Entre que: pan pa'tu matate y lúcida nostalgia.


Ya he pedido permiso para contar el cuento. Porque después del aire me caen los cuentazos.
Es sábado (día de tamales) y en el ambiente se siente el frío característico que aparece después de haber nevado. Es el cumpleaños de mi sobrina de leche con eso de que aquí los amigos se convierten en familiares tenés; tías, abuelas, sobrinos, cuñados y primos de leche. Los únicos que no son de leche (menos mal): tráidos, güisos, zoques, prenses, agarres, a ellos se les llama (bajo de agua); amigos con derecho. O como dirían en América: Is my friend. Y allí tu lentitud (cletitud) si atinás o no el mensaje.

Pues llegamos puntuales, mi hermana detesta llegar temprano dice que hay que esperar que llegue más gente para no ir a barrer el piso, a mi me gusta llegar puntual por aquello de que ya no podás encontrar sillas desocupadas, y como en ésta ocasión voy (maneada) con tacones y soy medio patantaca, no creo aguantar más de media hora con mis lindos pies de doncella de cuento de hadas, encasquetados en ese invento de alguna magna persona que no tenía nada que hacer. Llegamos a tiempo. O como diría una amiga: en tiempo. Mi papa siempre recomienda no llegar a abrir el baile y tampoco quedarse hasta que recojan la marimba y levanten del suelo las hojas de los tamales. Pan pa´tu matate mi´ja recuerdo que me decía; hay que saber en que momento se debe de llegar y en cual retirarse. Pero pasé de madrugada por esa clase…
Es el 2do. Cumpleaños de la ishta, tan pilas como la tía de leche, (si pues). La recepción tipo chinique se hace en un apartamento en el primer nivel de un edificio de cuatro pisos, (domiciliar el asunto como buenos chapines) un espacio tremendamente reducido para el bacanal que lo tomaría por asalto en el transcurso de la noche. Los adornos los hizo una tía (de sangre) en Guatemala y los mandó vía paquetería, para que la familia estuviera presente por lo menos en la decoración. Un árbol navideño me saluda desde un rincón, por poco me da el telele al observar que de sus ramas cuelgan brichos. Me detengo repesada en el umbral de la puerta, y las escucho, reconozco patente el ruido que producen en el tiempo, a galope vienen las tardes decembrinas de mi infancia y pum, pum, pum, el corazón se agita, puedo escuchar el parpadeo sanguíneo, pum, pum,pum se abre una puerta y entro en los laberintos de la memoria, pum, pum, pum el pulso se inquieta, estoy allí en ese apartamento, sola con mis recuerdos, completamente sola con el sombrerito de Esquipulas que suele ser a veces la memoria.
La voz, escucho su cálida voz, ¡brichos a tres por un quetzal y a cincuenta len sueltos!, ¡brichos! ¡Venga tengo brichos para su arbolito de navidá! Es ella, soy yo, somos una sola alma fecunda que el tiempo no ha podido arrebatar. Allí está de nuevo esa niña, vendiendo brichos que hacía durante las noches en su casa, pedía fiado el papel en la miscelánea del mercado y hacía brichos para poder ayudar a comprar los cuadernos para iniciar las clases en enero. De lo contrario pasaría penas para lograr ponerse al día hasta que con la venta de helados lograra comprarlo por hay de marzo. ¡Brichos! ¡Hay brichos para su arbolito de navidá! ¿Estás bien Negra? Me pregunta mi hermana. Ipso facto retorno de ese inevitable entusiasmo que me provocó aquel recuerdo. Le contesto: sí, estoy bien es solo que hace muchos años no veía brichos. Durante la noche supe que los habían enviado de Guatemala junto con la decoración para el cumpleaños.
Me encanta ir a fiestas de guatemaltecos, porque son un caos total con eso de que la idiosincrasia…y La Patria del Criollo… Y no se debe a que la organización esté mal planificada, porque nada que ver aquello resultó tipo Aprofam o mejor dicho tipo pastillas anticonceptivas, (una diaria responsablemente o ya valiste pura estaca) por parte de los anfitriones. Es que como buenos chapines nos dicen: mire no se siente en esa silla porque está reservada por favor, y lo que hacemos en quitar el papelito, o tirar con disimulo el objeto que tiene y nos sentamos en un santiamén, sin mayor jarana, haciendo caso omiso de lo que se nos recomendó no hacer.
Me fascinan las complejas fiestas de guatemaltecos porque al entrar lo primero que te dicen es: ¿y de dónde eres? Hay mucha diferencia cuando contestás: de la capital o del departamento tal. De entradita te hacen a un lado si decís que sos de pueblo, pero si sos de la capital sigue el cuestionamiento:¿ y en qué zona vives?, pobre de vos si decís que en la Limonada, Guajitos, Fraijanes, El Milagro, Bethania o Mezquital. Pero no se cansan sigue la sacadera de tripas: ¿ y qué hacías allá? Si decís que un trabajo cualquiera te dejan en paz, es decir; te mandan por un tubo, es como si tu inteligencia no diera para entablar una conversación interesante pero si contestás que terminaste el diversificado y estudiabas en alguna universidad, rapidito se pone emocionante la cosa:¿y qué estudiabas y en dónde?. Entonces tu valor como persona toma ventaja en la medida. Tengo un poco de problema en ese tipo de entrevistas saca trapos, porque no me gusta utilizar el tú, muy común en la gente de la capital, yo soy de hablar de vos, y utilizo el tú solamente para poner el cepo , caso que contaré más adelante. Pues cuando me escuchan hablar y digo que crecí en la capital, nadie me cree, me dicen que: pero si tú hablas como si fueras de algún departamento, por no decirme: parecés pueblerina… Y me encanta… por que el hijo de la gran puta capitalino suena artesanal en un oriental: ¡jueputa!

