A mi padre, con sus contradicciones.

Se celebra  hoy el día del que tuvo que ver en gran parte con que vos seás un ser humano de los millones que pueblan la tierra. El día del padre.

Y es que bien dicen que con forme pasa el tiempo te das cuenta que tenés más cosas de tus padres de las que vos imaginabas. A  “ojo de buen cubero” podría decir que de mi papá  heredé; sus cejas pobladas, la mirada nostálgica en los días nublados, la forma de los dientes y la forma de los labios, sus piernas rollizas y exclusivamente su color canela. El amor al campo y  a los poemas, la habilidad por las manualidades y el carácter del demonio que compartimos los dos. La forma de silbar y  de caminar. Eso de lo que yo me he dado cuenta, pero quienes me ven comer dicen que hasta masticamos igual.

Gracias a él me llamo Ilka Ibonette me cambió el nombre en el camino, mientras iba en el bus hacia la municipalidad, Ilka es mitad alemán y mitad brasileño , Ibonette es francés, ambos son nombres de deportistas, él soñaba con tener  un hijo (o hija)  deportista y me  cambio los nombres, y aunque no tuvo pulso del todo, pero aunque sea cleteando practico deporte.

Por lo general para los hijos  sus padres son los mejores del mundo, son sus héroes y el ejemplo a seguir. Son el aliento, la fortaleza y las bases del hogar. Son quienes tienen la última palabra y quienes chicotean de vez en cuando pero por algo. Son quienes  están celosos de tus amigos y cualquier pretendiente es poca cosa para su hija.

También he escuchado que dicen que hasta que  sos padre –o mamá-  lográs comprender a tus padres, antes de eso lo único que hacés como hijo es juzgar. Pero también es cierto que con el tiempo te das cuenta que el mundo no es color de rosa, que la realidad es cruda y que la balanza no es pareja. Que las familias no son perfectas y que tenés que aprender a vivir con las herramientas que Dios te ha dado, espantártelas como podás –con o sin ayuda de tus padres-.
De los años de juventud de  mi padre guardo el recuerdo de un hombre alto, moreno, corpulento, de piernas rollizas y un bigote tipo  brocha. No fui hija deseada, mi mamá estaba tomando pastillas anticonceptivas cuando me colé, así de maciza y les cambié la vida de un sopetón. Dijeron, “pues bueno hay que seguir con el embarazo”. Ese es disco rayado en la casa.  Mi papá esperaba un varón y para su mala suerte fui mujer, pero eso no impidió que resignado me convirtiera en su Prieto. Me llevaba a donde quiera que iba, como su sombra, me enseñó a jugar trompo, a hacer barriletes  y a tirar piedras con honda, a manejar el corvo, a rajar leña con hacha, almágana y cuña y a amar  el aire fresco de la madrugada. Soy la única mujer a la que le permite contar chistes “colorados” y hablar de sexo sin tapujos.
De alguna manera también –inconscientemente- cubrí sus fechorías, -aunque los celos me hacían desvariar- verlo con otras mujeres era insoportable para mi corta edad. Yo tenía la idea fija que mi mamá era para él y él para ella y punto.

Amaba meter mis pies diminutos entre sus zapatos, me sentía protegida cuando lo hacía, también  sus camisas a cuadros – de unas tipo chumpa que hay de lana- abrigar mi cuerpo con esas camisas que  me quedaban como largos camisones y sentir su olor me hacía sentir fuerte, se podía caer el cielo que nada pasaba si yo estaba allí dentro de esa camisa. Era la forma de extrañarlo menos  cuando no estaba en casa. Mi padre era la mano derecha del sacerdote de la iglesia, era el encargado de adornar la iglesia para todos los eventos importantes. Iban a misa con mi mamá todos los domingos y nos llevaban de las greñas. Pero algo pasó, y el encanto de mi infancia desapareció.

Fue empecé a crecer y darme cuenta que mi papá no era más que un ser humano con sus defectos y virtudes, como todos los demás, ser padre no lo exoneraba de cometer errores y de vivir.
Mi padre llegó hasta tercero de primaria, al igual que mi mamá, se conocieron en La Gomera, Escuintla, ella cortaba algodón y él era el único hombre soltero de los que conducían los tractores  con los que fumigaban  la plantación.  Hace algunos años le pregunté a mi mamá por qué lo escogió a él y me contestó: “porque yo quería salir de donde estaba y él me enamoraba y era un buen hombre además ¡manejaba tractor! Los que me hablaban eran algodoneros igual que yo”. A mi papá le pregunté los mismo ¿Por qué te enamoraste de ella? Y me contestó: “era una hembra hermosa, de ojos color miel y una sonrisa encantadora, además era la más trabajadora de todas”. Y en eso no se equivocó, si hay una mujer que  he visto trabajar como mula es mi mamá.

