Las mampluzadas de un desfile centroamericano ficticio.

Era nuevamente el mes de septiembre, la colita del verano en la bipolar ciudad de los vientos. Invierno total allá pondeuno… sí allá… en la tierra de tus abuelos, tus Tatas y tuya también.Y se acercaba la fecha en la cual todo aquel chapín de buen talante que vive en el extranjero se llena de orgullo y que como siempre con la nacada por delante, tapiza su carro con banderas de su patria, anda puestas playeras rotuladas topadas de frases que invitan a ir a vacacionar a la tierra del quetzal, de la marimba y de las guapas mujeres y por qué no de los jocotes de corona también : Se observan playeras con descripciones como; Yo vengo de Guate. ¿Vos cuándo vas?100% chapín… otras estampadas con las fotos de Tikal , Antigua y Atitlán… (como si sólo esas tres fotos se pudieran exportar,, también que manden las de la Limonada, La Chácara… Guajitos, Canalitos y todos los itos… son parte de Guate. ¿O no?).
Andan (andamos) modelando las chumpas típicas, los cinchos, encendedores, monederos, dientes de oro… ya mero que hasta el corvo, sólo porque aquí si los meten al bote si los mira la policía con esas costumbres de montañeros…
Pero si les preguntás: ¿Y vos cuándo te regresás a Guate? Te contestan: ¿Huy, qué voy a ir hacer yo a Guate, a ese tierrero? ¡ Allá puyan con tortilla tiesa! (claro está esas expresiones provienen de los que ya sienten que se les convirtió el chilate en sangre azul). Si pues. Esa clase de gente es punto y aparte porque la mayoría vive chipe, deseando regresar (mientras no sea deportado…)
(Púchis ahorita que escribí chilate, se me antojó un mi atolito blanco, con pepita y frijoles).
Pues sigamos con la historia.
Dejáme recordarme: ¿estábamos en que era el mes de septiembre verdad?
Pues seguimos allí en ese mes, ya merito se acercaba el 15, (que lujo si hubiera sido de julio, por lo del bono 14…) y la bulla se había regado, de boca en boca (tipo teléfono descompuesto), se habían hecho boletines (no como los de mi USAC por supuesto) se habían pagado espacios en los periódicos locales, en los restaurantes centroamericanos que antes de empezar con el Kareoke y de que los comensales se pusieran zurumbos…, se daba el pitazo de lo que estaba por acontecer: » Sea usted partícipe del gran desfile centroamericano de independencia, que iniciará a las diez de la mañana en la calle Montrose y Pulaski». Si tiene cuello, puede estacionar su carro atrás del restaurante Mayan Sol. (Éste es un espacio en donde se reunen los chapines a echarse las micheladas, a comer los tamalitos y el domingo el respectivo junto a un riquísimo caldo de patas…).
Cabalmente así fue como se enteró Seguetas de la actividad, él era un típico chapín, que aunque quisiera pasar como argentino no podía, mucho menos de gringo, era chaparro, con 3 coronas de oro incrustadas en el medio de dos dientes y una muela, un tanto timbón, ( panza cervecera) con cabello quishpin, (no nos perdemos…) llegó a Chicago, proveniente de una de las colonias más respetadas de la capital guatemalteca. Y digo respetadas porque allí si andás de brincón te bajan los humos a pura… a pura… y a pura… hasta que te dejan con chorrío, por el susto.
Pues allá por el año de mil novecientos noventa y cinco, aquel jaló pa´l norte, (no para Petén, quise decir para el otro norte…), (lástima porque estaba empezando a botar la ceniza) se convirtió en el renegado, (es que se dejó crecer el pelo) y trece años después era ya todo un señor, con casa propia, carro último modelo, (con el mismo trabajo de jardinero todavía) padre de familia con tres vástagos y una esposa más chapina que las Tortas Mila.
Una breve referencia al apodo de: Seguetas, que fue bautizado por el Padre Mario (el párroco de la iglesia) con el nombre de Jacinto, pero que por esas extrañas picardías de la niñez fue rebautizado por los patojos de la cuadra como Seguetas. Exactamente se le dieron a escoger entre tres apodos, pero él escogió el más livianito ( no es que los otros pesaran más, pero como que era difícil la pronunciación y menos elegantes me imagino…).
Pues se alistaron el mero día con la familia y agarraron camino para el centro, a abrir la boca de embelequeros que eran, (así como cuando uno iba a observar el desfile de Paiz) él y los niños llevaban puesta la playera de Municipal ( no todo es perfecto; hasta en los cuentos…) la esposa se puso un güipil bellísimo y pantalón de lona.
Se quedaron como postes en una de las esquinas de la calle Montrose mientras empezaba el desfile. Enseguida empezó el suplicio, cuando Seguetas divisó su bandera que junto las las otras cinco encabezaban el desfile, mientras se acercaban estiraba el pescuezo tratando de no perderla de vista con su hijo pequeño subido a tuto; para que pudiera observar mejor. Se quedó zopenco cuando la tuvo frente a sus narices, e instantáneamente le agarró vahído, las palpitaciones del corazón las sentía en la boca, en las piernas, en la sien, mientras que en el pecho un enorme vacío se apoderaba de sus emociones. Ni el dinero, ni las comodidades podrían comprar la ausencia y rellenar el abismo, el mismo abismo que sentían Martina y Rosenda… a cuales divisó en la muchedumbre y las invitó a observar el desfile desde el lugar donde él se encontraba con su familia, allí juntos quisieron cantar el himno nacional a todo pulmón, bailar el yo soy puro guatemalteco… y llorar con la Luna de Xelajú.
Pero no pudieron, las lágrimas ya les habían hecho chanchuy y se adelantaron. Y digo se adelantaron porque no lloraron por el sentimiento de patriotismo, sino más bien por la decepción de escuchar que la música que salía de las bocinas de los carros que formaban parte del desfile, era merengue, salsa y reggaeton.