En las reuniones, chiniques, convivios, chuparrascos de guatemaltecos, te encontrás con que todos trabajan en el Downtown de Chicago, es decir; casualmente todos trabajan en la zona viva, queda vedado decir que trabajás limpiando casas, empacando zanahorias, de albañil, en mantenimiento de centros comerciales, sigue siendo tradicional, utilizar tu mejor mudada para que los demás piensen que económicamente estás a la altura, te inventás que en Guate., tu familia vive en Carretera al Salvador, total nadie se dará cuenta, (pensás vos) pero resulta que allí mismo te dicen: ¿y cuándo vas a Guate? Por no preguntarte directamente:¿sos indocumentad@? Esas preguntas llevan saña, cizaña, veneno de boa, cascabel y machetazo de corvo oxidado, en general las avientan quienes ya son ciudadanos y creen tener una parcela en la cabaña del Tío Tom, y los que siendo residentes aunque sea un sitio creen poseer en el embudo de la meca del dólar. Hay de dos sabores allí vos mirás de cuál les das: podés contestar; fui en el verano, o iré en el verano. Pero si sos sincer@ contestás con la verdad. Soy indocumentad@. Te evitás de clavos en el futuro. Por lo general nadie confiesa su estatus legal. ¡Menos con guatemaltecos!
Creo que ya me salí del guacal, es que cuando me pongo a platicar olvidáte no hay quien me pare, pero bueno sigamos con lo de la fiesta a la que asistimos.
Pan pa´tu matate hizo eco en mi memoria con el sonido de la voz de mi Nanoj, cuando veo a una güirita acaparar un doble litro de agua, (va pues de gaseosa) de la mesa en donde se encuentra el pastel y de un tirón darle baje a boca de jarro, un chicotazo me hizo brincar hasta la sala de nuestra casa, retrocedí diecinueve años y apareció la imagen de una mesa de pino, servida con platos de carne adobada, un rimero de tortillas y un litro de Coca Cola, (que pedimos fiado en la tienda de doña Concha ) estaba en espera de la visita, una conoc
ida de mi madre, que llegaba de cuando en cuando a compartir las tardes, sus hijos; tres varones hiperactivos, sin mayor muestra de educación, cordura y revoltura, se pasaban el litro de agua de boca en boca y los vasos al retirarse la visita quedaban tal y como los encontraron: intactos. Mi Nanoj nos decía: ¡me hacen ustedes eso aquí en la casa o delante de la gente y les vuelo las muelas de una cachetada!, ¿me entendieron? ¡Pan pa’su matate!

