algo mucho más grande y palpable que estaba escondido en las profundidades del cuerpo.


Hablaba de orgasmos múltiples y de auto explorar tu cuerpo, con sus pláticas nos tenía a todas a la hora del recreo sentaditas con la boca abierta y más pasmadas que saber qué; de allí que nace la idea de irnos un día a ver a su casa una película en Cine Max, en donde se verían hombres desnudos y mujeres en pampa hacer cosas inimaginables,  (así nos vendió la idea ella) pero se fue la luz y  nos quedamos silbando en la loma, con los poporopos y el fresco de Toky servido,  nunca se quedó de acuerdo para ir otra vez a su casa. A  mí nunca me llamó la atención ver pitos ajenos, yo tenía los míos que eran 16, con los que había crecido, con ellos nos íbamos a barranquear y si nos daban ganas de orinar allí mismo todos en fila a ver quién lograba lanzar más lejos el chorro, con aquellos aprendí a orinar de pie y sin mojarme el calzón de repollito.

Pues “la Nueva” llegó a alborotar el gallinero, y las que se  hicieron del rogar en primero   y segundo básico en tercero soltaron las riendas y dejaron hacer a las hormonas lo que se les dio la gana con el temor de que “la Nueva” barriera hasta con el amor eterno que les profesaban sus pretendientes.

De los dos nuevos llegó uno mariguano, aquel andaba con su cigarrito escondido en la bolsa del pantalón, a la hora del recreo ofrecía para el que quisiera comprar, era el miembro más joven de la mara de (roba carros) Los Caballos, pero nadie le hizo caso al rollo de la mota y mejor rolaban aguas en bolsa con su piquete incluido, que bebían con pajilla, era otro paisaje.  Cabe mencionar que aquellos el guaro no lo compraban, porque con nosotros estudiaba la hija del dueño de la cantina Las Galaxias, aquellos a cambio del licor le pasaban los chivos de Conta.

Aquel se hizo novio de la más sumisa de las del salón y le sacó fibra; emigró al nomás terminar el ciclo escolar, se fue con su mariguana, su sonrisa, sus chistes y su don de  gentes, hacia los Yunaites, nunca más supimos de “Bin” a la tráida le dejó de legado su corbata del uniforme y su chumpa negra de puro cuero.
El otro de los nuevos, resultó ser el más carita de los patojos, blanco, ojos verdes y un pelo castaño que cuando lo tocabas parecía baba, su corte hongo de moda y una sonrisa que te erizaba la piel, su verbo era cosa aparte, se le notaba que no había crecido en las laderas como la  mayoría de nosotros, que hablábamos a boca de jarro puras  babosadas.

Rapidito se hizo novio de una de mis mejores amigas, aquella quedó hasta las manitas  y el pobre más asoleado todavía babeando por ella, aquella era la más guapa y él el más carita,  del salón nosotros ya soñábamos con los sobrinos de ojos verdes  del papá y las cejas pobladas de la mamá, pero  les duró poco el ensueño, aunque ese idilio de amor todavía tiene cenizas, que con  un medio airecito de noviembre y revive las brazas. Es el romance más recordado por maestros y alumnos de aquel año 1,995. El de Erickriólogo y Carineóloga.

Como a finales de marzo llegó otro nuevo de nombre Dorian un petenero, físicamente no muy agraciado pero internamente era un huracán, solito dejó que el grado completo posáramos como mariposas en la palma de su mano, al chilazo se ganó nuestra aceptación, y se trincó a las cuatro amigas inseparables del grupo de Susette. Aquellas aparte de compartir la ropa, el pinta labios y los chivos en los exámenes, también se rolaban los novios, lo compartían todo, ¿y por qué no los novios? Su lema era”si ellos lo hacen porqué nosotras no”, pobre Dorian le dieron baje en menos de una semana. El pobre corazoncito del patojo no daba para amar a cuatro a la vez y siempre lo encontrabas sufriendo porque no sabía por cuál decidirse, cuando vino a acordar  aquellas ya se habían cansado de sus labios y apapachos y  simplemente lo dieron de baja. Allí murió la efervescencia de Dorian en el salón. Después de tercero básico regresó a su Sayaxché querido, hoy en día nada en las aguas del Río La Pasión, se prometió nunca más salir de aquel hermoso paraíso para irse a una capital  poblada de sopletes.