Buscó entre las carrozas alguna que llevara una de las 4 marimbas (organizaciones culturales que a cada rato hacen conciertos con el fin de recaudar fondos para llevar alguito… a los desvalidos en Guate., pero tampoco aparecieron…).
Fueron segundos de confusión entre el pasado y el presente , en medio de esa agonía observó su mano derecha porque aparecían y desaparecían las ampollas que se le hicieron por haber cargado el pebetero cuando fueron a traer la antorcha el catorce de septiembre de mil novecientos noventa y dos a San Lucas Sacatepéquez, se vio nuevamente: flaco, con la juventud a flor de piel, allí estaba, corriendo en la bajada de la cuesta antes de llegar a Ciudad Peronia, junto a todo el grupo del Colegio Galilea, mientras que de éste lado (en el presente) las banderas centroamericanas desfilaban lentamente, (volvió de regreso) escuchaba las bocinas de los carros que los incitaban a seguir corriendo, las bullas, las canciones, las porras de sus compañeros, todo se entrelazaba en un mismo eco, por un instante se quiso hacer bish cuando observó asombrado que el resto del desfile que acontecía sobre la calle Montrose, eran carros comunes y corrientes de donde salían como por arte de magia panfletos, con nombre de comercios, en donde se anunciaban sus direcciones y el tipo de mercadería que ofrecían a la comunidad, observó algunas mujeres disfrazadas con trajes típicos de cada nación centroamérica, a las preciosas mulatas de Panamá con sus trajes multicolores bailando al compás de las congas y entre tanto alboroto a dos tipos regordetes: a uno de ellos que del rostro le sobresalía un bigote de brocha, las infaltables botas, pantalón de lona, sombrero, camisa a cuadros, iban encaramados cada uno en un caballo elegante que marchaba coqueto, esos dos tipos iban representando a la hermana rep
ública de Jutiapa, Seguetas no pudo evitar la vergüenza mientras su mirada se entrecruzaba con las de Martina y Rosenda.

