De: “los toques, chonguengues y nostalgias agostinas”







Están comenzando a  despedirse los días en que el sol se oculta a las nueve de la noche, las tardes de atardeceres rojizos y el bochorno del verano. En su lugar llega un agosto de lluvias torrenciales, de cielos color piedra de río, y de nostalgias añejas.

Son cantarazos de agua, truenos en las madrugadas de brisa fría,  y mañanas emponchadas en neblina; me recuerdan los días de invierno en los ahora lejanos años de adolescencia,  allá si caían sapos y tortugas: sí, caían, junto a la lluvia. De repente vos lanzando barcos de papel en el río que se formaba en el medio de la calle, cuando de la nada veías pasar una tortuga, o sino sapos panza arriba y allí iban pues en el río de agua.

Agosto despierta  en mí las memorias de  mis días de estudiante, de la década de los “noventas”, cuando cursaba los básicos y estaba de moda los PMBB (patada, manada y beso en la boca) esas iniciales las tenías que andar escritas en las manos o en los brazos,  de lo contrario el número de segundos que te tardaras en escribírtelas, ese número de patadas y manadas recibirías y ese mismo número de besos darías en la boca al sapo que te escogieran. Todos los de la sección estábamos en el juego. Por lo regular siempre te buscaban el más feo para besarlo. Sólo cuando tenías cuello es que te dejaban besar a los guapos del salón. O también la “aspirinita”. Consistía en lo mismo  con la variedad que sólo se trataban de besos en la boca, igual  en venganza con el menos agraciado del salón.

Eran los tiempos en que las patojas utilizaban de humectante labial, “las fresitas” que vendían en AVON.

Eran los tiempos en que utilizaba limón y bicarbonato para la chilaca, axila y sobaco en lugar del desodorante (que llegué a conocer muchos años después).

Agosto guarda en sus días el secreto (a voces) de mi primera borrachera y mi primer novio (que conoció toda mi familia). Estaba por finalizar el tercer bimestre de tercero básico. Iríamos a  una excursión  al Complejo Deportivo de Escuintla. Prácticamente le lloré durante una semana a mi mamá para que me dejara ir,  le llevé cartas por parte del director del colegio y nada, ella no cedía, porque ¿cómo era posible perder de ir a vender un día helados?, ¿quién recuperaría ese dinero? Pero finalmente al ver mi desgano aceptó y preparé panes con frijoles y mi pichel de limonada.  Cuando llegué a la puerta del colegio ya se había regado la bola “¡La Ilka tiene novio!” entre la chifladera y griterío de los patojos, busqué al bocón  culpable de haber lanzado esa  bomba: mi novio; pero tenía unos ojitos de “por favor iscúlpas” que me apiadé de él y le zampé un su trinque ¡para que aprendiera a no andar abriendo la trompeta!

La tarde anterior estuve a punto de partirle la quijada de una cachetada-manada que le lancé en pleno salón de clases. ¿Te recordás vos de la moda esa de los espejos en los zapatos que los patojos se ponían para según ellos verle a uno la ropa interior?  Va pues, estaba el profesor revisando los cuadernos de caligrafía, recuerdo que cada vez que pasaba una patoja al frente del salón a presentar su cuaderno a la mesa del profesor, aquellos se atoraban de la risa, pero yo no daba porqué, hasta cuando llegó mi turno: me levanté, caminé dos pasos y los patojos soltaron la carcajada al unísono, entonces  volteé a ver hacia atrás, y el reflejo del sol dio cabal en el espejo que tenía mi compañero en ese momento, justo en la punta del zapato, allí mismo le dejé ir (en seco)  una cachetada tipo patada de yegua herida. Al pobre,  al instante se le inflamó y le quedó  la mejilla tipo  color Toky de fresa. 

