¿Sonata? No, a ella no la conozco.


Eran las 10: 00 de la mañana del día de ayer cuando, de repente como por arte de magia recibí una llamada en mi teléfono celular, era mi jefe que me decía que me regalaba dos entradas para ir a disfrutar de un concierto de música clásica y sin saber muy bien que significado tenía esa lengua acepté y en menos de 20 minutos ya tenía en mi poder las dos entradas. Ahora el problema incurría en buscar al o la acompañante, llamé por teléfono a varias personas pero al parecer la música clásica sonaba algo así como a un insultó y me limité a decir gracias y pedir disculpas antes de terminar con la llamada. Después de varios intentos y un leve dolor de cabeza logré contactar a una ¨alera¨ osea a una amiga que inmediatamente me dijo sí, sin saber a qué lugar del demonio la llevaba. Ciertamente ni yo misma sabía qué tipo de rito del siglo pasado íbamos a presenciar.
Exactamente en el corazón de la ciudad en la avenida Michigan se encuentra el monumental Symphony Center, nos paramos de sopetón en la entrada, allí desfilaban en finos abrigos negros, vejetes regordetes, arañas blancas que por un segundo confundí con señoras, o a lo mejor sí eran señoras. Brillaban por aquí y por allá collares de perlas, diamantes, anillos de oro fino, y algunas bolsas de cuero de la 5ta. Avenida. (Pero no de la capital guatemalteca claro, menos mal).
Ese aire de grandeza me abofeteo con disgusto, después de reponerme del susto busqué las dos entradas en mi bolsa, pensé: menos mal ésta vez no las olvidé. Acto seguido fuimos a vernos en uno de los espejos del vestíbulo (haciendo honor a nuestro linaje nuevas…) del otro lado se reflejaban un par de zapatos negros, un pantalón de lona oscuro y un indiscutible ¨charral¨ (era mi cabello) y una sonrisa de patoja traviesa, sin duda esa era yo. Me asuste al ver a mi lado a una mujerona de semblante amable pero serio, un tanto arisca, y al darle un segunda vista caí en la cuenta que era mi amiga.

Nos abrimos paso entre la crema y nata (según ellos) que embarraba ese lugar en esa tarde y logramos llegar a una de las personas que te ayudan a encontrar tu lugar entre tanta silla, le preguntamos por el correspondiente a nosotras y casi nos caímos del susto al comprobar que era uno de los lugares especiales en palco: definitivamente estábamos de suerte.
Nos sentimos como princesas de siglo XVIII al ver entre el público a obispos y embajadores… (perdón creo lo confundí con un verso del poema La Niña de Guatemala de José Martí), ministros. Y nosotras dos pobres latinas perdidas entre la muralla de los anglosajones de alcurnia, tanto era el susto que mi amiga divisó en el balcón de enfrente a sus jefes compartiendo con un grupo de amigos.
Nos entregaron nuestro folleto con el programa de la tarde, era un dama que con violón al hombro y un caballero manos en el piano los que interpretarían 3 sonatas.
¿Sonatas, leímos bien? ¿ Sonatas? ¿Dios, con qué se comerá? Mientras averiguaba con excusas entre los recursos de la memoria su significado dieron las 3:00 en punto de la tarde, entró una mujer que parecía sacada de uno de los castillos ¨Disney Land¨ rubia, con un vestido negro majestuoso, con unos zapatos con tacón de punta de aguja. A su lado un hombre maduro casi dormido que desde el lugar en las alturas donde yo me encontraba le logré contar 5 ralos cabellos.