Una noche mientras hacía mis deberes de los básicos, mi papá  me llevó una taza de café y recuerdo que  silbaba el bolero que en ese momento tocaba en La Radio Ranchera, le pregunté ¿Papa y a vos qué te hubiera gustado estudiar? Me dijo: “cualquier mierda mija, con tal de salir adelante”.

Ya nunca estudió, sabe hacer mil oficios y entre ellos el que ha realizado por años es el de chofer de tráiler. No quiero ni imaginarme cuántas mujeres han pasado por los camarotes de los  camiones que ha manejado, me picaría el hígado. Su debilidad son las mujeres,  cuando llegaba de viaje de Costa Rica siempre llevaba gente en el  camión, decía que eran indocumentados que iban para Estados Unidos, que les diéramos comida, no les cobraba –en mi corazón siento que las mujeres le pagaban en especie- sólo les hacía  el favor de darles jalón.

A mis amigas las desnudaba de pies a cabeza cuando llegaban a la casa, por esa razón  iban muy poco, y aunque se lo hacía ver –entre gritos y reproches- nunca aceptó  que provocaba en ellas esa incomodidad. Cuando salía con él, nunca me daba la mano, porque era como aceptar que esa niña era su familiar, entonces él caminaba adelante y yo atrás, como su sombra. Y si le daba la mano se  enfurecía, cuando le preguntaban si yo era su hija decía que no, que era hija del carbonero, aunque era una broma seguramente a esa edad yo no lo comprendía así. Sin embargo sus abrazos son mi debilidad. Sentirme arrullada por esos brazos enormes me hace sentir la mujer más feliz de la tierra.

Ha sido un padre literalmente ausente, su trabajo no le permitía estar en casa no más que tres días al mes,  llegaba con su maletín lleno de ropa sucia que mi hermana lavaba, me mandaba a comprar la Sello de Oro y de ley teníamos que hacer caldo de patas, los días se nos iban en servirle comida y verlo consentir sus gallos finos. Aunque no hubiera comida para los hijos, el concentrado para los gallos tenía que estar todos los días. Entre sus vicios está la pelea de gallos, allí se desaparecieron varios sueldos durante años. Sus amigos ricos, lo llevaban –utilizaban- como el amarrador de navajas, allí apostaba mi papá su sueldo, y de ribete nos llevaba a altas horas de la madrugada los gallos muertos, para que los preparáramos a esas horas. Era el  trueque que hacía, llevar los gallos que le regalaban sus amigos ricos,  en lugar del sueldo.

Cuando iniciamos con los helados en los días de descanso se iba con nosotros a venderlos a la entrada de la “naviera”  “Sealand” así la conocí, no se si así se escribe correctamente.  En la zona 12 allí llegábamos con tres hieleras, mi hermana, él y yo, nos pegaban unas cantineadas y él sólo se reía, nunca nos defendió de bromas pesadas  ni de piropos pasados de tono. “!Éramos simplemente mujeres”! no había razón para defender nada.

Tengo una hermana mayor Claudia que es hija de mi padre con otra mujer, mi papa siempre la negó, dijo que no era hija suya  y punto. La niña que vivía en Santa Cruz a medio kilómetro de Pasabién siempre le pidió su apellido, él nunca se lo dio, hasta que mi mamá y las dos hijas lo amurallamos, cedió pero ya era demasiado tarde ella tenía 18 años y le dijo que su apellido se lo podía meter por  donde le cupiera, mi  mamá le sugirió que la llevara a vivir a la casa, para que conociera la capital y estudiara en la nocturna sus básicos y en el día vendería helados como nosotras. Claudia aceptó y allí me llevé la primera gran decepción de mi vida, yo que estaba acostumbrada a  que me dijeran que era la  viva imagen de mi padre, me di en la loza cuando la conocí. Ella sí era toda la loza de mi padre, recuerdo que los celos  me alborotaron las hormonas y después de abrazarla lloré toda la tarde, porque era idéntica, después peleé con mi papá, por poco hombre, por negarla,  si no requería de mayor prueba, verla a ella era como verlo a él.
Claudia al año se caso e hizo su vida.

Un día sin más ni más nos avisan –mi papá y mi mamá- que la que conocíamos como nuestra casa,-en Ciudad Peronia- estaba vendida y que teníamos un mes para desalojarla, nunca tomaron en cuenta nuestra opinión, la vendían -por la estúpida decisión-  porque comprarían un tráiler. Ese día agarré el machete y corté de raíz todas las flores del jardín – de mí jardín- hice picadillos los rosales, y los claveles rojos, y desde ese día no he vuelto a sembrar una flor, no puedo, hay algo en mi corazón que no me lo permite.