El regresón me lo pegué cuando vi entrar en fila india a uno grupo de muchachos, cada uno con su caja de cerveza ¡Negra Modelo! Con aquel orgullo se fueron sentando sobre las sillas y colocando sus respectivas cajas debajo de la misma, en un lenguaje subliminal medio jorobado, atiné que probablemente querían decir: ¡es mía y no me pidás!, nos quedamos esperando el saludo de las ¡buenas noches! ¡Pensé esto pinta para chinique de feria! (Por cierto ya en ésta semana es la de mi Amada Comapa). Por la forma de vestir me imaginé que eran de oriente, con sus camisas a cuadros, gorras, pantalón de lona y botas, (las caminas de fuera, y sin cincho en el pantalón) y cabal por lo menos la mayoría de esos quince chabacanos eran de Zacapa, Esquipulas y Catocha. El resto resultó ser de Reu. (Curiosamente los más amables). Acto seguido entró un pelotón de mexicanos, primero la marimbita de chirises, cada quien con su regalo en la mano, tan relajados que cada uno abrazó a la cumpleañera y le entregó su regalo. (Muy distintos a los bajados del cerro a tamborazos que resultan ser los chapines) Caso contrario sucedió con el bacanal de la fila india, que el regalo para la cumpleañera quedó en espera para el bono catorce, porque el aguinaldo ya iba en forma de Negra Modelo. Mi hermana me preguntó: ¿estás pensando lo mismo que yo? Y sí, cabal. Mientras los escuchábamos hablar, tan chachalacos algunos varones, uno contando que los rines de su troca del año, no se qué, el otro hablando que su camioneta del año Toyota Runner no sé qué, que la mansión que estaba construyendo en su pueblo era la envidia de los vecinos.

