Sábado de pepián antigüeño. Si pues…


La ilusa me pidió que por favor, pero que por favor, no cantara la historia, ¿o contara? Que mejor me inventara una de los Pitufos, de Bonanza, del Gran Chaparral, o ya a las perdidas una de MacGiver. Me dijo que sería ideal que me descociera enumerando mis aventuras de niña mala.
¿Mis pato aventuras? No, no y no.

Pues regresando al tema del pepián antigüeño, sepa la verdad cómo sea, porque el que yo hago me sale color café, el que hace una amiga le sale rojo, y así han de haber de mil colores me imagino. Con eso de que cada cleta se cree cocinera.

Pues todo comenzó cuando aquella una (Aurelia López-Pum) me envió una invitación en un mensaje de jetabook, para reunirnos dentro de un mes, en su apartamento en el centro de la ciudad de Chicago. La fecha llegó.
El anzuelo lo tiró con una carnada que cualquier pez se iría de boca al verla: ¡haré pepián antigüeño! ¿Pepián antigüeño? Pensé inmediatamente en la delicia que sería probarlo, revisé mi libreta y cabal, estaba libre ese sábado (como todos los otros) y regresé el mensaje ya con el sí adjunto. Pues pasé todo el mes velando el mentado pepián, conversamos con las otras participantes a tremenda faena y quedamos en llevar el postre.
En la mañana por primera vez hice caso omiso a las enseñanzas de mi Nanoj, con aquello de comer antes de salir. ¿Pero cómo podía comer si allá me esperaba semejante banquete? Medio me mastiqué unos pedazos de piña y comencé a preparar viaje, porque vivo de su casa a una distancia más o menos de cien kilómetros. En el camino pasé a Sunset -una tienda tipo supermercado que están ubicadas estratégicamente en suburbios ricos– con el afán de no llegar con un pastel rascuache y quedar como toda mi carota. Aquella es medio fifí, de las que te saludan de beso en la mejilla y un intento de abrazo. Pero como diría mi abuela: uno tiene que aprender a convivir con todo tipo de gente. ¿Verdá Aurelia?
De nada sirvió el esfuerzo de desviar el camino hacia Sunset porque otra de las invitadas al festín olímpicamente me bateó llevando una magdalena de una pastelería Suiza.
Me costó un ovario y la mitad del otro encontrar estacionamiento, ya que en la ciudad quien vive en edificio estaciona su carro en la calle, cosa muy distinta sucede en los suburbios en donde cada quien tiene su propio espacio para estacionar. Para no cansarte que ya medio mareada de tanta vuelta logré estacionar, con el hambre que me hacía rechinar las tripas –y hasta con volumen de chinique-. Eran las cuatro de la tarde. Y yo, ya iba viendo pasar las tazas bolas a rebalsar de pepián, con chilito chilpete, el muñeco de tortillas respectivo y algo pal pecho.
¿Cuál fue mi sorpresa? Que al llegar me recibe la ilusa, hipócrita y ensambladora profesional del cambalache del: te doy gato por liebre…
Por instantes me sentí en el mercado central, específicamente en el área de artesanías, cantaritos por aquí, comales por allá, cuadros, mantas, y una inmensa hamaca guindando de dos ganchos empalmados entre el techo y la pared; el primer asalto de adrenalina me hizo tirarme sobre la hamaca y ya no di tiempo a que la anfitriona me avisara que la tenía de adorno nada más, así que con la misma aviada instantes después caí de culumbrón en el piso de madera. Pensé ya adolorida y resignada: “menos mal que no traía vestido”. Dejá lo del vestido… que hubieran chicos entre la concurrencia, ya te imaginarás yo enseñando el número de mi cédula de vecindad. En ese momento se darían cuenta que no soy de Jutiapa sino de Escuintla. ¡Se darían cuenta que soy una embustera! Porque para mi dolor, sólo el pedacito de mi cordón umbilical está enterrado en la casa de mi abuela en Comapa, porque mi partida de nacimiento y mi cédula son de Santa Lucía Cotzumalguapa. Así que: ¡oficialmente soy golondrina! A eso ha de deberse el que sienta debilidad por el viejo muelle y los atardeceres del Puerto de San José.
Y Todo porque los dolores de parto tomaron por sorpresa a mi mamá mientras visitaba a mi abuela durante un fin de semana. Y la socarrona confabulación de que el alcalde estuviera de vacaciones para cuando se recordaron que debían sacar la mentada Fe de edad.
Retornaron a la Gomera, y se les olvidó por completo que yo era una cría, más bien me tomaron por una aparición (que también comía y usaba la nica) que había salido del vientre de mi mamá en una tarde lluviosa y nublada. Cuando vinieron a reparar en que era de carne y hueso ya habían pasado casi dos años, y a las carreras decide mi papá ir a ponerme el sello a la alcaldía de Santa Lucía Cotz., ya en las averiguaciones de papeleo y multas, se revisó las bolsas del pantalón y no contaba con la cantidad para pagarlas así que con aires de Javier Solís le cantó una canción a una de las secretarias; y ella envuelta en el fuego vivo de la seducción sin mayor empacho accedió al chapuz así es que aparezco con dieciséis meses menos, y que nací un veinte de noviembre y no un ocho de agosto. Pero cuando le pregunto a mi papá dice que son mentiras de mi mamá, si le pregunto a mis tías risa les da. En fin que cuentan que hasta el nombre me cambió mi papá cuando iba camino hacia la alcaldía.
Logro detenerme en pie después del severendo sentón, sólo para enterarme que la anfitriona que prometió hacer pepián antigüeño y rellenitos de plátano, no había echo ni pura rosca.