Recién comprado –o mejor dicho enganchado- el tráiler, se enjaranaron en  ponerle carrocería, y otro primo de mi mamá dejó su trabajo en la policía para irse de ayudante de mi papá, jalaban máiz de Petén para la Terminal. No funcionó, perdieron la carrocería y en las mismas les ofrecieron trabajo en Petén, de jalar una pipa de agua, estaban echando asfalto en las calles de terracería, el primer mes llevó mi papá veinte mil quetzales de sueldo, era increíble, no había visto esa cantidad junta, y mucho menos tenerla en mis manos,  recuerdo que agarré los billetes de cien quetzales y los tiraba una  y otra vez hacia el techo de la casa y gritaba ¡somos ricos! ¡somos ricos! Ese fue el primero y el único mes que le vi la ficha al dinero.

Pasaron tres meses y no teníamos noticias de sueldo, mi papá llamaba dos veces al mes, decía que el sueldo estaba atrasado. Hasta que una señora del comedor en donde almorzaban todos los traileros, le sacó de la billetera a mi papá el número de teléfono de la casa y llamó a mi mamá para decirle que mi papá y su ayudante estaban preparando boda, y se casarían en un mes con dos muchachas del lugar.
Hasta ese momento todo se lo había perdonado a mi papá, todo, pero el negar a sus hijos, negarme, ¡negarme a mí, su Prieto! me dolió en el alma, me sentí tan traicionada que le dije a mi mamá que no fuera a buscarlo que hasta ese entonces nos habíamos mantenido solas, que lo dejara, que se olvidara de él. Pero  su orgullo no la dejó y fue a agarrarlo con las manos en la masa, con una muchacha de 22 años y su primo que en Valle Nuevo, Jalpatagua tenía una esposa con 4 hijos,  allí estaba con una patoja de 18 años a punto de casarse. Mi papá le había dicho a la muchacha que era soltero. Cuando vio a mi mamá el pobre  quiso que se lo tragara la tierra. No pudo negar nada  frente a mi mamá. Allí lo despidieron del trabajo por mentiroso y se desaparecieron los sueldos de veinte mil quetzales.

Pasaron muchos años para que yo perdonara a mi  papá de esa traición, el destierro me ha ayudado, dicen que poner tierra de por medio ayuda y que el tiempo cura todas las heridas. Doy fe que así es.

No conocemos  a la familia de mi papá, no hemos compartido con ellos, él  en contadas ocasiones nos llevó a su pueblo natal Teculután –al igual que mi mamá a Comapa-  sé que tengo sopotocientos primos de los que conozco solamente a dos. A 2 de mis tíos los conocí gracias al arbitraje. En una ocasión me tocó  dirigir en Teculután y esperando el bus estaba justo en la esquina del Super 24, cuando se acercó un señor y me preguntó: ¿discúlpa tú eres Ilka Oliva?  Y yo espantada le dije, sí soy yo. No había terminado  de decir sí, cuando el señor se me aventó y me abrazó de tal manera que me congeló, lloraba y me decía ¡Guayita, Guayita, sos la Guayita! ¡Sos hija de Guayo mi hermano! Así es como conocí a mi tío Ramiro, hermano mayor de mi papá cuando yo tenía 23 años.

En otra ocasión me tocó ir a dirigir a Cobán, mi papá me dijo “mirá de una vez aprovechás y conocés a tu tío Juan vive en la entrada a unas cuadras de la gasolinera” y así fue, me bajé en la gasolinera en la entrada de Cobán, y pregunté por Juan Bigotes, me dieron las indicaciones y llegué a su casa, y a mis 24 años conocí a mi tío Juan el hermano menor de mi papá. Cuando me vio fue igual su expresión ¡Guayita! Y eso que no me había presentado.

En Teculután se comenta que mi  papá tiene 8 hijos fuera del matrimonio, los engendró antes de conocer a mi mamá, dicen que son unos grandes hombrononononones, morenos, fuertes, que pasan de los 35 años. A ninguno reconoció salvo a los 4 que tuvo con mi madre. Pero cuando le preguntamos a él,  lo niega rotundamente, dice que no tiene  más que cuatro hijos y Claudia.

Nunca habla de su niñez, tampoco de cómo aprendió a tortear y por qué de su debilidad por el caldo de patas.
Fue hasta hace poco y gracias a mi destierro que compartí con un tío que vive en Chicago, hermano mayor de mi papá. Dice que sus padres se divorciaron, mi abuela se casó con otro hombre y dejó a sus hijos con mi abuelo, se mudó de pueblo y los desterró de su corazón. Mi abuelo era un alcohólico, los hijos mayores tomaron diferentes rumbos, de los 12 hermanos, los cuatro menores, tío Jorge de 11 años, Ramiro de 9, tío Juan de 4 y mi papá de 7  fueron los  que vivieron en casa con el abuelo.
Los  3 mayores de esos 4 trabajan en un rastro -a mi tío Juan lo sentaban en una esquina porque dejarlo solo con el abuelo borracho era un atentado-, limpiando la sangre, y botando la basura, de pago les daban las vísceras. Por las tardes al llegar a casa hacían el caldo de patas con sesos, ojos, tumaca, y allí mismo le echaban bojotes de masa que ponían a cocer.