El profesor me preguntó: “¿traviesa y ahora qué  pasó? ¿Por qué le pegaste a Abelito?” A lo que yo respondí en calienta; “¡es que me quiso ver la ropa interior con un espejo!”. El profesor se tuvo que sentar porque no podía sostenerse en pie, del atore de risa que le dio, pensé que me  iba a castigar (con cien planas de “no bebo golpear a mis compañeros en clase”) pero al contrario les dijo a los muchachos que autorizaba para que  las mujeres repartiéramos a diestra y siniestra a los abusivos que intentaran hacer nuevamente la broma del espejo.

Pero el asunto no se quedó allí, Abel me retó a los cuentazos a la hora de salida,  y justo a las seis en punto, ya un buen grupo de “shutes”  hacían un  círculo alrededor de los dos,  yo estaba acostumbrada: a pelear en la calle, era mi pan de todos los días, así que ya me las sabía de todas, todas, pero para mi sorpresa no lanzó el primer cuentazo, fue algo peor que eso, ¡se me declaró!

La ofensa  me dejó sin aliento y mientras trataba  de recuperarme y la maestra Zonia Higueros  (nuestra maestra guía y mi alera en los años de los básicos) me sopleteaba con las hojas de su folder, Abel seguía hablando sin parar; logré a escuchar que  había estado enamorado de mí desde que entramos a primero básico, pero que nunca se había animado porque pensaba que al primer intento de acercamiento, yo lo esperaría con un gancho al hígado; pero su declaración pública de amor, me agarró en curva.  En lugar de decirle que me diera unos días para pensarlo como era la costumbre en ese tiempo,  allí mismo  le di el sí, soy de las que no piensa dos veces el asunto: o es sí o es no y  cayendo el muerto y corriendo todos, no, no, me confundí, cayendo el muerto y soltando el llanto: le di tremendo beso de trapeador que valía por el soque, prense, agarre y apercollada  que él estaba esperando.

En agosto abundaban “Los Toques”  , chonguengues y discos en las calles de Ciudad Peronia, avisaba que se acercaban las fiestas patrias y la finalización del año escolar, eran 3 meses de andar de palo en palo, no, no, quise decir  de parranda en parranda.

Se hacían los viernes en la noche y los sábados, era increíble aquello parecía una mecha de volcancito encendida, así se propagaba la noticia, tipo teléfono descompuesto, ¡Va haber toque en la Usumacinta! Y a las seis de la tarde ya estábamos velando que alguno de los patojos sacara su equipo de sonido en la banqueta de su casa y pusiera a ronronear algunos de  los casetes que grabábamos en los mixes de una hora  que ponían en la radio Fiesta o en la Tropicálida, ese era  “El Toque”, y allí nos hacíamos un queso, todos bailábamos como que estuviéramos matando cucas, o bien como culebras recién macheteadas. 

Eran los días es que estaba de moda, hacerse rulos en el pelo de no menos de veinte centímetros de alto, los copetes levantados a pura gelatina, porque el  esprai no llegaba a las tiendas del mercado todavía.

Eran los días en que se utilizaban aretes de grandes argollas, pantalones pachucos y los que se doblaban el  ruedo, las más salidas cortaban el ruedo en dos con una gillete así podían subirse el ruedo hasta los camotes. Las blusas o playeras largas y se  las enrollaban a la altura de la cintura y les hacían un nudo a un costado. Los zapatos de plataforma (que nunca utilicé primero por caros y segundo porque no  me gusta el zapato de tacón), los pantalones con parches y los que le pringueaban cloro para andar de colores.
Eran esos años en los que logramos comprar una estufa de mesa de tres hornillas y delegamos el pollo a la función de las tortillas y los caldos de pata para el  fin de semana, ¡ya no nos tocaba cocinar los tres tiempos a la intemperie! Para esos años, no teníamos refrigeradora; cuando teníamos antojo de   gelatina: la hacíamos en la noche y la poníamos a cuajarse en un trasto plástico sobre la lámina para que le diera el sereno de la noche, cuando el gallo cantaba en la madrugaba que era nuestra hora de comenzar el día, la gelatina ya estaba en su punto.