En ese instante sucedió: entré en pánico porque no sabía qué era lo que nos esperaba.
¿Qué significarían las palabras, sonata, allegro, andante, allegretto, adagio? Al iniciar ellos con el concierto supe que eran melodías; por los menos no era algo del otro mundo.
Al escuchar la suavidad del tono, indiscutiblemente el rostro de mi maestro de Educación Musical en los básicos apareció como un sueño, ahí a un costado de la violinista, con su cara de ogro, flotaba discreto, entre cólera y encanto porque me veía ahí estaba, yo; una de sus alumnas observando y disfrutando un concierto de música clásica. (Aunque sean entradas regaladas… pero eso él no lo sabía).
Me veía y me señalada el pentágrama musical que él decía teníamos en las manos y en los pies, y sumergida en ese trance estaba cuando mi amiga me codeó diciendo que dejara de mover las manos como maestra de orquesta y que pusiera atención, no sirvió el aviso porque de nuevo volvió a captar mi atención el profesor Marco Antonio Zepeda, su espíritu estaba ahí disfrutando, captando el llanto del violín que moría en manos de esa odalisca alemana que interpretaba en ese momento la Sonata No. 2 in A Major, Op. 100 , en compañia del señor de la tercera edad que acariciaba el piano y lo hacia cantar. Quise gritarle a mi maestro que no fuera ingrato, que me pasara debajo de agua el pénsum y las cátedras en las que no presté atención porque pasé los básicos de madrugada como muchos de mi edad, intente decirle que no me dejara caer en el ridículo y que me ¨soplara¨o me diera un ¨chivo¨con el nombre del compositor, de tan fina melodía. Al parecer escuchó mis súplicas porque me empezaron a picar las yemas de los dedos y es que con la distracción se me estaba resbalando el folleto con el programa, ahí, justo ahí al abrirlo en la página 22 estaba el nombre del compositor y la historia de la melodía. Volví a nacer.
Poco a poco el escenario se fue desvaneciendo y convirtiéndose en esos colores ladrillo, mostaza y grises (porque al principio eran blancos pero de tanto ¨chivo¨pegado en las paredes…) que conformaban las aulas del colegio Ave María de la Asunción (…nuestro colegio en formación, rezaba la letra del himno) lentamente se fueron formando los rostros, los uniformes, los pupitres, los balcones, y estábamos nuevamente escuchando el sermón de todos los viernes en los dos últimos períodos de clase, dormitando, languidenciendo, orando, bostezando, esperando que dieras las 6 de la tarde para salir «pepenados»a comprar pupusas en la esquina de la calle Madeira y el Bulevar principal de aquella colonia marginal. Pero mientras esa hora llegaba, el profesor estrella, cansado, angustiado, y poco cariñoso de Educación Musical, nos repetía hasta el cansancio
miren jóvenes: si ustedes no aprenden cultura general serán unos ignorantes por el resto de sus días, la música clásica es comida para el alma es un bálsamo, disfrútenla, por favor traten de aprenderse éstos nombres: Beethoven, Hendel, Tchaikovsky, Mozart, Chopin, ( ellos son los que ahora se pasean en mi memoria olvidadiza, como vagabundos sin rumbo)
Pero no, a nosotros los únicos nombres que nos hacían nido en la cabeza en ese momento eran los de: Carlos Vives, El General, Jossi Esteban y la patrulla 15, El grupo Rana, Ecos Manzaneros, Selena y los Dinos, Los Hermanos Rosario, la Coco Band, Quinito Méndez entre otros, lamentablemente no había espacio para esos vejetes de las música clásica; decíamos. Pero en realidad en esos momentos del fino desarrollo corporal, las hormonas hervían insolentes a flor de piel y lo único que pescaban nuestros sentidos era el anhelado beso del príncipe azul (en el caso de las mujeres por supuesto porque en los de aquellos cuates si saber…). Flautas Yamaha que las comprábamos en Casa Instrumental, pobres días azorados, porque las diminutas flautas empapadas de saliva, ya no producían ningún tipo de sonido, y de paso que él quería que nos aprendiéramos la Granadera, La San Juanerita, entre otras ¨tristín¨con nosotros pero como siempre nunca faltan los pelos en la sopa en la ¨clase¨habían 4 que se tocaban en flauta todas las del General y de paso el Carnavalito y Guantanamera, para acabar de poner el clavo. Pero el resto de nosotros para salvaguardar nuestra reputación de buenos alumnos ofrecimos al profesor bailar las melodías que los compañero
s sopleteaban en la flauta pero por toda respuesta sólo recibimos un no rotundo. Pobre Aura fue tan difícil para ella porque no podía ni siquiera colocar los dedos en las posiciones correctas sobre la flauta y terminaba llorando y embarrando de mocos a todo aquel que quisiera consolarla, se salvaba de que el ¨profe¨en sus ataques de cólera no le ¨zampara un su par de patines¨ para removerle el cerebro. Tal era la decepción de la alumna que decidió ingresar a la Escuela Normal para Maestros de Formación Musical y al parecer domó al monstruo que yacía en su interior porque es una de las mejores maestras del sector.

Del pasado aterricé de nuevo al presente y ya iban los dos músicos «arreados» interpretando la Sonata No.1 in G Major, Op. 78 . Ya había refrescado un poco la memoria con la clase fugaz de recordación (pero no Recordación Florida de Francisco De Fuentes y Guzmán)que me había impartido desde la distancia mi maestro, con ella pude disfrutar mejor de las famosas Sonatas interpretadas de forma magistral por 10 pares de dedos que venían desde Alemania sólo para acariciar nuestros oídos con las melodías de siglos pasados. Y la moraleja es: no pasarse las horas de clase rascándose la barriga ni ¨silbando en la loma¨que todo absolutamente todo conocimiento sirve en la vida.
Para qué saber pero cuando lo averigüe se los digo.

Ilka Oliva
Abril 14, 2008.

Estados Unidos.

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