Simultáneamente viajamos en el tiempo mi hermana y yo, y recordamos la fiesta de sus quince años, solamente que nosotros en lugar de sillas pusimos en aquel entonces las tablas de madera que sirvieron para fundir las columnas de la casa, era de colocar tres bloques de cemento (porque ya vas que las Ues iban a aguantar) como patas y encima la tabla, así le dimos la vuelta al patio, la marimba la puso un vecino que alardeaba tener manojos de pisto, el pino nos lo regalaron los soldados del destacamento militar (¿o estacamento?)que estaba ubicado en la aldea vecina, más o menos a unos siete kilómetros de la casa en donde vivíamos, los conocimos porque mi hermana y yo íbamos a venderles helados todos los días por las mañanas y en las tardes al salir de la escuela, mi mamá ya tenía preparada la hielera con atol de arroz con leche y pupusas de chicharrón y a caminar otros siete kilómetros para ir a dejar todo fiado y cuando les pagaban, estábamos nosotras del lado de la calle, tragando polvo, acurrucaditas esperando que salieran y extendieran las manos al otro lado del cerco de alambre de púas, en un cuaderno apuntábamos todo, y allí mismo a iniciar cuenta nueva. Los recuerdos que tengo con los soldados son todos preciosos, eran muy amables con las dos niñas que llegaban cansadas y con sed a venderles los helados que ellas mismas deseaban comer. Allí aprendí que los árboles no se argeñan cuando se sube una mujer en ellos, eso me lo explicó el capitán Barcarcel, porque él mismo abría el portón para que la ardilla se encaramaba a sus anchas en los palos de jocote, mandarina, limón y nísperos, con ellos nos introdujimos una tarde en las entrañas de las montañas a cortar el pino para aplacar la polvareda del patio de mi casa. Con los soldados que llegaron a la fiesta de mi hermana, aprendí a bailar marimba, recuerdo la timidez que se aparcaba en sus rostros. ¡Yo sí fui en aquella preciosa fiesta de las que: si sos cux sí, sino no! Bendito sea Dios nunca se atrevieron a tocarnos un pelo, pudo más su compasión que su deseo.
Pues volviendo a lo de el viaje simultaneo, recuerdo que para la fiesta de mi hermana, llegaron en un carro del año, de esas camionetas de doble tracción que un niño en su pobreza ve inalcanzables, se bajaron con las manos topadas de botellas de licor unos tipos cubiertos con pantalones Dockers y camisas tipo polo de las cuales me enamoré en el instante, los recuerdo, elegantes, con cierta presencia que en aquel despoblado recinto se veían como los actores de las películas que mirábamos por Canal 3. Entraron por la parte de atrás y se instalaron en el rincón del patio, mi papá hombre que nunca ha tenido dinero para invitar a su esposa y a sus hijos a comer juntos siquiera a Pollo Campero, era amigo de vicio de aquellos embusteros. El vicio de la pelea de gallos (fatal para un hombre padre de familia). Ellos, los que se hacían llamar amigos, eran personajes adinerados, con fincas por todos lados, negocios prósperos, casas vacacionales regadas por Centro América. El cochito que habíamos pasado engordando durante todo el año, fue a quedar en forma de chicharrones para que esos galgos se los zamparan de una sentada, y no probamos mi mamá y sus crías ni siquiera los pozoles. Mi papá por poco y no baila el vals con mi hermana en su afán de atender a sus amigos adinerados. Nos dijo mi mamá inmersa en su decepsión: los del pisto son ellos no su Tata. ¡Recuerden los pies sobre la tierra siempre! ¡Podrán tener en la vida amigos ricos, pero los del dinero serán ellos no ustedes! Pan pa´su matate. De regalo le llevaron a mi hermana (entre todos) un colador de plástico.
Poco a poco aquel apartamento ubicado en el sur de la Ciudad de los Vientos se fue llenando hasta de pericos, con eso que la mara jala hasta con las mascotas, ¡es fiesta hay que aprovechar, dirán!, un error garrafal fue colocar los peroles con la comida sobre la mesa, para que cada quien se sirviera, la gente no respetó el horario de la repartición y rolaban los platos hasta con copete, como siempre la carne se fue primero, después el arroz y por último los chuchitos y la pobre ensalada quedó tísica. Más shutes van llegando, ¡juepúchis ya no hay comida!, todo por culpa de la suegra, que se puso a invitar a sus amigas del Club de Hierbalife, al que asiste todos los días. Como treinta señoras que tenían la meta de ser algún día esbeltas, dejaron la dieta por un lado y se dieron gusto con la comida que aparte de deliciosa era, ¡gratis! Lo que hubiera dicho mi mamá de haber visto aquella escena: ¡no sean garrobos hay que dejar para mañana! Del mentado club nadie conocía a los papás de la cumpleañera, así es que dieron los regalos a la abuela y se limitaron a disfrutar de la fiesta tipo chinique que ya estaba calentando motores. Decía mi Nanoj: antes de ir a una fiesta; cómanse aunque sea dos tortillas con sal, para que no lleguen a atipujarse de comida. ¡No quiero que digan que las hijas de la Lila, sólo a hartarse van a las fiestas! Pan pa´su matate coman antes de salir. Y hasta el sol de hoy, nos atipujamos en la casa antes de salir… Esa lección la aprendí de un hilo.
El baile lo abrieron dos catrachas de ocho años de edad que se hacían un queso bailando reggaetón, la marimba, salsa y merengue pasaron de largo porque nadie los saludó, todo fue que pusieran duranguense y se atoró aquella improvisada pista de baile, los guatemaltecos de la fila india, salieron especialistas en ese baile, fue espectacular ver : la guaracha, sonidero y cumbia mexicana en las caderas de una guatemalteca que se sentía bailando en la pista del Noa Noa. (Pero de la sucursal de Chicago). Yo diría que en Megatron. Y como no baila ni pap
a de marimba se salvó de sentirse entre las cuatro paredes de aquel bodegón llamado Guatemala Musical.
Van entrando mas invitadas, un familión entre primas, hermanas y tías que no pasan de los treinta y cinco años de edad, los caninos que beben Negra Modelo, babean sin descaro, las pupilas dilatadas y un cierto decoro de hombría sale a su encuentro; típico en el animal macho, contando los de dos patas…
Con el rabillo del ojo observo a un fulano que se está atragantando con dos platos de comida, me observa de cuando en cuando, solamente le hace falta la pistola para que sea una réplica de Tío Chema, la panza típica de los que a diario comen yuca con chicharrón ya la tiene. Dentro de poco se me acercará, lo intuyo, lo sé, su mirada autoritaria cruza la sala de un lado a otro llega hasta mi silla y se hace sentir. Me levanto con la excusa de que voy al baño, pero vaya sorpresa hay más o menos veinte personas en espera. Regreso, y antes de llegar hasta mi silla, se atraviesa y me toma por el brazo, se manifiesta con un: ¡Hola vos! ¿Sos de Jutiapa dicen? Ese vos me cae como pelotazo de fútbol sobre un pezón, es decir; me cae en o hasta los ovarios… le pongo el cepo inmediatamente y llamo telepáticamente a los de Emetra para que se lo lleven; lo trato de tú. Le contesto: buenas noches, sí soy de Jutiapa. Me ofrece una cerveza, pero le digo que ya tengo una, que muchas gracias, me ofrece un trago de Ron Zacapa Centenario y con el usual ego oriental infla el pecho que parece de gallo viejo celoso de su gallinero, y me pregunta: ¿ya lo has probado? Se te hincha la boca cuando lo tomás, es tan fino que no cualquiera. Vení te sirvo un trago. Le digo que no gracias. ¿Y un cigarro? No gracias no fumo. (Porque me mareo en el instante y detesto el olor, salvo el de los puros de mi abuelo) Las ideas me maquinan en segundos, pienso: éste ha de de creer en lo que dicen por allí; que las que fuman beben y las que beben… (Pero a veces no hay necesidad de fumar o de beber… pero se lo tendría que explicar con plasticina). ¿Bailamos? No puedo bailar duranguense y no me véngas con el típico: yo te enseño. Me deja en paz y se aleja desalentado, herido en su orgullo de macho cabrío.
En el instante me recordé de las palabras de mi papa: ¡si van al baile es a bailar, así que no rechacen ofertas! Ustedes no saben la humillación que pasa un hombre cuando lo dejan con la mano extendida. Pan pa’su matate. ¡Al baile se va a bailar! Yo le respondía, ¿ajá y vos sólo a bailar ibas? Le voy a preguntar a la Adela Quiñones a ver que me dice… (Es una amiga de mi Tatoj que ha contado las peripecias de faldas que le tocó vivir al cuate en los tiempos pubertos en los bailes en honor de la fiesta patronal en salón comunal de su natal Teculután). Y también le voy a contar a mi mama la forma en que bailabas la música ranchera en el comedor con las Pitufas (cuando íbamos él y yo a comprar a la Terminal), eran tres hermanas pero la pitufa menor le llevaba unas ganas al bigote de brocha de mi papá (y de seguro él a ella, bueno aunque ella no tenía bigote, por lo menos expuesto…) que al verlo se ofrecía a darle almuerzo a la niña (yo) mientras se lo cortaba en la parte de atrás del comedor. A la niña se le dormían los pensamientos, se le congelaban las ideas, y se le enfriaba la comida y la bendita peluquera no salía de su baticueva de seguro sufría de personalidad múltiple y se convertía en la Mujer Maravilla y él en Porfirio Cadena (El ojo de vidrio) la radionovela que escuchábamos por: La cadena azul de Guatemala… por que muy mi Tatoj pero de Batman y Robín el cuate no tiene nada. Después dis que bien cepilladito y entalcado (el bigote verdad) para despedir el reencuentro le echaban una choca a la rocola y jule canelos a bailar una rancherita de Antonio Aguilar. En esos años no se lo conté a mi mamá, porque dirían que aparte del tanatal de complejos que me andaba echando se había sumado el Complejo de Electra. Fue muchos años después, cuando aprendí a descifrar las miradas y mensajes que llevaba la mirada de mi padre al observar otras mujeres. Así que en son de broma esas pasadas todavía amenizan las reuniones familiares que por azares del destino ahora son vía telefónica.

