Del merequetengue causado por el baile hormonal.


La bocina del automóvil sonando sin cesar le avisa que sus amigas ya están allí. Instantáneamente la llaman a su teléfono celular, ella contesta sin urgencia
─ ¿aló? La otra voz que apenas se escucha entre la bulla que han de tener dentro del automóvil objeta.
─Púchis vos estás en Estados Unidos, ya te dije: acostumbráte a contestar el teléfono con el ¡hello!; no con tu mustio ¿aló? Te escuchás como recién bajada de la montaña…

─ ¡A la gran diabla, ya shó! ¿Y vos? De Chiquimula tenías que ser… viviendo en una ciudad en donde las únicas subidas son las de las gradas de los edificios y la exclusivas curvas son las del American Eagle de Six Flags te venís y te comprás un carro de doble tracción pensando que andás en los potreros de tu tierra. Dejá de estar jodiendo. Ahora mismo bajo.
Las amigas no le perdonan a Gaby que con los años que lleva viviendo en América, ella insista en seguir contestando el teléfono como lo ha hecho siempre: ¿aló?
Baja lentamente de su apartamento ubicado en el cuarto nivel de un edificio que se encuentra muy cerca de la intersección de las calles Kedzie y Sheridan en el suburbio de Evanston, Illinois ─pueblo en donde se dice que habita el fantasma de Al Capone─. El ascensor no funciona desde hace cuatro días y le toca bajar por la escalera, el camino se vuelve fastidioso, no es nada gracioso bajar y subir gradas cuando se tiene una torcedura, doblón, hinchazón o esguince en primer grado en un tobillo, como lo es su caso.
Al llegar observa que las dos camionetas Suburban están hasta embotadas, con tanto peso. ¡Quince mujeres en total! El motivo de la reunión es la celebración del cumpleaños número cuarenta de la amiga filipina Eimy, y también su primer salida del cautiverio. Es felizmente madre primeriza, un hermoso varón, después del parto quedó igual de flaca, comiendo como siempre: arroz blanco con adobo. Pero apenas salió de la recuperación de la cuarentena y mandó a tientas buscando su teléfono celular un S.O.S. A las salvavidas de cabecera. Inmediatamente acudieron a cubrir la emergencia, en esos menesteres se pintaban solas, (menos la cleta del esguince a quien siempre pintaban en el camino) Aquellos carros van ticucos casi a reventar con la gracia de colombianas, mexicanas, guatemaltecas, catrachas, coreanas y una maja española. ─Un carro tomado por asalto en fin de semana por mujeres y en «noche de luna llena» suele ser un confesionario ambulante ¡las cosas que se escuchan!─.
Eimy es la dueña de la noche. Así que es ella quien decide a dónde les apuntará la nariz, comenta que tiene ganas de ir a bailar a un lugar en donde la apachurren manos rústicas porque las de su esposo son muy finas y que, por favor, ¡la zangoloteen como nunca! Alguna amiga boca floja le dijo que los latinos se pintan solos para esos trotes. Quiere ir a un lugar de poca monta, allí han de abundar.
La chica del esguince no lleva ganas de bailar, aceptó la tortura de salir, sólo porque es el cumple de su amiga, y además es a votación popular, y ante todo dedocráticamente por culpa del esguince, la conductora asignada, designada, señalada y ensartada de la noche. Se ha tenido que calzar con zapatos de tenis, son los únicos que soporta en el momento, pantalón de lona y el rostro limpio sin maquillar, una cola de caballo en el cabello y ¡juímonos! Ella sugiere ir a otro tipo de lugar, y romper con el mito de que los latinos sólo habitan «nocturnamente» en lugares de poca monta.