Los tres se pegaron su carcajada, porque sabían el secreto, (no hablo del secreto, el libro conste) habían dejado el cordón umbilical enterrado en el mismo pueblo… Comapa, (es el colmo de la arrogancia pensó) mirujeó con la piel enchinada, como tiraban las tarjetas de presentación al público, y de la decepción por haber llevado a sus hijos a ser partícipes de un espectáculo mampluzo, le metió un mameyazo al mal momento y empezó a cantinearse al cerebro para que aquel le soltara prenda de los archivos del año mil novecientos noventa y dos, y entre tanto cachivache aparecieron las imágenes ante sus pupilas, lúcidas con la brillantez de la niñez…
Lo vio, se vio, allí estaba era él, mucho más joven y se sentó en primera fila a observar la película. Con las baquetas metidas en donde alguna vez hubo cintura, entre el cincho y el pantalón (tipo corvo) llevaba puesta la mudada que consistía en: camisa celeste, pantalón blanco y mocasines (imitación porque los compró en el Guarda), el redoblante color marrón policromado brillaba colgado a un costado de sus caderas, él era el dirigente de redoblantes de la banda de guerra del colegio Galilea.

Un movimiento de mercado (tipo La Presidenta) arropaba el campo de fútbol de aquel colegio entre gastadores, batonistas, marchadores, profesores y shutes bueno; sin contar a las mamás emocionadas y a la vez loqueando con los últimos detalles de los peinados: ganchos de ropa, ganchos de pelo, la gelatina para que no se le salgan la crines de la trenza, para domar al indomable remolido que se formaba en la ñola del güiro, etcétera.
La aglomeración se hacía cada minutos más densa (como cuando hay un clásico y la mirás peluda a la salida del Mateo Flores) no podía despegar la vista de las batonistas con piernas de flamingos y cinturas de zompopos que llevaban puestas minifaldas paletoneadas, se paseaban como gallinas poshorocas, alborotando las hormonas y dejando al arco reflejo sin reflejar… de todo aquel que se atreviera a echarse la vitrineada.
De guasa, Seguetas vio pasar encaramadas en un pick-up a las reinas centroamericanas ( ganadoras de las elecciones que cada comunidad realiza anualmente) no le interesaron se sentía mejor cobijado en los recuerdos y se fue echo pistola de regreso. Y se encontró de nuevo al ishto sudando a chorros, marchando elegantemente con las manos ampolladas zampadas entre un par de guantes blancos ( la marcha secuela de las dictaduras funestas de un pasado agrio en Guatemala, como agrio también lo es el presente).
Sintió el sabor del agua que su mamá le había comprado en la tienda de doña Concha: Tiky, era una Tiky que desfallecía en una bolsa con pajía y todo… (porque si quería el embace tenía que dejar depósito).
Por segundos quiso meter a sus tres hijos en esa atmósfera que se formada dentro de su cabeza y colacearlos por en medio del desfile, presentarles a sus amigos de infancia, quiso enseñarles las calles en donde tantas veces corrió, intentó mostrarles los escondites en donde se atrincheraba cuando jugaban policías y ladrones, quiso sacarse el corazón y entregárselos para que sintieran ese mismo amor y dolor incomprensible por una patria que anhelaba volver a ver.
El desfile centroamericano seguía su recorriedo mientras tanto Jacinto andaba silbando en la loma, chinchineando a las imágenes de un pasado que le quemaba el alma: felices, fueron días felices, con pobreza, raspones de rodilla, trompadas de vez en cuando pero finalmente felices dijo finalmente pero nadie lo escuchó. Eran días que sus hijos no podían ni siquiera imaginar, porque estaban creciendo en otro corral, muy distinto al campo libre donde él tantas veces lloró, brincó, se revolcó y revolcó también…
El famoso desfile centroamericano terminó en menos de cuarenta y cinco minutos, y con él se llevó arrastras las ilusiones de presenciar un evento sin precedentes como tanto lo habían anunciado.
Seguetas agarró todo aquel tilichero de recuerdos y los volvió a engavetar en el disco duro después lo colocó delicadamente en el mismo archivo etiquetado como: «Juventud divino tesoro, que te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer…»
Se sacudió la nostalgia, agarró a su familia y acompañados por sus amigas y compañeras de batalla (la eterna batalla del emigrante) se fueron a comer un buen plato de pepián al restaurante el Tinajón, que se comentaba: de dueña mexicana pero con recetas guatemaltecas, no era extraño, con eso de la famosa multiculturización…

Ilka Oliva
Septiembre 8 del 2008.
Illinois, Estados Unidos

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