Los años de la década de los noventa, todavía tomábamos café Quetzal y café Miramar, comprábamos a choca la bolsita que nos alcanzaba para dos hervores,  el café La Jarrillita lo compraba mi mamá sólo cuando llegaba visita a la casa.

Eran los  tiempos en que en la colonia no se veían los microondas, las cafeteras, las estufas eléctricas con horno y asador, las únicas toallas sanitarias que te vendían en la tienda eran las Serena y te las daban envueltas en papel periódico y achuponadas en una bolsa negra plástica,  y te las daban por un costado del mostrador a modo que no la vieran los otros clientes;  como si vos  hubieras ido a comprar algo de contrabando, ¡papo!

Eso me recuerda cuando yo  estaba en el baño y le gritaba a mi hermanito ¡Guayito traéme una toalla por favor! Escuchar eso era un sacrilegio para mi mamá, ¿cómo era posible que yo le fuera  a pedir una toalla al único varón de la casa? ¿Acaso no me daba cuenta que lo iba a  volver mampluzo? Así que él y yo nos inventamos un nombre para las toallas sanitarias: galletas.  Y así mi mamá hasta el sol de hoy no sabe qué tipo de galletas yo mandaba a comprar a mi hermano a  la tienda.

Cuando me bajó la primer menstruación, me asusté, pensé que me había golpeado con algún bloque quebrado de los que habían en el chiquero de los coches, y zampo la carrera a contarle a mi mamá que en ese momento estaba platicando con   una de sus hermanas en el jardín del patio,  su respuesta fue ¡a la gran puta, ahora te tenés que cuidar de no salir embarazada! Mi tía me dijo al ver mi cara de espanto: ¡hija de la gran diosa mil cuatrocientas putas, ya te jodiste mi´ja pobrecita de vos!

Ninguna me supo decir con claridad que la sangre y el dolor en “el estómago” eran producto de la menstruación a la que me tendría que enfrentar cada mes hasta que llegara la menopausia o me petateara.
En esos dorados tiempos vos ibas a las fiestas: sólo por ser  amiga de la prima del novio de  la hermana del cuñado de la cumpleañera;  en fin… no habían desconocidos porque todos los de esa fiesta vos los ibas a ver el siguiente sábado en tus mismas circunstancias para lograr e
ntrar a la disco de ese chonguengue.

Las Discos  que se organizaban en la calle con los años ganaron prestigio, se hacían competencias de baile, aunque por ser agosto, los aguaceros cayeran a medio “Toque”, allí lo único que se cubría de la lluvia eran los cables y las bocinas, el resto bailábamos bajo el aguacero, chapoteando entre los ríos que se formaban en  la calle,  con la diferencia que las manos de los patojos ya no las sentías tan ligeras…

Las del General, eran las que hacían encender la adrenalina, El Carnavalito no dejaba a nadie sentado, (en las banquetas de las casas) las del Grupo Rana, La Gran Familia, FM de Zapaca y las de los Hermanos Rosario formaban el  bacanal. Jossie Esteban era tipo, esas eran para los enamorados, para las parejitas que nunca faltaban, igual que las del Grupo Niche y Eddie Santiago. Los Cuentos de la Cripta era lo naco de lo naco, pero igual las bailábamos, ¡nosotros no discriminábamos!,  las vecinas al ver que ya eran las doce la noche y no se veía asomo de que terminara el bacanal, le pedían encarecidamente al disyokey que pusiera la de Pican Pican Los Mosquitos y con eso teníamos para que todos nos fuéramos a la punta, cada quien a echar pulgas a  su petate.

Era común ver a la mamás llegar a medio baile y arrastrar a las patojas de las greñas, porque la mayoría no pedía permiso para ir “Al Toque”, así que era de abrir camino mientras pasaba la procesión y después ¡a bailar todos! Al siguiente día te las encontrabas con los ojos morados y las canillas pintas, ¡pero lo bailado nadie se los quitaba!