En los salones nunca faltan los intelectuales, nosotros teníamos una: Marta, que la mirabas a la hora del recreo  bebiéndose las novelas de Vargas Vila, de un tal Franz Kafka y un Shakespeare, aunque se hacía un queso tratando de explicarnos lo de la trama del libro nosotros por más que quisiéramos la shola no nos daba y la dejábamos ahogarse solita en ese río en el que se sumergía todas las tardes. Las pocas veces que lograban sacarla de esas profundidades te decía que soñaba con ser actriz de teatro. Y te dramatizaba las escenas de los libros al chilazo, como si las supiera de memoria; siempre  fue la más elegante, encima del corbatín habitual del uniforme se colgaba una pañoleta que contrastaba con sus rizos castaños y sus ojos verdes  color de  hoja tierna de palo de café.

 Nació en el lugar equivocado: en la aldea.  Pero ella era una mujer de ciudad, de alcurnia, de glamur. Caminaba con un garbo espectacular que destilaba sensualidad, su perfume (que ella misma hacía con alcohol y  pétalos de rosa de Rocío, que después le copiamos todas)  lo dejaba impregnado por donde pasaba. Su abuelo era el dueño de los terrenos en donde se construyó la colonia, de toda la aldea y hasta colindar con San Lucas Sacatepéquez y la colonia El Satélite, lo perdió todo en una sola noche, en una apuesta de naipe. Lo único que quedó fue el terreno  en donde vivían y abundaban los palos de jocotes, las moscas, las niguas y la leche de vaca.

A su casa nos íbamos a comer jocotes, nos plantábamos a hacer días de capiusa, aquella nos observaba fascinada cómo nos guindábamos de las ramas  y nos atipujábamos los jocotes. Hoy en día es actriz de teatro. Hizo realidad su sueño de adolescencia.

Del músico: siempre en los salones hay alguno que toca bien la flauta o la guitarra, “Fosforito”  que aparte de ser el nerdo del salón, te tocaba la cucaracha epa, epa, pero no con la legua, sino que con la flauta, las de Franco De Vita, aquellas morían por un tal Pablito Ruíz, y él las consentía les tocaba a todas su canción favorita, la mías que eran las de merengue de Quinito Méndez  y Los Hermanos Rosario igual las sacaba al centavo. Me bautizaron como La Dueña De Swing que acababa de salir, era lo nuevo del merengue y a disco que íbamos, sólo  pedían la canción de la Negra y ya sabían todos que esa era.  “Fosforito” era el sobresaliente en la clase de Formación Musical en la que el resto languidecíamos llegando a los 60 a fin del bimestre a duras penas. Nunca volví a saber de él.

“Seguetas” que siempre fue pela…erguista, puso a prueba la amistad de las dos más nerdas del salón, Nancy y Wendy, aquellas eran íntimas, pero lo que se dice íntimas, de la mano para todos lados, los trabajos que dejaban ellas preferían hacerlos juntas que en grupo, siempre sacaban noventa en el promedio, todo fuera que llegara la fiebre del amor al salón, para que ambas se fijaran al mismo tiempo en el patojo más haragán del  grupo, aquel dejaba cinco clases en cada unidad, le pelaba la estaca todo lo que tuviera que ver con el colegio, se hizo novio de las dos al mismo tiempo, lo curioso fue que ambas sabían que estaban idiotizadas  por el mismo hombre, es por eso que para no herir a la otra nunca se contaron que eran novias del mismo patojo, aquel se las trincaba por igual, no hacía diferencias,   hasta que un día sin querer una lo encontró con la otra en plena parada de buses a media socadera, la amistad nunca volvió  a ser la misma, hoy en día si se ven no pasan del saludo, “Seguetas”  al mes de  haber salido de tercero básico fue a parar al bote por roba carros y hoy en día no se sabe de dónde sale el dinero con que se alimenta.

< span lang="ES">Pero nunca, nunca falta la caquera, en el salón había una con dos aliadas, a las que les clavamos las “Ush” para todo utilizaban la palabra ush, Marleny que era una barbie   sólo que con pelo negro, fue el amor inalcanzable de los de la promo, aquella tenía bien claro que no quería tener nada que ver con la gente pobretona de la colonia, porque ella quería casarse con un fisiquín, adinerado y de buena familia, que le tuviera sirvienta en casa y carro propio. Sidia y “La Mosco” eran sus aliadas,  resulta que ya entrando en la intimidad del trío no eran tan caqueras, era el plantón que tenían, pero nada que ver, eso lo supe una tarde cuando me dijo uno de ellas, “vamos al baño que te tenemos que decir algo” y fuimos las cuatro, en el baño me enteré que tenía piojos, por más que me pasaba el peine saca piojos nunca me encontré a esos carros de doble tracción en mi cabeza, para el día sábado en una de las casas de las del trío me echaron Folidol, Racumin, mata cucas, y hasta alcohol  con arena, para que mínimo a las perdidas se emborracharan los  ingratos y se agarraran a pedradas,  una hora después lograron desaparecer a los extraterrestres que abundaban en mi colochera.