Al pobre papá de la cumpleañera se le ocurrió comprar pica pica y regalar en la bolsita de sorpresa yo sentía que en cualquier momento salían de aquella bolsita los cascarones con harina y yema de huevo. Pero no, mi imaginación me traicionó. Después de la atipujada de pastel, se abrió la pista de baile a todo vapor, y sí parecía vapor aquello, porque sudaderas por todos lados, entre que unos bailando, los niños corriendo y otros pelaticando. Veo entrar a una pareja e inmediatamente las miradas de los hombres se escurren en las piernas blancas de aquella gacela que por su pinta podría ser polaca o rusa, él un guatemalteco común y corriente, arrogante que pensó que la hermosura de su mujer le quitaría a él el choreque hinchado y el pésimo sentido del humor. Los hombres como siempre alabando al tipo que vivió la hazaña de casarse con una polaca y procrear una hija (que bendito sea Dios salió idéntica a su mamá) lo único que no le reclamo al tipo es que por lo menos le habla en español a su hija.
Entre lo que me desvivía desperezando los minutos, observaba la elegancia con la cual bailan los mexicanos las canciones rancheras, de repente apareció frente a mí un chico piel canela, con su mano extendida y me pregunta: con ojos de chivo ahorcado; ¿bailas reggaetón? Con pena le contesto que no. Me susurra en el ¿o al oído? Que el anfitrión le dijo que yo no bailaba reggaetón así que hizo una apuesta con sus amigos( la tribu de la fila india) que por favor no lo dejara perderla. El tiempo se detuvo, las escenas se desarrollaban en cámara lenta… no tengo idea de cuántos segundos pasaron antes de que yo me parara a bailar tipo culebra recién macheteada, pero mientras lograba levantarme de la silla, la película completa viajó desde la dieciocho calle de la zona uno, para plantarse austera en aquella fiesta de cumpleaños. ¿Apuesta? Yo las hacía a cada rato. Allí están cuatro compañeras de clase caminando en medio de los puestos de ventas ambulantes que atascan las banquetas frente al Perrone, distraídas ven aparecer a tres estudiantes del Mateo Perrone, mozos salidos de los cuentos de hadas, yo diría que saltaron de la alfombra de Aladino, en su picardía hormonal me alientan a que : ¿bando Ilka a que no vas y nos los presentás? Les contesté ¿Y qué apuestan? Una semana de almuerzos pagados por nosotras en la cafetería del Gimnasio (de baloncesto Teodoro Palacios Flores) A la sorda le dijeron: ganarme una semana de almuerzos en aquel entonces era como si me hubieran dicho te invitamos a comer al Camino Real, mis almuerzos en aquellos días eran: un manojo de rábanos, medio aguacate y cuatro tortillas que compraba como a ocho cuadras de la Escuela Normal Central de Educación Física, casi llegaba al barrio Gerona en el afán de comprarlas. ¿Una semana de almuerzos por saludar a 3 pubertos? A la sorda le dijeron: adelanté, aligeré los pasos y los saludé, muy amables me sonrieron. Les expliqué la trama y muy atentos cedieron a ir a saludar y presentarse con el trío que esperaba anonadado en una esquina. Después de una cálida despedida de beso y abrazo de aquellas tres apariciones griegas, la que escribe éstas letras se ganó una semana de suculentos almuerzos en la cafetería del Gimnasio.