La tía española comenta que también se les ve en discotecas del centro de la ciudad, lo que pasa es que se gastan su buena pasta en comprarse una veintiúnica mudada para aparentar estar económicamente en un escaño, pestaño y aledaño a un nivel «social» que de la talla. Pero al bailar con ellos te das cuenta que las manos son igual de agrietadas que las de los mozos que bailan en el sur de la ciudad.
En el único lugar en donde ser dama te concede el privilegio de entrar gratis a las discotecas; con eso de la revolución, evolución y justificación femenina valiste pura estaca o flojita y cooperando: te tenés que caer con el dinero de la entrada o váyase a descular hormigas a otro hormiguero.
En Estados Unidos, te invitan los pretendientes al cine y cada quien se va por su lado, se juntan en la puerta y cada quien paga su entrada, te invitan a comer helado y vos pagás el tuyo, quedan de ir a bailar: entran juntos a la discoteca y se vuelven a ver las caras a la salida; te invitan a los encontronazos eróticos y te toca pagar la mitad del motel y llevar los anticonceptivos; si el fulano te pide trío te aseguro que no te hasta hablando de un CD de los Panchos para romantizar el momento; no hay peros, revolución femenina querías ahora hacéle y lo peor de todo: ¡es normal!. ¡Aquí andarían sin rienda unos modelos que conozco de la estirpe canina! ¡Si no tenés los pies bien puestos en tierra firme, cualquier viento de la ciudad te bota!
La mexicana que delira por la música duranguense sugiere ir al Ranchito ─un lugar ubicado en la calle Milwaukee del suburbio de Des Plaines─ y hacia allá se dirigen pero no aguantan el trote de tanta sacudida y salen huyendo cuarenta y cinco minutos después. Con las palpitaciones del corazón en el cielo de la boca, a punto de salir expulsadas al menor intento de tomar aire. La española sale lanzando mil conjuros y lo único que se le logra entender es que: ¡coño! ese lugar está lleno de ¡gilipollas! La chica del esguince y la coreana salen andando en cámara lenta, sin mayor espanto, es tan normal encontrarse asoleados todos los días, ¡y no sólo en las discotecas!
La colombiana sugiere que vayan al restaurante-bar Pueblito Viejo, a comerse una buena bandeja paisa. «¡Ta bueno vonós! » Se escucha un coro en una sola voz. Y se vuelve a apropiar de los carros aquel enjambre de avispas en noche de luna llena, con dirección hacia la avenida Lincoln ubicada en el corazón del pueblo Lincolnwood en la ciudad de Chicago. Pero todo parece indicar que no es noche para parrandear, el único atractivo del momento ─aparte de la bandeja paisa─ es un tísico imitador costarricense de James Bond. Adulador, religiosamente como latino que es, seductor, rabo verde, pasado de los sesenta con la cabellera teñida de rubio, se toma el atrevimiento de acercarse a la mesa y presentarse, después de una breve introducción, casaca o tushte, de su vida; le lee las palmas de las manos a todas, con la excusa de que su madre fue gitana y su padre director de cine ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Acertó en unas cuantas verdades, ¡pero no hace falta ser gitano para tratar de seducir a una mujer «y menos a las pasadas de treinta»! En fin… también hay payasos ambulantes.
Con la desilusión de la cenicienta están a punto de dar las doce y ya nadie tiene ánimo para ir al centro de la ciudad a buscar de discoteca en discoteca quien baile una buena batucada. Pero les sale al paso desde el otro lado de la avenida la solución para la salvar la noche.

