Allá por los vientos de octubre…

Las hojas de los árboles maduran como los mangos y los jocotes de corona; lentamente. Ese colorido es la miel seductora que destila en su agonía el elíxir otoñal.

Aquí estoy nuevamente ensopada en un mar de alucinaciones nostálgicas tratando de desenfundar las emociones y esparcirlas sobre el teclado de éste ordenador; como siempre sin orden ni método simplemente dejando fluir esa espiada que me vienen a dar los aires de octubre.

Los vientos confabulan enloquecidos y con austera autoridad se apoderan de las ramas casi desnudas de los árboles de arce; desde la altura de las copas color fuego chiflan magistralmente para mi corazón, la que en antaño silbara junto a mi padre en tardes como éstas: De las lunas la de octubre es más hermosa, porque en ella se refleja la quietud…

En manada (Tatas, hijos, primos…) descalzos chapoteábamos en el barro revolviendo el pino seco y zacate para hacer el adobe que después colocamos en el tapial de nuestra improvisada vivienda, allá en los lejanos días que ahora recuerdos son. Sobre una piedra nos acompañaba el destartalado radio Philips que era más lo que ronroneaba que lo que se entendía de la programación de Radio Ranchera. Al terminar de hacer los bloques y mientras estos se oreaban, allí mismo juntábamos fuego y a la luz de la llamarada, escuchábamos impávidos las temerosas narraciones de Leyendas de Guatemala. Yo (la yegua por delante va) soy el miedo andando y no podía dormir después de escuchar los gritos de la Llorona. Esos vientos nos acompañaron durante cuatro meses y se apoderaron de la intimidad de nuestra vivienda, ya que ésta carecía de puertas, es decir; el umbral allí estaba pero no había cómo cubrirlo, lo que pudimos encontrar en las tiendas del mercado fueron cajas de cartón de las que se desechaban, compramos muchas y las pegamos con yuquilla para que sirvieran de puertas y ventanas en aquel único cuarto que fue nuestra casa durante casi once años. En una sola cama dormíamos los hijos, envueltos en chamarras de aquellas floreadas que pasaban vendiendo de casa en casa los que hacían a mano los ponchos de Toto. Las láminas chirriaban detenidas solamente con tetuntes, porque los clavos eran muy caros y no había suficiente recurso económico para pagar ese lujo.
Fue para esos tiempos en que nos espantábamos el hambre sorbiendo café de máiz sopeándolo con tortilla. (Pixtones con apariencia de caites que torteábamos mi hermana y yo).

Ventarrón de octubre, su fuerza atrae a mi memoria (como un imán) las tardes pobladas de aromas, sabores y sensaciones que me permiten volver a sentir el abrumador calor de la tierra, el tibio beso del suelo donde caminaron mis pies descalzos; en las desnudas tardes de mi infancia. Vendaval de octubre imagen leal de la tapisca. Paisaje fiel a mi añoranza.

Chiliguas, hoy huele a chiliguas, lo he sentido desde la mañana; es una planta de frutos muy parecidos a la semilla del macuy, quilete, hierbamora, las hay de color rosado y negro, ambas son dulces y me atragantaba la garganta con un puñado cada vez que me asaltaban las ganas. Hoy solo el vago recuerdo de su sensación queda en mi paladar.

Las tardes de celajes perfectos que rayan en el lejano horizonte guatemalteco no se disfrutan desde aquí, el mismo no se divisa porque una manta gris cubre esa inmensa acuarela azul, como en secreta conspiración las nubes se abrazan tormentosas cercando toda visibilidad que pueda dar indicios de luz. Te es imposible disfrutar de la mudanza de colores que se tornan mágicamente en tonalidades púrpura, de un anaranjado vivo (como el de las mazorcas de máiz amarillo) de los lilas, mostaza (como el de las casas de Antigua Guatemala). Desde aquí suelo aferrarme a mí imaginación; (que es lo único que me queda) que modesta se apiada de mis pesares, entonces alegra el instante y recrea los embrujadores encantos de los celajes de Quiché. Lastimosamente en lugares fríos como éste, la luna no se dejará ver por lo menos durante seis meses, el color del cielo se disfruta muy contadas ocasiones, en la época de otoño e invierno, para quienes somos migrantes y de alguna manera ( con chanchuy del destino) hemos hecho de este suelo nuestra parada “obligatoria” nunca desempacamos los tanates por si es necesario empezar de nuevo, los mantenemos listos atrás de la puerta; para nosotros que con fiel lozanía llevamos tatuada esa querencia a veces efímera e inestable de algún día “retornar” a abrazar la tierra. Vivís cantando la que escribió para vos Carlos Mejía Godoy: volveré a mi pueblo por aquel camino, sembrado de ayeres, ranchos y dolor…