Nos sentó en la sala y con maneras de princesa de ensueño, nos relató que había estado muy ocupada y que no pudo hacer el empaste. Pero que se comprometía a invitarnos a comer al restaurante: ¡El Tinajón! O al argentino: Tango Sur, a donde se nos roncara la gana nos llevaría. El rostro se me desencajó de tal manera que ni saliva pude tragar, me sentí como a tuza, la señorita del pastel Suizo enmudeció. Segundos después ambas parecíamos pericas subidas en árbol de aguacatillo peleando como saraguates ¿o saraguatas?, con la infame. La veladera que tenía por el pepián apretujó mis intestinos, las tazas bolas desaparecieron, los chiltepes y ahora sí, necesitaba a como diera lugar algo pal pecho… me regaló un vaso de agua fría, que no hizo más que congelarme la garganta. Así que en media tartamudeadera comenzó la alegata, mientras buscaba sus llaves y a encaramarnos en su camioneta en busca del restaurante peruano Ay Ay Picante –vaya nombrecito-.
Me sentí tan defraudada como cuando voté por Pollo Loco, Gallo ronco, Pollito Peluco ¿cómo es que era? , ¡alagrán!, sólo de recordarme, ¿o acordarme?, se me afloja el estómago… me arde la cara sólo de recordar que voté por el que nos daría sin mayor apuro –a manos llenas- yuca con chicharrón, para mantenernos con la boca llena y acuclillados en el baño mientras se desaparecían los millones, billones y hasta el infinito… de plumas de quetzal… ¿Asoleado que es uno va?
Pues aquella tiene buena pinta para ser diputada, porque promete y promete mientras nos la…, nos la hizo muy bien. Llegando al mentado Ay Ay Picante nos recibe un mesero que desde el: ¿para cuántas personas? Le eché color que era de Guate: y cabal, el ishto de diecinueve años eran recién llegado de Xela, al entrar en confianza y con la casaca de ir a llenarnos los vasos de agua a cada cinco minutos se quedaba repesadito en la mesa, contando lo hermoso de aquellos verdes paisaj
es, del frío, de las shecas y de la receta de su abuela para hacer el pepián, terminamos confabulando en que habían cinco meseros guatemaltecos y solamente dos peruanos, hasta el chef resultó ser de Zunil ¿cómo la ves? Nos hemos vuelto tan íntimas del los meseros que hasta nos terminaron regalando el postre de la casa, un flan: ¡delicioso!
A punto de pagar la cuenta -que por supuesto le tocó a la futura diputada- estábamos cuando entró galante una de las presentadoras del noticiero local de Telemundo. En la emisión de la noche anterior había salido llorando, demacrada, suplicando por la ayuda para Haití en un Teletón realizado por varias cadenas televisivas. Ahora estaba allí ¡jampona!, con aires de diva, sentada en una mesa especial, -así como en los hoteles sucede con la habitación presidencial- , voltea a cada instante pensando atrapar a alguien observándola, a algún desmemoriado que quisiera reconocerla, a algún admirador o admiradora de su cletitud profesional. Estaba allí a dos manos, que aunque con cubiertos y finos modales, se soloqueaba los platos de mariscos y carnes rojas, ¿Pero si la noche anterior suplicaba atormentada por ayuda para Haití? ¿Habrá tenido en el transcurso de la noche algún accidente que la dejara descerebrada? ¿Qué le provocara amnesia? ¿Cómo puede lucirse con tanto ego, con alcurnia de gringa desteñida? Porque aunque en televisión sólo hable español y hasta con modismo mal empleado, en ese lugar sólo hablaba en inglés, –guashquero por supuesto- ¿pensaba acaso que el resto de los comensales no entenderían? Pero si hablaba con un volumen digno de los ensayos de mi amiga diputada, era imposible no seguir el hilo de su conversación, Tailandia, Japón y Grecia, eran los temas principales, aventuras vacacionales específicamente.
Menos mal ya estábamos por salir, de lo contrario se nos hubiera agriado la cena.
Ya de regreso en el apartamento de Aurelia López-Pum, nos invitaron a cantar el feliz cumpleaños de los vecinos del segundo piso, y allí vamos en manada sin conocerlos si quiera, a cantar a viva voz el feliz cumple., al vecinito de dos años, los patojos -sus Tatas- recién llegados a Chicago, guatemaltecos, todavía con cicatrices en el cuerpo por la revolcada vivida en los túneles de la frontera, ¡pero vivos y con un hijo hermoso!
Mientras nos soloqueábamos algunos pedazos de la magdalena suiza, Sheirín: hija de padres guatemaltecos nacida en gringolandia, contó de su viaje a Guatemala, tenía más de diez años de no visitar la tierra de sus ancestros, y en ésta ocasión lo hizo con el esposo que le moldeó el español con acento chapín, fueron en busca de los gritos de ayuda que les enviaban los niños de una escuela rural a la que ayudan económicamente. En la escuela le tocó limpiar mocos, sacar piojos y jugar una chamusca en campo de talpetate. Ayudó a cocinar los desayunos aprendiendo así a tortear, remendó camisas rotas y planchó pantalones con plancha de hierro que se calienta con carbón. Aquella noche sentadas en el sillón de cojines de güipil en compañía de la tibia luz de las velas, sus lágrimas se dejaron ver, mientras humedecían su rostro de herencia garífuna, lentamente deletreaba la nostalgia que la abrazó mientras el avión abandonaba la pista del aeropuerto internacional La Aurora, y allí arriba sentada en aquel sillón de avión observó el Volcán de Agua que desde su altura la despedía con una fina capa de neblina recostada en su cráter. Prometió volver… regresar para ayudar, para abrazar, y para volver a soñar junto a sus hermanos: aquellos niños de la escuela rural.
La velada terminó con la promesa de que a la otra sí, estaría en primera fila el pepián. Lo que aprendí en esa noche fue: los sábados por ley chapina son de tamales y de cevichón Pérez pero no de pepián. Que el que se compromete… el dedo se… no, no, que el que se compromete… tiene que cumplir…
Y como punto final, me quedo con el buen sabor de boca de aquella noche vívida de recuerdos, de alegre compañía: en espera de sentir el abrumador sazón de la flor de pito en iguashte, que prometió haría para encandilar mis nostalgias pueblerinas. En un sábado que no sería llamado: de tamales ni de pepián, porque sería un sábado de; flor de pito en iguashte… veremos si es cierto…