Es Latin Bliss, allí abundan los sudamericanos, si quieren un su boliviano, ecuatoriano o peruano para que les hable en diminutivo siempre, ¡aquí se pescan!

Diez dólares la entrada, y en manada se dejan caer en la
pista de baile, todas contra todas, la música hip hop está en su punto, la chica del esguince tiene como salvedad ir a sentarse en una de las pocas mesas con sillas desocupadas, por lo regular ponen mesas sin sillas, así es que acapara una para colocar su pie y otra para sentarse, y allí está silbando en la loma, cuidando aquel resto de bolsas de las amigas; sentada a horcajadas como macho brabucón. Si cruza la pierna como señorita, le duele mucho el tobillo, así es que se despreocupa del que dirán y se aplasta como puede no como debe. ¿Pero en ésta vida quién dice lo que es correcto y lo que no?
El reggaetón no se hizo esperar, y Don Omar encendió los ánimos con su Pobre Diabla, la pista está a reventar. Piensa: «es cierto abundan los suramericanos!, flacos, bajitos, con los diminutivos en toda palabra que mencionan. No tardan en irla a sacar a bailar, pero sus respuestas son directas: no gracias, no puedo, tengo el tobillo inflamado.
La respuesta no es tan convincente, se preguntarían los bateados: ¿Qué hace entonces allí zampadita si anda con el tobillito inflamadito?
Fascinada busca entre la multitud a sus amigas, el grupo se desmosteló y cada una anda con pareja, divertida observa a su amiga chiquimulteca que como sanguchito la tienen entre dos. Piensa: «¿si la vieran la vecinas puritanas del pueblo?» En Estados Unidos está haciendo realidad su fantasía: ¡tener un hombre por delante y otro por detrás…! Las luces y el humo y la música hacen de aquel lugar una invitación a jugar con lo prohibido. Los cuerpos sudan, se topan, se tocan, se acarician, al ritmo de la bachata. El ritmo le despierta la sensualidad a cualquier ser humano que esté en ese momento dentro del recinto. ¡Pero ella tiene la pata mala! Le ha echado el ojo a un moreno que no tarda en irla a sacar a bailar, al escuchar la respuesta, y por no regresar humillado a su mesa, se queda unos minutos conversando con ella, es un colombiano encantador, del departamento de Chocó. ─Hacé de cuenta Izabal de Guatemala─.
El instinto de leona, porque su signo zodiacal es Leo, no por otra cosa, le está armando una revolución en la sangre pero se sosiega y deja ir al príncipe. ¡Perra pata mala!, y se toca el tobillo, por tu culpa ando dejando ir papaítos… ¡pero hay veces que el pato nada y otras que ni agua toma!
Las amigas siguen enloquecidas con la bachata, algunas ya están guindadas, como racimo de guineo maduro, de los cuellos de sus bailarines, otras; de cachete con cachete, pechito con pechito, ombligo con ombligo, y… lo demás ya no se logra a distinguir hay mucho humo y la luces esconden lo que debe de esconderse. Piensa: «Malaya esa canción con el colombianito» mientras chotea el volcán de bolsas, no sea que se quieran peinar una.
Lo único que puede hacer desde su lugar es tomar fotografías para que queden como prueba del delito. En esas está, cuando, tratando de enfocar a la tía española ve entrar a un hombre que le ha robado el aliento, olvida la fotografía y lo sigue con la mirada, es un moreno, zambo, prieto azabache que así al tanteo medirá 1.90 Mts. De una musculatura de acero, pero va agarrado de la mano con una chava que seguramente es su novia, el grupo se dirige a una de las mesas que quedan a su espalda, entonces, como no le queda de otra, controla sus instintos, y sus hormonas porque está ovulando, y trata de olvidar al hombre que le ha robado la cordura.
El merengue de Wilfrido Vargas hace su entrada triunfal, no puede ser… es su música favorita, pero sigue enojada con su tobillo «por la gran puta, a qué horas se me dobló ésta mierda».
No han pasado ni cinco minutos y se planta frente a ella: el moreno-zambo-prieto azabache. La saluda en inglés muy cortésmente, demasiado para el tiempo en que están viviendo porque la trata de señorita y en el mismo idioma le pregunta si gusta bailar, ella enmudece… como le sucede regularmente cuando está ansiosa… instantes después ella le devuelve el saludo, quisiera darle las gracias por lo de señorita, pero que tampoco se lo vaya a creer porque morirá engañado.