En tus días de suma depresión, de alegría desaforada o de simple diario vivir, fantaseás con ese instante cuando estés tirada boca abajo aplacando con tus lágrimas de alegría la polvareda de aquella calle tan conocida y añorada, sentirás la necesidad de hablarle a tu suelo y le dedicarás su propia serenata, la que le llevás sollozando por sabe Dios cuántos años, esa que es para la tierra de uno: porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy , por todo y a pesar de todo mi amor yo quiero vivir en vos… no podrás parar porque su imán se robará el aliento, entonces en un susurro le dirás ; … porque el idioma de infancia es un secreto entre los dos, porque le diste reparo al desarraigo de mi corazón… a todo esto estarás empapada en llanto y no podrás finalizar la melodía pero ella comprenderá porque es tu Nana y al igual que vos está feliz porque ha retornado una hija ausente.
Sí, así lo visualizás. Esperás la llegada de ese día con ansias locas, con un amor leal que quema, que duele pero que a pesar de los pesares te mantiene viva.
Zacate, el olor de monte es inconfundible, en Guate crece libre y aquí los gringos pagan un pistarrajal para poder tener unas simples matas sembradas en sus jardines, en éste tiempo es la atracción de la temporada.
Otoño, en Guatemala solamente existen dos temporadas: verano e invierno, aquí vine a conocer el otoño y a quedarme anonadada con la explosión de colores que te regalan las hojas en su humilde congoja. Sin embargo quienes nacieron en éstas tierras les viene valiendo pura estaca ese ritual de retirada, no se apiadan de ellas y en su afán de potente patrón mantienen a raya a los jardineros que con sus aspiradoras barren las sumisas que adornan la grama moribunda quemada lentamente por el frío. Sí, así los mirás cargando a tuto el motor de la máquina que trabaja con gasolina y aceite, en una mano sujetan la manguera y con la otra ayudan con el peso insoportable que les muele la espalda, los pobres trabajan bajo la lluvia fría de la temporada horas interminables solamente para que el patrón no se distraiga la vista con las hojas secas que cubren sus jardines. Cada tres días se realiza la misma faena hasta que la primera nevada llega y alfombra de algodón la tierra. Es en ese momento que ellos se quedan sin trabajo durante la estación.

La decoración de temporada ha cambiado desde principios de mes, por doquier te asustan los adornos esos dedicados al tal por cual Halloween, la famosa fiesta de brujas. Vampiros que adornan las entradas de las casas, muertos que bailan al ritmo de la canción aquella, no me recuerdo del nombre, aquella hombre la de Jackson, sí esa mera la de Thriller. Por poco y te enredás en tanta tela de araña (que parece pelo de ángel) que distribuyen alrededor del jardín. Y los infantables Pumkins que son esos ayotones color anaranjado que los chulos no cocinan sino que se dedican a sacarles las entrañas y a hacer del esqueleto una carita feliz, sh
olca o aburrida. Por las noches en el hueco le encienden una candelita y desde lejos se mira chilera la carita del por poco descuartizado ayote. Los que emigraron y cambiaron de equipo es decir; que de ser inquilinos optaron por convertirse en residentes permanentes, se aferraron a ésta tierra de tal manera que la convirtieron en su segunda patria, y aunque también coman plasta como un humilde inquilino se la creyeron y sueñan con tener los ojos zarcos y acogieron la cultura anglosajona como propia, en muchos casos olvidaron la suya. Entonces mirás en las casas humildes los ayotones de caritas adornando la entrada, el día de Muertos y de Los Santos ha quedado al otro lado de la frontera, en la espesa bruma del pasado.

