La Segunda Frontera.


Llegan a la puerta del hotel  El Girasol que se anuncia como de cinco estrellas, entran y preguntan en recepción por “El Cholo” y las mandan a una de las habitaciones del fondo,  caminan lentamente Minga y su coyota   una mujer que responde al nombre de María,  observan asombradas la cantidad de botellas de licor que yacen vacías en el corredor,  allí mismo  restos de preservativos, jeringas y hules. Las palpitaciones cardiacas se le aceleran, un dolor agudo se siembra en su cuello, las  piernas le flaquean  y una especie de nausea se apodera de su paladar,  un sudor helado le recorre la espalda;  allí sufre Minga  el primer descalabro emocional: las habitaciones están con las puertas de par en par,  y adentro hay candelas de todos los colores, imágenes de la Virgen de Guadalupe, botellas de licores en cantidad, cigarros, puros, gente drogándose, inyectándose y parejas teniendo relaciones sexuales frente a quien quiera verlos, hombres de pie manipulando su órgano sexual ¿A dónde se había ido a meter? ¿A dónde la llevó la coyota?

¿Cómo fue a dar allí? Con un poco más de esfuerzo logrará saltar el cerco y tocar tierra gringa. Si alguien le preguntará ¿qué hace allí? La verdad no sabría contestar porque ni ella misma lo sabe, su cabeza está echa un embrollo ha pasado durante quince días en Jojutla, Morelos, trabajando  en el puesto de miscelánea que tiene su coyota (como ella le dice)  en el mercado Benito Juárez; hora tras hora aprendiendo nombres de presidentes, de ciudades calles y avenidas, recitando palabra por palabra el himno nacional, cambiando a como diera lugar su acento chapín por el mexicano.

Si alguien le preguntara, ¿cómo se llama? Diría Chayo, jamás afirmaría que su verdadera identidad es guatemalteca y que responde al nombre que heredó de su abuela: Dominga. Nunca aceptaría que la licencia de conducir que lleva como única identificación es falsa.
Que no tiene 25 años sino 20 que es oriunda de Amatitlán que su progenitora es  mamá soltera y  es una de las  tantas mujeres que trabajan en los bares de las cercanías del estadio. Porque es donde mejor pagan: veinte quetzales por quince minutos y ellas ponen y quitan el condón. No se permiten los besos en la boca ni las promesas de amor.

 Diría que está en esa encrucijada porque tiene seis hermanos menores de treces años, que uno de ellos sufre de autismo, que viven en la covachas que están cerca de “la estación”  y que  ha decidido “irse de mojada” para sacar a su madre del bar  y brindarle a sus hermanos las oportunidades que ella no tuvo.

¿Qué cuáles son sus sueños? Sus sueños eran, algún día ser maestra pero se truncó en sexto de primaria y le ha tocado trabajar en mil labores, desde vendedora de cocos frescos en la entrada al teleférico hasta albocadora en el muelle del lago,  jalando pasajeros para las lanchas que ofrecen los colazos hasta La Silla del Niño. Que entrena de lunes a viernes sube trotando el filón (el guindo ese que se ve desde el mirador del parque de las Naciones Unidas) porque sueña con ser algún día no muy lejano una seleccionada de atletismo.
Que no tiene idea de lo que significa ir al cine, caminar por las calles de La Antigua y comer en un restaurante de  la zona viva. De usar  desodorante, porque siempre utiliza  limón y bicarbonato, que en lugar de shampoo su cabello huele a jabón de coche,  y que sus veintiúnicas calcetas las remienda con  la ayuda de  un bombillo y el hilo que tenga a la mano. Que todos los días ha tenido hambre, pero deja de comer por proveer a sus hermanos que lloran en casa.

¿Qué cómo llegó allí? Contaría que ha pasado las de Mil y Una Noches para que sus pies estén en ese justo momento en la entrada de esa habitación.  Eso quisiera contar, su propia historia; pero de pensarlo a realizarlo hay una gran distancia y nunca sucederá, de hallarse descubierta terminaría muy mal.  

Tocan la puerta  y un grito se escucha desde el interior de la misma, anuncia que:” ¿quién carajos toca la puerta a esas horas?” es indudablemente “El Cholo” comenta la coyota, quien lo conoce desde niño, ahora se planta frente a ellas un  hombre enorme con sobrepeso y un puro de mariguana que duerme entre sus labios.
Las invita a pasar pero Minga lo único que quiere es salir corriendo y no voltear para atrás, la coyota la empuja y la sienta en una de las sillas vacías, a su alrededor se encuentran jóvenes bebiendo tequila y fumando de la verde: son los coyotes.
“El Cholo” las presenta y allí mismo les entrega la llave de una habitación, les anuncia que no salgan ni abran la puerta bajo ningún punto,  hasta que él llegue a sacarlas hasta la mañana siguiente.