El dolor del tobillo desaparece en el instante y como quien lleva urgencias de llegar tarde a algún lugar, se levanta en un santiamén y comienza a entregar las bolsas a las respectivas dueñas, ¡que las carguen a mecapal así como hacen todas cuando salen a bailar! Encuclillada encuentra a la amiga chiquimulteca, como no le encuentra las manos le clava la bolsa en el cuello, buche, pescuezo. Las amigas salen en manada a detenerla, porque anda con la pata mala y que el lunes tiene que ir a trabajar, ella les contesta que el domingo pasará con la canilla metida en una cubeta con hielo, tomará diclofenaco, se hará lienzos de agua hervida con apasote, vinagre, siete montes y una buena chilqueada; y si le da gripe por lo del hielo, hará el esfuerzo de tomarse a regañadientes siete octavos y un limón, pero que por favor la dejen bailar antes que «el aparecido» se desaparezca.
Y allí está; bailando su música favorita en noche de luna llena, con un lobo que brincos diera porque se la devorara toditita toda, ese hombre de manos grandes de brazos fuertes y velludos. ¿Por qué no se desabotona la camisa? ¡Dos botones! ¡Sólo dos botones para degustar de la selva que ha de habitar en ese pecho! El suplicio de tener a ese hombre tan cerca contorneando sus caderas le está enciendo la piel y poco falta para que el fuego recorra sus venas. El sigue charlando, sonriendo a cada instante, ella está embobada con esa barba dejada sin afeitar durante tres días, ¿Cómo se miraría tendido en su cama? ¿O en la alfombra de la sala de su apartamento? ¿O aunque sea tendido en lazo, pero quiere imaginarlo tendido? ¡Posando para ella, sólo para ella!
Esa atmosfera nocturna, las mujeres con sus blusas escotadas, aretes, pulseras, perfumes, ellos con sus cuerpos sudando, humo, luces, roces, libertad, es tan fácil traspasar los límites. Que la culpa no se deja ver, hasta pasada la emoción del momento. Las amigas ya llevan cuatro mojitos en la espalda, la chiquimulteca y la filipina están pidiendo pelo, sentadas cuidando las bolsas de las demás. Y ella, ella está allí; lúcida pero delirando, sin una gota de alcohol, bailando con ese hombre que le ha despertado las ganas, la ha revivido, hacía tiempo que su cuerpo no se excitaba de esa manera en un baile ¿o era culpa de la ovulación?
Su imaginación se había soltado de la rienda y allí estaba andando solita, libre, sin autorización y sin pedir permiso, se permitía pensar lo que se le daba la gana, tampoco era dueña de sus movimientos; su cuerpo se mandaba solo, contorneándose al ritmo del merengue, la salsa, y reggaetón ¡Está bailando reggaetón!
Desnudo, piensa: ¿cómo se vería desnudo?… mientras él le da giros y giros y habla sin parar, ella no presta atención tan sólo lo ve y lo siente, pegado a ella, piel con piel, ¿Por qué piensa en verlo desnudo, si ellos se ven mejor en ropa interior? Está desvariando definitivamente, y teme en cualquier momento perder la cordura y de un brinco estamparle un beso en esos labios gruesos y carnosos… acariciarlo y llevarlo a las carreras en esas urgencias de la pasión atrás de alguna puerta, y meterse bajo las mesas, pedir permiso al joven de la barra y esconderse entre las cajas de limones y cervezas, él le ha despertado una pasión loca.
Piensa que si el «aparecido» le pide su número de teléfono se vengará de todas la veces en que se lo han pedido con anterioridad y por mojigata no tuvo el
valor de darlo, ─¿está hablando del número de teléfono verdad? es que después se quema sola─ y en ésta ocasión le dará hasta la copia de la llave de su apartamento. Respira profundo mientras él habla y habla y sonríe y sonríe, siguen bailando sin música, ya no hay música, no la escucha; tan sólo ve mover esos labios que a gritos le piden robarle un beso. Respira profundo nuevamente… no, la llave del apartamento no. ¡Calmáte mujer, cordura, sosiego!
Se presenta como Humberto pero le dice que le puede llamar Beto ¿Beto? Pregunta ella, ¿de dónde eres? De Guatemala de un departamento llamado Chiquimula. Piensa « ¡…Uta ma!» ¿De Guatemala?, vaya casualidad yo también soy de allá, de la capital; mi papá es de Chiquimula también. Soy Gabriela pero me podés llamar Gaby. El prieto azabache le ha parecido demasiado domesticado para ser oriundo de Chiquimula, sin embargo; no ha sido él quien marca los pasos de baile, ese es un buen punto a su favor.
Muere por preguntarle si es soltero, casado, viudo, arrejuntado, homosexual, bisexual, ¿y si la chica con la que entró es su novia, cashpeana, trinque, trance, agarre, güisa? Pero mujer, piensa para sus adentros, si fuera la novia ya hubiera venido a marcar su terreno. Él sigue con la conversación sin percatarse de que su pareja de baile anda deambulando en los ríos de la excitación. Le dice que trabaja en construcción, cuando las casas y edificios están en su etapa final, él va a revisar que todo esté en orden, pisos mal puestos, alfombras mal pegadas… ¿alfombras? Se imagina allí haciendo el amor a plena luz del día, en los apartamentos vacíos, revolcándose en las alfombras, en los baños, en las cocinas. ¡En las escaleras de las casas!