Nunca fui con pareja a los  Toques, porque era como tener dueño por una noche, y yo era libre; cabra, yegua, potranca que andaba a galope entre el montarral, ya me veía yo con un fulano diciéndome “te quedas sentadita a la par mía porque no me gusta esa canción y tampoco quiero que bailés con otro” ¿y qué tal si esa canción si te gustaba a vos te ibas a quedar sentada sólo porque al enclenque no le gustaba?, ¡debajo!

En los tiempos de mi adolescencia no existían los celulares salvo por la canción de Los Tigres que bailábamos en los Toques. No podías enviarte mensajes de texto, tampoco existían la computadoras en la colonia, mucho menos el correo electrónico y el jetabook, en mi cuadra sólo una vecina tenía teléfono con GUATEL y allí nos llamaban a todos los de la cuadra: en caso de cualquier emergencia, sólo para eso podías dar el número de su teléfono, para una emergencia.

 Igual pasaba con los televisores, los que tenían abrían las ventanas de par en par para que los niños observaran Candy, Los Pitufos o El Chavo del Ocho desde la banqueta por el lado de afuera.

Cuando llegó el cable, fue la locura, y Cine Max para los adultos (en donde no se veía ni pura estaca de lo que esperábamos  encontrar los púberos). Los   televisores de pantalla plana ni  bien a tuza  se nos hubieran aparecido, las antenas eran cerchas dobladas y con un par de cuentazos al costado del televisor agarraba señal al chilazo,  no tenían control remoto y se veían en blanco y negro. En la colonia de mi adolescencia no se sabía de gimnasios, té verde, antioxidantes, ni de pastillas color azul, allá  los adultos con que se aquejaban de padecer esa “enfermedad” se comían huevos de parlama (ignorantemente) huevos de pato en jugo de naranja, cebolla  morada cruda y ceviche.

  Eran los tiempos en que se utilizaban calcetas caladas y calcetines blancos lisos en los uniformes, se comían pupusas de chicharrón los días viernes  después del colegio en la esquina del bulevar principal y  por las noches se iba a los toques. O a ver la novia en marita, sí, porque nunca un traído iba a visitar a la güisa sólo, tenía que ir con uno o dos aleros. Por ende las patojas cuando pasaban caminando frente a la casa del tráido le preguntaban a la amiga ¿lo viste, está en la ventana, nos miró? En ese tiempo los novios los recibías en la banqueta de tu casa y media hora después a botar pulgas a otro lado, el grito de tu mamá desde la casa te avisaba de que “¡en cinco minutos te me entrás!”

Nos enlodábamos jugando fútbol, electri,  tenta y matado,  en el único campo de fútbol que hay en la colonia que colinda con la escuela y con el barranco que es un vertedero de basura. Para jugar baloncesto nos íbamos los domingos en las tardes a la iglesia Claret de San Cristóbal; los niños ricos de por esos lares nos hacían caras al ver llegar al hormiguero de Ciudad Peronia y ensuciar con sus zapatos rotos las canchas de cemento.

En esos años en la colonia la iglesia católica era una capilla en donde cabían si te digo 100 personas te estoy exagerando, las películas para Semana Santa las ponían en la pared por el lado de afuera así todos nos sentábamos en la loma de tierra y a llorar con las historia de la vida de Jesús. La iglesia hoy en día es enorme. Hay como sopotocientos colegios, guarderías, y autobuses.

En los días de agosto de mi pubertad, nos capeábamos de clases para irnos a cortar jocotes a la aldea: allá le dábamos baje a los de iguana, tronador, los de agosto, san Andrés y los de corona. El mes olía a hierba buena, culantro, dalias, gladiolos, flor de ayote y güisquil espinudo, perulero y crisantemos que   bajaban  desde la aldea en  la bruma de las mañan
as agostinas.La pascuas que floreaban todo el año adornaban el camino sin adoquinar desde el primer tanque, hasta el tercero,  allí se te iban los ojos, mientras saboreabas los nísperos, los guineos maduros, las cebollas tiernas, los pepinos, tomates y lechugas que ellos sembraban en sus patios.