La más caquera de todas, mientras me secaban el pelo, se le ocurrió que quería saber de qué color teníamos el pezón las demás, y en un santiamén las cuatro nos quedamos con las tetas al aire y comparamos los colores, la forma y hasta el volumen de las   que en aquellos años eran soberbias y zarazas, quince años después no las veo tan altaneras y más bien sazonas a punto de madurar.

Aquellas me bautizaron como “ La Niña de Guatemala” que era el único poema que declamaba, ya ni me avisaban si quería o no, cuando había una competición cultural, una hora antes me avisaban que yo era la que representaría al grado,  cuando anunciaban a la participante con el poema La Niña… yo terminaba declamando  A Los Cuchumantanes.
En ese colegio estudié con media beca,  nunca pude sacar los 80 de promedio que requerían las autoridades, siempre tuvieron piedad de mí, de mis tres horas de sueño en todo el día, de la venta de los helados, de la limpieza en la casa, de los hermanos, de las penas para juntar el dinero mensual, y de la agobiante realidad de tener dos papás que se emborrachaban cada fin de semana.

Para los exámenes me tocaba estudiar con el radio a todo volumen caminando con el cuaderno de  un lugar a otro, no teníamos mesa para estudiar y en la de pino del comedor, estaban mis papás bebiendo y mis hermanitos cenando.

Ese año de 1,995 fue el de las revelaciones en mi vida, estaba  sumergida en el túnel oscuro de la Bulimia, supe en el colegio que era una enfermedad que poco a poco llevaba a la víctima a la muerte sin mayor aspaviento,  y eso mismo quería yo: morir. Comía normal, nunca tuve el problema de ingerir cantidades exageradas de comida,  no porque no quisiera sino porque nunca había comida en la casa, salvo de las tortillas, una barra de margarina y la olla de frijoles, terminaba de comer y luego me iba al patio,  a la esquina más distante a sacarme la comida, lo hice durante casi tres años, hasta una noche que me encontró mi mamá en pleno acto, me agarró de las greñas, me pegó con  el palo de la escoba y me hizo decir la verdad:  no estaba embarazada como ella pensaba. Nunca le supe decir con exactitud el por qué de esa acción mía. En ese tiempo me era imposible expresar mis sentimientos en forma verbal. No le dije nada, sólo le prometí no volverlo a hacer. Y Justo fue la última vez que  me saqué la comida de la boca,  hoy muchos años después, todavía sufro de arritmias cardíacas y taquicardias, y la posibilidad de que en cualquier instante llegue la muerte súbita por un ataque al corazón. Es la consecuencia… Quince años después ha cambiado  mi mentalidad y recién estoy aprendiendo  a Honrar la Vida.

Fue en ese año cuando me revelé ante mi mamá, por sus golpes de todos los días, cuando ella me pegaba tenían que llegar las vecinas a tratar de quitármela de encima porque no había poder humano que la hiciera entrar en razón, cuando mi hermana  mayor no estaba en casa, salían mis hermanos pequeños a llamar a las vecinas o a mis tías que vivían en las cuadras vecinas, tenían que agarrarla tres o cuatro mujeres para que dejara de pegarme. Su razón siempre fue que me tenía que corregir,  nunca hice nada que la pudiera avergonzar, nunca  fume  ni siquiera tabaco, nunca me acosté con nadie, y no por falta de ganas sino por el pavor de salir embarazada y llegar con esa cara a decirle a mi mamá: tenés razón te  fallé.  Sus ojos siempre lanzaban fuego cuando me agredía, algunas veces lograba correr y saltarme el tapial de adobe y horas después subirme al techo de la casa en las noches y entrar a la casa hasta que ya estaba dormida. Pero en las otras, ya no me daba  tiempo de  nada más de cubrirme la cara y dejar que los leñazos, los hebillazos y los  cables con alambres pelados y anudados reventaran mi piel,  se tranquilizaba hasta que veía brotar san
gre de mi cuerpo.