Imagina llegando juntos a invernar por algunas horas a alguna de esas casas, y en las prisas del amor, desvistiéndose con urgencia, dejando la ropa tirada por doquier, para finalmente caer juntos tumbados sombre la alfombra; siente su cuerpo ser devorado centímetro a centímetro por esos labios carnosos, sin sábanas, sin almohadas, solamente piel con piel, siente el olor de esos dos cuerpos acariciándose, borrachos de pasión, yaciendo juntos en un romántico y excitante instante lleno de erotismo: tan propio del amor.
Pero ella no siente amor por el fulano ese, es sólo encantamiento y una especie de atolondramiento, no puede estarse imaginando haciendo el amor con un extraño, ¿en qué cabeza cabe? ¡Sólo en la de ella que tiene el cuerpo abrumado por la ovulación!
Están por dar las tres de la madrugada y queda muy poco tiempo para que cierren la discoteca, las amigas ya tienen media hora de estarla esperando, todas sin zapatos, descansando los pies, ambos no han parado de bailar desde que empezó el merengue de Wilfrido Vargas.
Él por su parte piensa que esa mujer de caderas prominentes y contorneantes, es una bailarina profesional, el tono de su voz aguda lo enloquece, no ha parado de sonreír en toda la noche, ¿tendrá novio?, hace tiempo que no anda con latinas, se ha dedicado a ser cazador de gringas y polacas, ¿aceptará algún día ir al cine con él?, ­¿o almorzar? ¿A caminar frente al lago?, algo hay en su mirada que lo intimida, que lo hace sentirse vulnerable cada vez que sus ojos se encuentran, tiembla, su cuerpo tiembla cada vez que se acerca al de ella.
La imagina frágil, seductora, abrazados, desnudos bebiendo juntos en la misma copa de vino, a la luz de las velas, acariciando sus muslos, mordiendo su espalda, deslizando su lengua desde el cuello hasta la punta de los pies, bebiendo el manjar que brota de su cuerpo excitado, que lo llama a gritos, y él responde porque también el suyo la llama, la necesita, hasta que se encuentran y calman esos deseos y explotan juntos quedando extenuados en un remanso de placer y amor. Piensa… calmáte Beto que ella leerá tus pensamientos y a freir niguas te va a mandar por morboso!…
Las bocinas se apagan y las luces se encienden, ambos despiertan del trance aquel en el que han pasado sumergidos durante casi tres horas. En la amontonazón de la salida se están intercambiando los número de teléfono, ¿Beto cuál es tu apellido? ─pregunta Gaby para agregarlo a sus contactos en su teléfono celular─ Ramos, Humberto Ramos.
-¿Qué? ¿Ramos?, pregunta otra vez desconcertada Gaby, -Sí- asustada le dice que ella también es Ramos.
Ya afuera en busca del estacionamiento, conversan y escudriñan en el árbol genealógico y temiendo lo peor, ambos se llevan la decepción de sus vidas, porque terminan por darse cuenta que son primos hermanos, Humberto es hijo del hermano mayor del padre de Gaby. El tío Felipe, que ella nunca conoció, ya que su padre abandonó Chiquimula cuando tenía catorce años de edad y nunca más volvió al pueblo donde nació. Y los hermanos Ramos Flores se llaman por teléfono sólo cuando muere alguien.
La posible relación con la que ambos soñaron se esfuma en una fría madrugada invernal de febrero del año dos mil cuatro. Prefieren dejar las cosas como están y juntarse de vez en cuando para ir a bailar. Una hora después mientras conducía uno de los carros, ya de regreso hacia su casa, se tuvo que quitar el tenis, porque lo inflamado del tobillo no le daba pelo, y el día domingo lo pasó sentada en una silla con la pierna metida en una cubeta de hielo, con dolor en el tobillo y en el corazón.
Gaby supo por Beto que tiene treinta primos, en primer, segundo y tercer grado, en la ciudad de Chicago. Los ha ido conociendo poco a poco. Sin embargo… Ese par… cuando bailan se entregan uno al otro en cuerpo y alma, la pista es la única cómplice de ese tórrido romance entre caderas, porque no puede ser con el cuerpo entero, en la intimidad del amor.
Nota: los nombres, los lugares y el tiempo han sido cambiados por salvaguardar la identidad de los personajes que vivieron ésta historia. Con aquello de que salen clavos del puro aire.