Cuando teníamos ganas de atol de elote, íbamos a las casas a preguntar si nos vendían y en  con costal al hombro cortábamos los elotes y frijol camagua (para los tamalitos, o chepes) después sólo íbamos a presentar armas  pagar por la cosecha y a atipujarnos de tamalitos de elote por las tardes.
En las noches lluviosas  nos daba por comer pan con café, deshacer las champurradas dentro de la taza de café y comerlas con cuchara, tomar tortilla con café, francés con mantequilla y meterlo en la taza de café, igual con los bananos.

En este instante de lluvia se me antoja solaquearme pan: champurradas, hojaldras, zepelines, cubiletes, cortadas, pirujos, pan francés y cachitos. Pero no hay… También veo pasar las paternas pero esas sí ni haciendo magia las logro aparecer en USA.

Por aquellos dorados años no existía el sacrilegio de depilarse las cejas y las piernas, chilaca, axila y área de la pititanga (porque nadie conocía las pititangas), así que todas andábamos con cejas de lechuza o de tecolote (yo sigo, es un dolor que me puedo evitar).
Por ai de aquellos tiempos la droga más grande que se zampaban los patojos de mi salón de clases era un  octavo de Quetzalteca Especial, revuelto con coca o peqsi y lo andaban  tomando en bolsa y pajia.

Los pizarrones eran  de color verde y en lugar de marcador se utilizaba yeso. Eran los tiempos en los que si tu Nana te decía; “ andá ve si ya  puso huevo la cocha” era el equivalente de: desaparecer, esfumarte, correr a   buscar refugio como si estuvieras jugando escondite, porque no te lo volvería a repetir, la segunda llamada de atención sería un chancletazo.

Lo más grueso que podías jugar era “la botellita a la prenda” que no  pasaba más allá de quedarte en calzones y sostén.  Cuando jugabas eso ¡ya estabas en ligas mayores! Los frijoles enlatados eran comida de chambones o de ricos. Allá siempre mirabas en las casas la olla de frijoles cocidos. Nadie te dejaba ir se sus casas sin antes haberte dado de comer y cuidadito decir que no, porque era un desaire.

Los amigos eran reales, porque todos pertenecíamos a la misma clase social, el que no comía frijoles lunes, los comía martes. No había envidia, ¿envidiar qué si  todos nos tapábamos con la misma chamarra? El te quiero, significaba “Te Quiero”, allí se miraba fijamente a los ojos y se deja ir  la sopa a borbotones. Eso de no hay verdad verdadera,  no era cierto, ¡allí la verdad era verdad y los demás son babosadas! Las lágrimas las lloraban todos, todos nos tratábamos de vos, a los adultos de usted y ayudábamos a las señoras mayores con sus canastas cuando iban al mercado. Pintábamos los postes de luz con cal y barríamos la calle completa una vez por mes.

El único río que existe en  Ciudad Peronia, es el de  aguas negras que caen como cascada en la “bajada del club” cuando  los carros van en plena subida hacia la entrada de la colonia.
Hoy en día la colonia creció enormemente y la gente de la aldea tuvo que vender sus terrenos a las constructoras que hicieron de aquel paraíso un puñado de colonias con casas de Duralita.  Los verdes paisajes   que acunaron mi adolescencia, tierra estéril se volvieron.
En aquellos preciosos años nos daba por salir a aplanar calles, a falta de áreas recreativas  caminábamos en grupitos durante horas mientras caía la noche y finalmente esperabas con emoción el siguiente amanecer.

Como espero yo el de mañana,  mientras asoma la alborada: dormiré acompaña de los aguaceros de agosto que traen la brisa de mi Guatemala, que entra todas las noches por la ventana de mi habitación.