Minga se ha perdido de salir esa misma noche con el grupo de mujeres, que a esa hora ya estarán cruzando la línea fronteriza, mañana partirá a las cinco de la tarde con el  grupo de hombres en el cual será la única mujer. No hay problema por la condición física, ella es una atleta, lo único que le preocupa es una lesión reciente  de ligamentos cruzados , pero si nada falla ese  no será problema en el desierto.

Amanece en Agua Prieta, de día es un pueblo fantasma, todo es tan parecido a las casas de las películas que veía en Canal 3 cuando se juntaban en manada  a ver televisión en el patio de una vecina. Las puertas y ventanas astilladas de balazos y machetazos, en las aceras manchas de sangre, los semáforos sin funcionar, las únicas dos tiendas son una  mitad taquería  mitad licorería y  la otra una farmacia. En la taquería almuerzan, rodeadas de nubes de moscas y se bajan los tacos con  una botella de agua pura. En la farmacia compra dos litros de suero, dos manzanas,  y una galleta que será su abastecimiento para cruzar el desierto.

La tarde va despidiendo el día y la noche se acerca en paso ligero con su manto negro, Minga se despide de la coyota con un beso en la frente, ésta la persigna le da un enorme abrazo y ambas lloran,  una por agradecimiento y la otra por angustia de pensar en el camino que le espera a la guatemalteca. Están a punto de salir cuando regresa el grupo completo de mujeres que ya en tierra gringa las encontró la migra y las deportaron allí al otro lado del cerco. Al ver a Minga todas deciden irse con ella, el coyote que es un patojo de dieciocho años  que dejó la universidad y sus sueños de ser ingeniero por los $150.00  que le pagan por piocha ya puesta en tierras  gringas, les dice que no hay problema que se  suban al taxi.

Media hora después saltan en manada desde las puertas a medio abrir y caen a culumbrón y de panzazo entre  los nopales; es allí cuando comienza la historia que  hará que Minga tenga pesadillas durante tres años, día tras día y le espantará el sueño a la misma hora de la madrugada.
Va vestida de negro: pants, chumpa, tenis, gorro pasa montañas y guantes del mismo color. Tiene prohibido hablar y si lo hace lo hará con acento mexicano para no ser descubierta. El gorro y los guantes son por el frío extremo que acampa en las noches del desierto, pero no, la coyota sabe que es  para ocultar el rostro de Minga que seguramente sería abusada sexualmente y sin miramientos al ser descubierta como guatemalteca.

En fila india caminan atrás del coyote, ella no se separa de él, va como sombra, horas interminables nadie sabe que le tiene pavor a la oscuridad, que sus temores se apoderan de ella cuando no hay luz,  y esa es una noche sin luna. Camina enmudecida, perforando las venas de un desierto que guarda muchos secretos. Quince mexicanos y una guatemalteca conforman el grupo del coyote de 18 años. Todos llevan en sus mochilas sus recursos alimenticios.
Pasadas cuatro horas de camino en el desierto, el coyote se detiene y anuncia que tienen dos minutos para ir a mear y que se acercan al área en donde  asaltan los cuatretos, pregunta a las mujeres si todas se pusieron la inyección anticonceptiva, todas menos Minga  afirman. Nunca pasó por su cabeza encontrarse en medio de un desierto y con el peligro  de ser abusada sexualmente por los cuatreros.  Explicó el coyote violan a hombres y mujeres por igual. Minga sintió que el cielo sin estrellas se derrumbaba sobre su cabeza, ya no había nada por hacer, salvo encomendarse al Tata Dios.

Pensó “haberse cuidado de no ser una trabajadora sexual en Amatitlán” para ir a ser violada por cuatreros en un desierto atiborrado de nopales, hasta ese momento pudo palpar el peligro al que se estaba enfrentando.

El miedo se apoderó de ella,  y el dolor en su rodilla se arreció,  pero , ¿cómo era posible ahora? ¿Por qué ahora? ¿Por qué le dolía tanto? Es un dolor insoportable que la hace llorar quedito y empapa el gorro pasamontañas con sus lágrimas. Pero aún así sigue el camino sin hablar con nadie, en silencio va cantando alabanzas de adoración, de las que aprendió en el grupo juvenil de la iglesia, de las que escuchó en las noches de los jueves cuando hacían cultos en la casa de doña Mila, una vecina evangélica que ponía  auto parlantes y bocinas para evangelizar a los vecinos.
Una especie de paz la inunda inmediatamente, el miedo se va y deja de llorar, el cielo sin estrellas la observa desde las alturas, allí va Minga haciéndose pasar por mexicana, caminando en fila india llenándose la piel de tunas de nopal, son las doce de la noche en punto y llegan a la línea fronteriza entre Sonora- Arizona. Nunca se imaginó la línea. Asombrada observa un mundo de personas que están acostadas  y escondidas entre los diminutos arbustos, son cientos, cientos de “mojados” esperan el cambio de guardia de las  border patrol  o perreras como les decían los coyotes, porque efectivamente tenían esa forma, carros de doble tracción que se  utilizan para transportar perros.