Ilka Oliva Corado.
20 de febrero de 2010.
Estados Unidos.

8 comentarios

  1. Hijuela! la verdad que todo iba bien…pero como que te urgía terminar la historia, me parece que la «trama, idea, o lo que sea» daba para más. Muy bueno sigue escribiendo asi… Besitos peteneros.

  2. Ilka linda: ¡Que barbara! Hoy si te vaciaste, espero que hayas dejado un pushito pa después.
    Que imaginación y que narrativa tan rechulis.
    Lo dicho, tienes madera para escribir novelas- Échate al agua, ya encontrarás editor y hasnos gozar capítulo a capítulo.
    Lo vas a disfrutar escribiendo.
    Un beso chapín. Chente.

  3. Paciencia que ya le llegara «El Mayate de sus suenos», al menos ya lo idealizo y hasta razaron el nivel del 'org…..punto com' en sus picaras musas.
    «Siga asi, y vera que solo con trapeador en mano la dejaran entrar a las pistas de chonguenge, o por despiste con su botecito de aserrin». Hace rin, rin, rin… Que bonito es el amor, hasta cuando la mujer lo descubre a uno.

  4. ¿Cuándo bailámos?!

  5. Ramos, Humberto Ramos…que no aprendiste en la cena a leer las manos? Beto..Ve To_do lo que me hubiera evitado si desde el principio el nombre le hubiera preguntado.

  6. a la gran puchis!!!! pobre la gaby quedo como dicen los salvatruchas» como trapo de colar atol» con la hormona toda alebrestada, y ya que estamos en los estados unidos y agarramos costumbres de todas partes hubieran puesto en practica el dicho mejicano aquel de » a la prima se le arrima» jajajaja…. muy bueno patoja, como siempre muy bueno!!!

  7. A la gran… pasa en las novelas, pasa en la vida real.
    Ilka, no has ofrecido tus libretos a Televisa o a Venevisión?! Lo único que falta es que aparezca el papá de Beto, muchos capítulos y sufrimientos después, a confesar que él no es en verdad su hijo, sino un niño abandonado en la escalinata de la iglesia hace 30 y pico de años y que por lo tanto pueden consumar su amor alejados de todo pecado!
    Se podría llamar algo así como «Amor de caderas» jeje

  8. No puede ser! Tan bueno que iba estaba todo! Ya me imagino el rostro de Gaby cuando se llegó a dar cuenta que el bello «aparecido» era su pariente. Esa fue una mala jugada de la vida.
    saludos,
    Gladys

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.