Posdata: ésta semana estamos de aniversario, ¡nuestro blog está cumpliendo su primer añito! ¡Gracias por su apoyo, por compartir mis escritos y por leerme! ¡Por sus comentarios y sus correos electrónicos! ¡Les envío un abrazo empapado  con los aguaceros del mes del jocote de corona!
Ilka Ibonette Oliva Corado.
04 de agosto de 2010.
Estados Unidos.

9 comentarios

  1. Agosto en lo personal es un mes muy especial que por algun motivo mas que el puramente vital o generacional evoca algo mas.Algo que es intrinseco y particular de el, algo que tiene que ver con la grandeza y majestuosidad que su nombre implica, pero que a lo mejor se resume a todo ese vivido y refrescante relato que vos haces y que se enmarca precisamente en el espacio temporal que a el le corrsponde.

  2. Querida Ilka: A pesar de todo tuviste una linda adolescencia. Y lo mejor de todo son los recuerdos. Feliz aniversario y que sea para largo para que nos sigas deleitando con tu narrativa. Un besote, Chente.

  3. Feliz aniversario… y que siga la fiesta…

    Ericke

  4. Hola, es primera ves que leo su blog, me parece fantástico me hizo retroceder a mis años de adolescente, aunque soy, crecí y vivo en Xela, las experiencias son similares, aunque no había «toques de cuadra» si «REPASOS» en casa de las patojas en donde el Stereo 3 en 1 sonaba a todo volumen y nos daban horchata o limonada para tomar, pero nunca faltaba un malcabresto que llevara uno o varios octavos de indita.
    Siempre que había partidos de básquet o fut entre equipos rivales nos sentábamos cada uno del lado de su equipo y al finalizar casi siempre habían trancazos eso si uno a uno y a puño visto nada que ver con navajas ni mucho menos pistolas, al finalizar cada quien para su casa y tranquilo no había rencillas, ni venganzas.
    Bueno no sigo si no me pico escribiendo; el objetivo del comentario es para felicitarla por escribir sobre cosas bonitas y alejarnos de la “nota roja” que tanto mal hace a nuestro sistema nervioso. A propósito stress en los 90? —JAMÁS—
    Atento G. Pivaral

  5. Gracias por compartir tus anegdotas que creo que son las misma de los que nacimos en esa epoca, gracias por hacernos recordar. Feliz semana de aniversario.

  6. jajajaja… cabal vos, en mi barrio no se hacian toques de cuadra porque se armaban las grandes broncas, que la mara del cruz azul contra la de la vasquez, o qcontra la de la covi, o que ya la de la vasquez contra el tamarindo y asi era la onda, pero cuando habia boda o quinceañera o toques de los colegios, escuelas o institutos, jule canelos!!y pa'mas joderla yo era uno de los que ponia la mara a bailar, teniamos una «dizque disco» con unos cuates de la reformita y alli andabamos jode y jode por toda la zona 12, 8 y tambien la 21 y la 11, la unica diferencia es que nosotros hicimos todo eso al principio de la decada de los 80's… pero de todas maneras, que divertidas nos pegamos!!!

  7. Hola Ika:

    Gracias a ti por compartir tus recuerdos, que al final se entrecruzan con los recuerdos de quienes te leemos…, a la vez que refleja que las y los guatemaltecos.., a pesar de estar dentro de un sistema de muerte…, sabemos vivir la vida

    Felicidades por esta semana…, esperamos que sea para mas tiempo..

  8. jjajaj hay el carnavalito, recuerdo q un dia en tu colegio q era el ave estaba sonando esa cancion y nosotros del otro colegio el ovalle le deciamos al juan carlos el dj de la system music, te acordas que asi llamaba la unica disco que habia en nuestros tiempos?? jajaja que pusiera el carnavalito y nosotros desde alli moviamos el esqueleto jajaj..hay dio que tiempos aquellos..

  9. Gracias A vos por compartir tan preciosas letras y hacernos recordar nuestra infancia, y por supuesto nuestra tierra del quetzal…

    Muchas Felicitaciones por tu Blog, Feliz semana de Aniversario, Un abrazo fuerte, de tu admirador y seguidor…

    El Chejo

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