Un cerco de alambrado, una calle de terracería, otro cerco de alambrado y ya estarían en tierra gringa es decir; en el mismo desierto sólo que de nombre Arizona.
A la señal del coyote se acomodaron en donde pudieron sobre los nopales y arbustos, las tunas ya no las siente, la piel la lleva hirviendo, teme que en cualquier momento le de; vahído, fiebre, el soponcio, el telele y quede allí como uno de los tantos cuerpos que se convierten en parte del paisaje del desierto de la segunda frontera.

Los coyotes que son como quince, se reúnen  para comentar la forma en que le harán pagar a un mojado nicaragüense el cruce de su hija, una niña de doce años, ya que no posee dinero en efectivo, se lo robaron los cuatretos. “Bendito Dios” piensa Minga, a  la hora del asalto su grupo ya había abandonado “el río de la cascabel “, como le llaman a ese punto de encuentro.

Los coyotes hicieron una rueda y llamaron al nicaragüense con su hija, el pago sería entregar la virginidad de su hija al coyote que la tomaría en ese mismo instante,  y si no aceptaba allí mismo los matarían a  los dos.

La gente llora, nadie puede gritar  porque entonces alertarían a las autoridades gringas de la presencia de “mojados” en la línea fronteriza, que aunque están en terreno mexicano  no permitirían que se realizara semejante barbarie con la niña de doce años.

Minga solloza con su rostro cubierto por el gorro pasamontañas,  mientras observa cómo el coyote abusa sexualmente de la niña de doce años, a la cual le tiene amarrada la boca con un pañuelo,  otros dos sostienen al papá y lo amenazan con una pistola en la cabeza, nadie se mueve, a todos los tienen apuntando con pistolas, las mujeres llorar y oran, los hombres agachan la cabeza y los más vulnerables imploran piedad y se ofrecen a ser violados en lugar de la niña. Nadie los escucha porque están disfrutando del grotesco espectáculo. Minutos después dejan a la niña tirada en el suelo y anuncian que en quince minutos se cruzará la  línea.

El plan es correr unos tras otros, sin  mirar atrás, y si los agarran que nadie puede decir quién es el coyote. En la espera de los quince minutos pasan las botellas de mezcal y tequila de boca en boca, Minga se abstiene, ella lleva en su mochila  los dos litros de suero.

Finalmente da la una de la  madrugada, es  la señal y una polvareda  en la calle avisa que es de: “sálvese quien pueda” la gente corre, como loca, en una especie de enajenación, de delirio, corren sin saber a dónde dirigirse, Minga no pierde de vista al coyote, va tan sólo tres pasos atrás de él,  es su sombra, es su aliento,  es la única forma de no perderse entre los incontables nopales.

Siente cómo la sangre recorre su cuerpo, la piel la lleva destrozada, se ha rasgado un brazo mientras saltaba el cerco de alambrado, las tunas las lleva como llagas en todo el cuerpo. Dos horas después de correr como locos y rodar entre pequeños barrancos y riachuelos secos, el dolor en la rodilla de Minga se hace insoportable, le es imposible caminar, poco a poco se va quedando rezagada,  ya no puede continuar; voltea a su alrededor y lo único que logra ver entre la oscurana son nopales y nopales, algunos arbustos y las luces lejanas de las motos y carros de la patrulla fronteriza que anda literalmente cazando indocumentados, lo saben porque escuchan los sollozos cuando los capturan y los suben a la perreras.

Minga se acerca al coyote y le ruega que se detengan unos minutos para descansar su rodilla, pero por toda respuesta obtiene un  no rotundo, el coyote le contesta que si quiere que se quede allí sentada, que tiene de dos sabores: que la agarren los cuatreros o la  patrulla fronteriza, allí será su suerte quién la encuentra primero.

Toca su rodilla la tiene  inmensamente inflamada,   camina ahora con el talón, no asienta la  planta del pie completamente, pero minutos después el dolor se arrecia y es allí cuando decide soltar sus miedos, perder el temor a la oscuridad y levanta su rostro al cielo y habla con el  único que la ha salvado hasta de ella misma: Dios.

Con sus ojos cansados de tanto llorar y la piel sangrando tapizada de tunas  le dice: ¡Si estás allí arriba, ayudáme no me dejés morir aquí, lejos de mi hogar!
Un calor inexplicable se apodera instantáneamente de su cuerpo,  y una fuerza venida del más allá (de donde solamente puede venir)  que sólo es lograda con el poder de la fe, le anuncia que su dolor está por desaparecer.