Hasta ese día, en que me cansé, de sus humillaciones, de sus acusaciones, de su falta de amor, del odio que sentía por mí. No hubo un solo día durante 11 años en lo que mi mamá no me agrediera física y verbalmente, siempre dormía con las piernas pintas, supurando  algunos días y cuando lograban secarse las heridas ya iban las otras nuevamente. Ese día a mis quince años, no dejé que entraran las vecinas a socorrerme, mis tías lograron llegar a tiempo, pero tampoco dejé que se  movieran de su lugar, allí estuvo presente mi padre y mi hermana mayor también, mis hermanitos lloraban arrinconados en una esquina.

Me paré y le dije que me pegara, le llevé los cinchos, los cables con los alambres pelados y anudados, los palos de las escobas y me quedé parada, sin moverme, le dije que me diera hasta cansarse porque sería la última vez que me pegaría; porque no sólo me trajo al mundo y me dejó crecer como cabra sin rumbo, sino que tampoco me había criado, ni me pagaba la escuela, ni la comida, todo me lo pagaba yo, y aparte era la segunda madre de sus hijos (la primera es mi hermana mayor) que también parió por la pura Gracia de Dios.

Todos imploraban que no me pegara, que me dejara en paz, esa mañana me pegó hasta que se reventó la hebilla del cincho, se quebraron en tres los palos de escoba y se reventaron los cables, ese día me pegó hasta caer hincada y cansada  y ver la sangre que brotaba de mi piel reventada. Me paré como pude, me bañé y me fui a estudiar, ese día tenía examen. Nunca  más mi madre me volvió a agredir físicamente pero aún tengo las heridas del alma que al final de cuentas son las que más duelen. Ya la perdoné y me perdoné, estoy en un proceso de restauración y aceptación que es difícil, hay días más complicados que otros, porque cuesta asimilar que la mujer que te parió con dolor, la que supuestamente debería de dar la vida por vos si fuera necesario, sea quien más te haya lastimado en la vida.

En esos años me tocaba juntar el dinero para pagar el colegio, comprar los útiles escolares, y el uniforme, mi mamá nos pagaba cinco len por cada helado vendido,  y de ese dinero era que sacábamos para todos esos pagos, pero  nunca lograba ajustar para los trabajos extras, entonces me ideé  pedir fiado un doble litro de agua y rifarlo en el mercado, con los otros negociantes, iba a sus puestos y les vendía a veinticinco len el numerito y  allí mismo una hora después rifaba el doble litro de agua, de ganancia me quedaban como quince quetzales fuera del pago del doble litro, y con eso ya lograba ajustar para los trabajos de Artes Industriales, para el rollo del tablero, los trabajos manuales y todo el chunche.

Para ese año bailábamos la Macarena y las de Vico C con su Bomba para Afincar: Que la guitarra me haga un sonido así, seguido por el bajo, desde el Caribe yo vengo directo aquí, para asegurarte que Milagro tiene bomba para afincar. De nuestro grupo éramos cuatro: una gorda una blanca, una negra y una flaca,  las cuatro fantásticas no decían de apodo, pero  una de ellas emigró para el norte y  quedamos siendo “Las Tres Mosqueteras” de aquellas yo soy la única soltera,  tengo como sopotocientos sobrinos de esa promo y a ninguno conozco, más que en fotografía. 
 
En las aulas nunca faltan los políticos, desde chiquitos inclinan la balanza, en el salón teníamos dos, que aparte de llevárselas de dar el ejemplo en todo (puro tushte)  se las pelaban con la casaca de reuniones de presidentes y vicepresidentes de salón. No participaban con el pueblo (que éramos el resto del salón) en los campeonatos deportivos.

El sacerdote y párroco de la iglesia el padre Mario, un costarricense Pura Vida, era nuestro maestro de inglés y alemán (chis  la droga)  y el puesto de portero no se lo ganaba nadie.
Nunca tuve el pants del uniforme, como era gris con verde mi mamá me llevó a las pacas del mercado del Guarda a comprarme un pants color gris y listo era mi uniforme, a ella no le  importaba que me bajaran puntos, ni que me pusieran en vergüenza frente a todo el salón.
 
En el colegio el Corrido de Chiquimula lo tenías que aprender antes que el Himno Nacional y allí estábamos nosotros cantando: 
En un cuadro de montañas, bajo un inmenso cielo azul, está mi tierra, tierra chula, mi preciosa y gentil Chiquimula… allí los profesores que eran casi todos familia llegaban a trabajar con pantalón de lona, botas, sombrero, camisa a cuadros y la hebillona en el cincho de cuero. Aquellos te hablaban de jaripeos, de la Flor de la Feria, de una Perla de Oriente  y de la Poza del Coco en su Natal San Juan Ermita. 