Los riñones, el hígado, la tripa, los hacían asados, o  fritos con tomate. Así vivieron durante cinco años, hasta que se fueron a cortar tabaco y trabajar en las meloneras. Cuando mi abuelo murió.
 Eran la burla del pueblo porque nunca tuvieron para un par de zapatos, se prestaban las ropa entre los cuatro, los  que trabajaban se ponían los zapatos durante el día  y por la tarde los tenían los pequeños.

A los once años mi papá aprendió a manejar tractor en una melonera, y  de allí pal real,  su camino ha sido largo, mil usos, los Oliva somos mil usos. De  finca en finca anduvo como conductor de tractor, hasta que conoció a mi mamá y escribieron una historia juntos, nunca soñaron con que sus hijas tocarían una escuela y mucho menos  que se graduaran de diversificado, -y si Dios lo permite algún día será de la universidad-, no soñaban con vivir en la capital, y tampoco que dos de sus retoños emigrarían –por razones varias- y que una de ellas –la más rebelde- le daría  por escribir y desahogar sus nostalgias propias del dolor del destierro.

Ahora comprendo por qué  en la casa es religión tomar caldo de patas los fines de semana, la carne la vimos pasar de madrugada, muy de vez en cuando la comíamos, al contrario los riñones, ojos, sesos, tripa y el resto de vísceras fueron el con qué de muchos años.
Él es mi padre, Eduardo Oliva,   un hombre con errores, con tropiezos, un hombre con miedos y fantasmas, los mismos que tengo yo, los mismos que tenés vos probablemente, es un ser humano, que vive, con sus contradicciones, sus culpas, sus pesares, y sus ilusiones.

Un día cuando estaba en cuarto de primaria llegué corriendo a la casa   y le pregunté,  que si sabía algún poema porque tenía que llevar uno aprendido, y rascándose la cabeza me recitó unos versos, de un autor desconocido, un poema con el que aprendió a escribir,  porque se lo enseñó uno de los trabajadores del rastro, y fue  mágicamente en aquel instante, en aquella tarde cuando nació mi amor  por la poesía, y ese poema tiene un significado especial,  he olvidado muchos, pero ese jamás, porque mi padre aprendió a escribir con el.

Un anciano limosna pedía
Por las calles de una ciudad
Y al pasar frente a una cantina
De rodillas se puso a llorar

Un joven se acerca y le dice
Ven, ven anciano dejad  de llorar
Y el anciano sonriendo le dice
Gracias hijo Dios te ha de ayudar

Cuando joven fui un hombre perdido
Tomé vino aguardiente y champán
Y hoy me ves ya todo caído
Con desprecio me tiran un pan

Un consejo te doy hijo mío
Tú que empiezas el mundo a rodar
Cuando guaro te ofrezca un amigo
De este anciano te has de acordar.


Ilka Ibonette Oliva Corado
Jueves 17 de junio de 2010
Estados Unidos.












8 comentarios

  1. Me quedan cortas las palabras para expresar sobre tu escrito, me fascino mucho la forma en que te expresas sobre tu padre, realmente me hiciste sentir en carne propia tus vivencias, gracias por compartirlo. Un abrazo para tí.

  2. Ilka: Ya te admiraba como persona y como escritora, pero hoy esa admiración alcanzó dimensiones estratosféricas. Un beso, Chente.

  3. Gracias primita por compartir tus experiencias y emociones, eres lo maximo, yo no sabia que el juevez era el dia del padre como sabes es como si no tuviera.

    Te quiero mucho negrita linda.

  4. Una vez me dijeron algo que hasta la fecha guardo en mi corazon,
    Papá es el que engendra, padre es el que cria!

  5. Qué decirte… papás vienen en todas sus variedades… gracias por compartir tus experiencias… felicitaciones Ilka!!

  6. Una historia muy Oedipal (Edipus o Edipo).Tienes que escribir y publicar algo: Un libro, una coleccion de poemas, cuentos ,una novela.Pues madera tienes……de sobra.

  7. Pues, algunos han convivido o malvivido con su tata, otros, como en mi caso, no. Ha sido una comunicación más bien a distancia.
    Interesantes tus recuerdos.
    Buena onda y un abrazo.

  8. No se como calificar tu escrito, por su calidad narrativa, por tus experiencias, por tu memoria, por el día del Padre o por tu guatemalidad.

    Al final, otra vez, felicitaciones.

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