Minga  sigue caminando al final de la fila,  chenqueando toca su rodilla y sin pronunciar palabra ordena en  un silencio autoritario: ¡en nombre de Dios te ordeno que abandones mi  cuerpo! ¡Dolor, vete de aquí! ¡en nombre de Dios te ordeno que te alejes de mí, ahora! ¡Te lo ordeno en el nombre de Dios! ¡Fuera de mí! Inexplicablemente el dolor desaparece de su rodilla y lo inflamado se convierte en recuerdo, en menos de un minuto.  El cuerpo de Minga  tiembla, en esta ocasión de gozo, porque ha sido escuchada, porque Dios no la dejó perecer en el desierto,  porque tiene un camino preparado  que ella debe de recorrer, porque la ama, porque es una guerrera que morirá cuando deba morir, en el lugar y la hora indicada no antes ni después.

Recupera el  ritmo y se vuelve sombra nuevamente del coyote,  ya no hay dolor que la detenga ni oscuridad que la atemorice, no hay camino lo suficientemente grande que ella no pueda andar, ni cerros para escalar,  ni tunas, ni cercos que detengan la labor de Dios en su vida.

El coyote  y su grupo permanecen dos días y dos noches en el desierto,  el recorrido desde Agua Prieta hasta Douglas  es de 125 kilómetros (los cuales recuerda  metro por metro)   en carrera se dispersan  entre los nopales al aviso del coyote, para ser   recogidos  al pedalazo  en Douglas por los automóviles que los llevarán a  Phoenix, Arizona. Y allí pal real es otra historia.
Diez años han pasado desde ese entonces, las cicatrices en el cuerpo y en el alma permanecen allí, pero el dolor se ha ido. Minga  no es una mujer de ir a las iglesias, tampoco adora imágenes, su vida la rigen dos únicas  normas: no pedir lo que no  se ha dado; hablar con la verdad siempre.  Y si pudiera agregar una tercera diría: cada acción tiene su consecuencia: buena o mala, el procedimiento es cuestión de cada quién. También   ha comprendido  en ese desierto que se puede tener Paz en la Tormenta no importan las circunstancias, Él siempre está allí para vos.

Trabaja en Nebraska como    caminadora de perros y es tan indocumentada como los doce millones que   habitan las tierras del tío Sam.  Cada vez que alguien pregunta, ¿en dónde está Dios?, ella contesta: está en todos lados y es como agua en el desierto,  pero  todo depende de tu fe.

Ilka Ibonette Oliva Corado
Lunes, 24 de mayo de 2010.
Estados Unidos.

7 comentarios

  1. Ilka, gracias por esta Gran Historia, que parece mas escrita para una pelicula, y no sacada de la vida real….en verdad tenia mucho interés por conocer un poco de las vivencias de aquellas personas que deciden emprender un viaje de estos, y que para muchos es el mal llamado, viaje sin regreso… nunca imaginé los tantos riesgos a los que se expone un ser humano en estas circunstancias, y todo por la necesidad de surgir y cumplir sus propios sueños… Le pido a Dios que no desampare a ninguna de estas personas que por una u otra razón se encuentran lejos de su patria y de sus seres queridos…

  2. Si no fuera por que es real, seria una magnifica historia de ficcion macabra. La aventura del «mojado» hay que vivirla para creerla. Hay degradacion humana por todas partes y por si fuera poco hasta Dios se desvanece.

  3. Es impresionante Ilka lo que puede vivirse en ese lugar… y pensar en cuánta gente, adultos y niños, aún están cruzando esas fronteras… Pienso tambien en esa niña, y en cuántas niñas y mujeres son abusadas sexualmente… que Dios siga guardando a toda esa gente que busca un mejor mañana lejos de su hogar…
    Un abrazo!!

  4. Gracias Ilka, muy bien descritas las dos fronteras, la humana y la divina. Que Dios te de larga vida, vida de calidad. Esperamos tu próxima entrega.
    Alfredo

  5. DEfinitivamente solo las personas que lo vivieron en sangre propia saben lo que se siente….
    pero como dices Dios esta en todo lugar y depende de tu fé…
    Dios provee ante cualquier necesidad !!!
    !!!!Animo hay que disfrutar la vida porque no hay otra!!!!!y como siempre que t siga fluyendo….

  6. Estimada Ilka: una historia conmovedora. Una sola gota de agua en ese terrible mar de indocumentados. Que Dios tenga misericordia de los que siguen emprendiendo esa aventura.
    Como siempre, dándonos lecciones de narrativa. Un beso chapin. Chente.

  7. Definitivamente una historia alentadora para vivir agradecido. Le pido a Dios que esa niña, que hoy tendra un poco mas de veinte, hay encontrado ayuda emocional y espiritualmente.

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