Me hicieron parte de la familia y viajé durante muchos años a pasar las Semanas Santas a su natal aldea Los Planes, allí me di gusto comiendo  de todo en la vega y aprendí a amar el oriente visto desde  San Juan Ermita.
 
Son las cinco de la mañana y estamos todos reunidos en la puerta del colegio, se inicia con la serenata una semana de actividades de aniversario, ha llegado el mariachi (que no son Los Caporales como lo habían anunciado) cantamos las mañanitas que no son las guatemaltecas. Posamos para las fotos del recuerdo, tomamos atol, comimos tostadas y chuchitos, y bailamos dos horas con la música de la primer disco que hubo  en la colonia, no nos queremos separar, dejar de abrazarnos, de demostrarnos el amor que sentimos,  se ha creado una hermandad inexplicable. Esa semana asistimos a las misas que se hacen diariamente en honor a la virgen y al colegio, se realizan actividades culturales y deportivas,  una disco el viernes por la tarde para cerrar con broche de oro, allí bailan maestros contra alumnos y al ganador se le da una camorra. 
 
Ese año fue el último en que estuvimos juntos, los que eran de Chiquimula regresaron a su hogar, entre ellos mi novio, el de Petén a su selva natal, y así  todos seguimos nuestro camino, de esa promo  de 55 pelones y pelonas; hay maestros, arquitectos, abogados, asaltantes, secretarias, mamás solteras, divorciados y divorciadas, pastores, tramitadores y una Negra mil usos que  según sus compañeros se equivocó de carrera,  y debió de haber seguido  para actriz de comedia. 

Del edificio antiguo que era una casa alquilada, ya no queda ni su sombra, el nuevo colegio lo construyeron en la aldea, con  nuevos brillos y aulas más amplias, cancha de baloncesto y papi fut. De aquel Ave María de la Asunción quedamos nosotros, quince años después los ex alumnos que seguiremos siendo ¡Asuncionistas de hueso colorado!
 
Nota: Con el amor de siempre, a mis hermanas y hermanos de leche de la promo del ´95 y a vos Byron que te nos adelantaste en la jornada, sabemos que le cantarás las mañanitas a la virgen desde un lugar privilegiado. Ilkrióloga.


 
"Las Tres Mosqueteras" nuestra maestra guía Sonia Higueros , Carineóloga, Magalencha y Wendrióloga. 
Con nuestros trofeos recién acabaditos de ganar en 
las actividades de aniversario de agosto del ´95.




Mis  experiencias  las escribo  como yo las viví, si le preguntás a otros miembros de la familia Oliva Corado bajarán cielo mar y tierra antes de contar las intimidades familiares. Por supuesto ninguno estará de acuerdo con lo que aquí he escrito pero es mi  memoria y yo quiero contarla antes de que se me acabe el tiempo de aire  y además que es  mi forma muy particular  de darle Gracias a la Vida… que me ha dado tanto.
 


Ilka Ibonette Oliva Corado.
Vísperas del Día de la Virgen de la Asunción, 2010.
Estados Unidos.

5 comentarios

  1. definitivamente.. tenia que retomar esta lectura, hace dias que no visitaba este especio, y un vez mas que Dios perdone ese ser que te dio la vida.

    TQM

  2. Tu relato es como un espejo en el cual de una u otra manera vemos reflejadas nuestras experiencias pasadas. Shakespeare,Kafka, Vargas Vila y otros grandes de la literatura universal, fueron maestros en el arte de explorar las profundidades y complejidaes de la existencia humana. Los momentos sublimes de esta, lo dramatico,lo tragico y miserable que la mayoria de las veces esta es.Tu relato se enmarca en esa categoria mas simplificado pero igualmente profundo.

    Las «chiliguas» no saben tan mal las he comido en mas de alguna ocasion.

  3. Morenasa consentida, felicitaciones por estas narraciones, la admiro y recuerdo mucho, convivimos tantas experiencias que siempre que leo sus publicaciones es como que estuviera viendola y escuchandola personalmente, adelante mi negra, y exteriorice siempre todo lo que siente y ha vivido. UN ABRAZO DESDE GUATEMALA.

  4. Esta patoaventura da nostlagia y ala vez m deja que pensar que antes era dversión sana…. que todos contaran a sus nietos y que actualmente ya en estas generaciones … no creo que cuenten est tipo de experiencias con tanto afàn. Los jovenes quieren vivir aceleradamente y carecen de motivaciòn. Animo!!!! tnes mucho que contar!!!Q t siga fluyendo!!!

  5. Sin palabras Ilkovsky. Mi corazón está con vos.

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