Contra el olvido.

Parte de mis recuerdos más bellos están asociados a los días cercanos a la celebración del Cristo Negro de Esquipulas, por esa misma razón y curiosamente, cuatro años preciados de mi vida se compactan en un sólo mes: enero.

Hoy escribo la historia que he narrado en más de una ocasión y que prometí (algún día si mi alma me dejaba) referir; para que en un futuro por si la memoria se me descarrila y mi voz deja de existir, lo lea mi compañera de batalla de; ayer y hoy . Escribo para que esa retentiva no quede inmersa (sin su consentimiento) en los túneles fríos de la postergación, a fin que el nostálgico recuerdo sea inalterable, indeleble e inmutable: contra el olvido.

No cabe duda que mi chaveta ha bloqueado algunos sucesos de mi existencia, de eso me he venido a dar cuenta hasta hace algunos meses, en los que me he permitido ir a las profundidades de mi ser y limpiar la escarcha acumulada por el tiempo, pero increíblemente esa parte de mi niñez sigue intacta, tan lúcida, y es que el simple hecho de observar un sombrerito de Esquilas compacta cuatro años de mi vida a un mes; enero. Específicamente al quince del mes, lo primero que se desliza en este invierno blanco, es la forma del tamal de viaje, envuelto en hoja de guineo, la maleta de queso fresco y los titucos (tortillas rellenas de frijol molido y orégano) ese primer recuerdo es el que aparece. Luego una tras otra se van colando las imágenes, los sonidos, los olores, los colores, y el movimiento de pequeños focazos de años que fueron maravillosos.

Ese primer viaje y de los pocos que recuerdo realizamos en familia, lo hicimos en un carro de doble tracción, Jeep, color blanco, mi padre en ese entonces trabajaba como chofer de un viceministro de salud pública: así me lo memoricé, lo recuerdo patente con su bigote espeso y sus piernas rollizas, vestía con guayaberas, blancas; el cigarro nunca se lo desprendería de los labios. Ese día de milagro le prestaron el carro: llegó contando a la casa, así que esa noche preparó mi mamá los tamales de viaje y jule canelos a la mañana siguiente, él, mi mamá, mi hermana (Evelyn) y yo. En ese entonces sólo éramos dos hijas, dos años después vendría mi hermano Guayito y al siguiente la cume: Coque. Así es que aunque son mis hermanos los veo en cierta forma como hijos, les llevo diez y once respectivamente.

Pero el recuerdo no queda allí en ese viaje, tampoco en la única fotografía instantánea que guardamos, también es el recuerdo de nuestro cabello liso, como hilos de escoba de paja, todo fue que nos llenaran de piojos y que el Gamesan no surgiera efecto para que al año siguiente mi mamá terminara realizando su fantasía de ser peluquera y en un santiamén nos lo tusó, fuimos su primer experimento nos dejó la cabeza como grama recién chapeada. Como cabeza de cuque. El cabello resurgió colocho y frondoso. Y así hasta el día de hoy. (Menos mal, mi Tatoj ya estaba angustiado pensó que nos había arrancado la macolla de raíz y que seríamos eternamente calvas).

Entre otras confabulaciones traslúcidas aparecen las calles de la zona 8, el rosado intenso con que estaba pintada la Parroquia La Divina Providencia, allí en sus salones laterales, abrazamos sábados interminables, aprendiendo a realizar pizzas, chocolate con leche que las monjas nos regalaban después para llevar a la casa, eran salvadoreñas recuerdo, una tarde se fueron, sin más explicación sino que había guerra en su país y tenían que irse , a sus retoños los dejaron en un mar de llanto; a aquel grupo de niñas que recibían las clases de manualidades y cocina junto a ellas. Las abrazamos desconsoladas, ellas hacían nuestros fines de semana inolvidables. Cuando llegamos a la casa, mi mamá preguntó que cuál era el problema y apenas balbuceamos entre sollozos: es que las monjas se fueron para la guerra allí al Salvador y no nos quisieron llevar. Lloramos su partida durante varios sábados y aunque llegaron monjas de otras cercanías, a las que se habían ido nunca las pudieron reemplazar en nuestros corazones.

En la zona ocho vivíamos en un apartamento que compartíamos con una de mis tías y su familia, entonces haciendo cuentas éramos diez personas repartidas en dos recámaras y compartían la sala y la cocina. Aquello parecía un triángulo topado de cincos (segundos antes de hacer la levantazón), era un zoológico. Gritos por aquí, llantos por allá. La vecindad la conformaban doce apartamentos y allí más o menos redondeaban la misma cantidad de inquilinos por habitación, allí en esa paredes de adobe engañosamente repelladas con cal, me di la enchilada de mi vida, me daba por desmoronarlas y me metía los puños completos de tierra a la boca, mi Nanoj les puso una pasta de chile chiltepe molido y caí en la trampa, en la vida volví a comer tierra, la orinada que me metí ese día, todavía la siento caliente recorrer entre mis piernas. Já.