Ilka Oliva Corado.
Domingo enero 24 de enero de 2010.
Estados Unidos.

6 comentarios

  1. Huy pero que cosas te pasan no??? Lo bueno es que siempre hay una razón para todo, y que siempre estés en buena compañia, saludos amiga!!!

  2. ¿Ilka, cual fue el menù en el restaurante Peruano, o comiste pepián al fin?
    No sabía lo del acta de nacimiento chafa, o sea que eras inmigrante departamental en Escuintla.
    Buen relato sobre el famoso pepián antigueño. El color café o rojo del mismo depende de la cantidad de achiote que le agregues, o chiles guaques. Saludos

  3. Muy buen Relato el que te discutiste Ilka, y estuvo muy bueno que lo hicieras es lo menos que puedes hacer por el engaño que te hicieron. Espero pronto puedas desquitarte comiendo el delicioso Pepian hasta atorarse jeje….

    Es un gusto Leerte, Saludos

  4. Púchica, hablás tan rico a lo puro chapín, que da gusto leerte. Seguinos iluminando con tu palabra. Chente.

  5. Leer esos comentarios, lenguaje tan natural, describir nuestros alimentos y costumbres chapines, cuando vives en el Medio Oriente (Tierra Santa) te cuento que es super doloroso, pero tambien motivador, que viva Guatelinda del Quetzal y felicitaciones.

  6. a la gran puchis vos!!! con esa tu foto tambien se me antojaron los maromitos con flor de pito acompañados de un gran resto de sorias y un pichel de fresco de masa!!! te toco manejar un gran guato, te toco dar vueltas como trompo buscando parqueo, te desculaste, y no hubo pepiancito! yo que vos la cuelgo de los ganchos de la hamaca

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