Las nuevas generaciones prefieren gastar sus pocos lenes en disfraces e ir a abarrotar el centro de la ciudad que quedarse en casa para celebrar su cultura. Pero bueno tendría que consultar a un sociólogo para que me explique (con plasticina) el porqué de la asimilación de una y el olvido de otra. Pero como son aguas profundas y yo solamente puedo flotar con el nadado de río, he decidido que dejaré la conversación para cuando compre mi tanque de oxígeno.

Chiflones de octubre, ¡malaya! El tiempo habitual de la tapisca, del ayote que pare la tierra y el frijol que se aporrea, de desgranar la mazorca y empezar a apartar la semilla que se sembrará en los primeros aguaceros de mayo. Octubre me sabe a vos, a tu sangre, a tu llanto, a tu risa y tu canto, a tu viento, a tus trinos, al jornal y a la vida de tus hijos. Octubre me sabe a vos: Guatemala.

Mi corazón late irreverente al compás del viento que transita aventurero, robándome la respiración y haciéndome caer en un mar de recuerdos, ese sonido habitual tan propio del aire de ésta temporada, y agregále los jardines panzones con crisantemos; me conducen por caminos inexplicables de la imaginación hasta apostarme fatigada en un suspiro ante el manjar preciado de las reminiscencias y es allí que logro ponerme de pie y observar tras el ventanal de las nieves del tiempo a la güira montaraz que aún llevo dentro, allí está solita en medio del zacatal cortando flores de muerto mientras arrea descalza a una manada de coches, entre ellos va el menor y más vulnerable de todos el pinto de los aretes negros que fue de su propiedad (mejor dicho que perteneció a su familia porque lo quería como a un hijo): su madre se lo regaló el día en que la cochona blanca parió; como agradecimiento por su ayuda como comadrona-veterinaria en la labor de parto. Digo fue porque un buen día su progenitora decidió venderlo al dueño de la marranería de la colonia sin avisar del negocio a la dueña legítima del animal de cuatro patas, y la patoja descalza y greñuda al enterarse de la cruel traición corrió desde el zacatal en donde se encontraba buscando comida para las cabras, se colgó de la palangana del carro tancada en un mar de llanto; no pudo ni con su magistral ataque de histeria regresar a su aretudo. Los chicharrones le llegaron en un canasto plástico como agradecimiento. No probó bocado durante tres días sumergida en una oscura depresión. Todavía puedo escuchar la resonancia de aquel llanto agudo. Esa fue su segunda pérdida irreparable.
Chiflones, vientos, ventarrones, vendaval, aire: recuerdo, nostalgia, melancolía: llanto, tristeza, canto: melodía, sonido, versos: versos escribo, versos te lloro, versos te mando en el silbido de éste canto:

De las lunas la de octubre es más hermosa, porque en ella se refleja la quietud…

Ilka Oliva.
Sábado 17 de octubre de 2009.
Estados Unidos.

2 comentarios

  1. Estimada Ilka: Tus trabajos los puedo resumir así: Tienes la sensibilidad de quien ha vivido. Mi hiciste vivir la Guatemala del ayer y que se niega a morir. Tienes que publicar y dar a concer tu obra en Guatemala. Un beso, Chente.

  2. Uta mi amiga… si llega es puro milagro, aqui ando peleando con esta babosada, y solo puedo decir que buen letrado el que te discutiste, ahhh me hiciste recordar muchas cosas… entre ellas las casas hechas de adobe, cosa con la cual yo también colaboré, increible pero cierto… tambien me hiciste recordar la radio ranchera cuando tenia razón de ser esa ya era famosa, uta ma la sigo escuchando negra… que buen letrado pue…

    Te soy sincera hoy me agarraste enc chanfle, vos tas lejos, yo sigo en mi Guatelinda y aun asi la añoro… cuidate mi more, algún día te contaré la realidad!!!

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