La tienda de doña Mary la recuerdo en la esquina. En esos años mi mamá trabajaba como cocinera en la cafetería de Paiz Montufar, llegaba con sus pies hinchados como tamal, mal humorada, no quería saber nada de hijas, de deberes, ni de esposo, lo único que quería era dormir, entonces mi hermana mayor Evelyn que tenía diez años, (yo ocho) iba a la tienda de doña Mary ella nos daba media libra de pollo fiado y lo apuntaba en su cuaderno de espiral, mi hermana-mamá cocinaba el caldo. Me peinaba, se sentaba a explicarme los deberes y no levantarse hasta que los terminara, porque yo siempre he parecido un alma en pena, un remolino, un huracán, (como si me pasara todo el día sentada en un hormiguero dice mi mamá) no tenía sosiego, hasta la fecha no logro quedarme sentada más de diez minutos, curiosamente las únicas tres cosas que logran atrapar mi atención y en cierta forma relajarme son: bordar, leer y escribir.

Aquellos eran los días de comer en el desayuno plátanos con leche, hasta muchos años después (a los 14) conocería las hojuelas de maíz, y mucho después el jamón. Ninguno me gustó, así que tampoco son necesarios en mi dieta diaria. Eran tiempos difíciles pero irónicamente alegres, mi mamá lloraba porque no había dinero para pagar el alquiler del apartamento, entonces siempre se pagaba tarde. Durante esos cuatro años, íbamos mi hermana y yo, tomadas de la mano, a la panadería que quedaba atrás de la iglesia a comprar pan frío de tres días, por un quetzal nos llenaban una bolsa plástica (de Paiz) que mi mama nos daba. Allí se iba revuelto, pan dulce, francés, bocados de reina; y nuestro ingenio, lo echábamos dentro de la taza de café todo junto para no estar revolviendo y lo comíamos con cuchara.

De los caldos de costilla (o de res) no tengo mayor recuerdo, lo único que logro ubicar es la carnicería que quedaba al pie de la bomba de agua, junto a una lechería en donde también nos regalan suero y mi mamá lo hacía requesón, en la carnicería íbamos a comprar por cincuenta len de desperdicio para perros, recuerdo a mi mamá limpiándolo en uno de los lavaderos de la pila, y lo convertía en un exquisito caldo de res.

Enero me trae el recuerdo de mi perro Oso, era mi mejor y único amigo, un día sin más ni más no salió a recibirme cuando regresé de la escuela, lloré mares, sin que nadie lograra explicarme qué había pasado, siete cinchazos de mi mamá en mis piernas no lograron tranquilizarme: lo vendieron me dijo durante la noche. Tres meses pasé llorando día tras día. Después me enteré que lo habían mandado a dormir, desde ese entonces no toco perros, no logro conexión con ellos.

Muy levemente ubico a dos muchachas de occidente que tenían tortillería y vendían carbón, a su casa me iba a meter a comer mamasos de tortilla con sal, a jugar con las redes de carbón y regresaba a la casa recién barnizada, dice mi mamá que lastimosamente no había dinero para fotos porque yo pa
recía hija de pirata.

Y así uno a uno el rompecabezas se va formando, uno a uno los recuerdos de esos cuatro años se unifican en un mes, en las cercanías del día del Señor de Esquipulas.
Enero lo asocio a mis galguerías, chucherías de niña, los picarones, muelitas, arroz chino, chupetes, y los cuquitos compaginan esos días. Tengo muy leves recuerdos de haberlos comido después, durante los siguientes años.

Mi memoria registra para estos días, las tibias mañanas vividas en la Escuela José María Fuentes, en donde no necesito cerrar los ojos para observarte embelesada declamando, con todas tus obligaciones como hermana-mamá siempre estabas en el cuadro de honor, declamabas de una manera que las maestras lloraban en los actos cívicos de los días lunes. Ya no has vuelto a declamar desde entonces, no sé a dónde se iría nuestra niñez, porque nos abandonó de súbito, quedamos pepes de ella, quedamos desnudas de una capa que nos resguardó, mi infancia se perdió a las diez y la tuya a los doce. Hoy escribo para vos, para revivir en tu memoria aquellos días de dulce compañía, para contarte de lo que no te gusta hablar, pero que disfrutás cuando te lo narro; vamos, salí, vonós, vamos a deambular juntas por aquella escuela, sentémonos bajo la sombra de los cipreses, que allí te espera tu seño Rome con tu bolsa de galletas y tu vaso de Incaparina calientita, y junto a ella yo, con los brazos extendidos, despreocupada, despeinada y cholca (sholca). Allí te espero a vos Tribilín de mi infancia y Pelu de mi juventud. Allí te espero para ponernos juntas aquel sombrerito de Esquipulas.

Ilka Oliva Corado
Enero 13 de 2010.
Estados Unidos.

4 comentarios

  1. Gracias Ilka por mandarme tus artículos y por mantener vivos tus recuerdo y compartirlos. Mañana es 15 y me imagino que estarás rondando la zona 8 y posiblemente Esquipulas y Esquipulitas. Un abrazo y el deseo de que continúes produciendo y compartiendo tus reflexiones.
    Miguel Ángel

  2. Excelente Ilka, me agrada leerte y realmente haces que uno viva e imagine los momentos, además de recordarme de mi niñez, coincidente o no, hay facetas que también las viví y las siento como mías, Muchisimas gracias por compartir tan bonitos escritos…

  3. Muy agradable su documento, por coincidencia un amigo me lo hizo llegar.
    yo al igual que usted vivi cerca de donde indica paso su niñez, solo que yo abajo de la linea como le deciamos, en la 39 calle de la zona 8.
    Gracias por permitirme mientras leia recordar esos buenos momentos tambien de mi niñez.

    Saludos desde Guate.
    Alfredo

  4. definitivamente un libro.

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