¿Entonces bailamos por favor? Me volvió a repetir una voz extraña que me salvó de aquella peripecia existencial en la cual me encontraba zambullidla. Claro no hay problema bailamos, le contesté. Lo amable se convirtió en el instante de baile en un depredador sensual… la idea del amante apareció y la coquetería comenzó a ganar terreno y en el mismo viaje la adulación,
ego y entonación propia de un ser altanero y mentiroso. Resultó que era estudiante de medicina en la universidad Sin Sin (nunca supe descifrar ese su sin sin), que trabajaba en Guatemala devengando un salario de ocho mil quetzales, pero que había llegado a USA a probar suerte, que allá (en Guate) tenía cinco casas de alquiler, cuatro trocas del año y una finca en Escuintla. Le pregunté si me podía explicar cómo estaba organizado el sistema nervioso, el arco reflejo y algo tan simple como la sinapsis, (¿para ser estudiante de cuarto de medicina tendría que saberlo verdad?) inmediatamente se encogió lo que parecía ser un galán seductor en noche de luna llena… sonreí y le dije que me iba a sentar que su apuesta ya estaba cumplida.
Momentos después nos levantamos de las sillas con mi hermana, nos fuimos a despedir y dejamos atrás aquella fiesta de cumpleaños que traería el recuerdo del pan pa´tu matate.

Ilka Oliva Corado.
Domingo 13 de diciembre de 2009.
Estados Unidos.

3 comentarios

  1. Ilka amiga, disculpa que te he tenido abandonada con tus temas que seguro son muy interesantes, voy a imprimir tus notas para leerlas detenidamente amiga. Te quiero mucho y te deseo las mejores bendiciones de parte de nuestro Infinito Creador. Feliz Navidad amiga.

  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

  3. Que banquete de chapinadas Ilka… y para tu matate: la Sin Sin es un apodo cruel de la Universidad Mariano Gálvez, decían los Sancarlistas: SIN pisto para la Marro y SIN «huevos» para la San Carlos….

    Felicitaciones!

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