Me pregunto: ¿Cuál será la manera más fácil para lograr describir ésta impotente zozobra que me atiza a diario? ¿Cómo se puede explicar con palabras sutiles, lo hostil que puede llegar a ser en instantes? No sé. Aún no he encontrado la respuesta. Tan sólo sé que es agria e inmune a todo pensamiento positivo que pueda tratar de romper el cerco emocional que te crea el destierro.
Porque está ahí como segunda piel, está ahí como tu sombra, como tu voz, (como tu loza reflejada en el espejo). Ingrata y parca se torna en enero, ¡porque es enero!, es invierno y encima de todo, es Chicago. Frío, lejanía, destierro, ciudad de vanguardia. La detesto, sí, detesto esa joyería barata, detesto los vidrios luminosos de las paredes de los rascacielos… sus calles amazónicas, su idioma extranjero, detesto su festín con el que convivo a diario, al que me he acoplado lentamente, pero no del todo, porque no me permite ser, porque simplemente no calzo: con el espejismo industrial, con la moda, con la comodidad. Con la fachadas de duralita prefabricadas. Con los techos de las mansiones simulando ser de teja.
¡Cómo no, chon! ¡Brincos dieran!
¿Teja? Lujo de teja es la que tienen los techos de las casas de adobe en Guate., que truena delicioso cuando llueve. Que cuando la mojás te sabe a patio, te sabe a vida, te sabe a hogar, te sabe a patria.
Los pájaros emigraron desde finales de otoño, se fueron a surcar otros cielos (como lo hice yo en su momento) a respirar aires de libertad… pero regresarán en primavera, a festejar la belleza de los tulipanes, del agua fresca, se sentarán en la rama de algún árbol en donde se establecerán, fabricaran su nido y desde allí, extenderán sus alas nuevamente.
¿Nido? De ese carezco. Aquí te los alquilan, así que rento el mío para tener uno de a mentiras…
Pero regresemos al invierno, (porque apenas está empezando) esa nieve que te cubre la cabeza cuando vas caminando al aire libre, te recuerda que es enero pero que estás en otro lugar, que no es el enero de tus memorias, pero si es el enero de tu presente, y tenés que vivirlo como tal. Entonces venís; te comprás tus botas rompe hielo, (tipo Caterpillar) una tu chumpa triple algodón, un tu par de guantes de nylon, una tu bufanda de aquellas que te cubre desde el buche hasta las de dumbo… y de paso comprás un tu gorro no tan rascuache.
Seguís caminando, sobre la nieve, arrítmicamente tipo pingüino pero vas allí a tu paso (con tu machete en la mano cortando el zarzal, tratando de no espinarte pero es imposible…) disfrutando del panorama, mirás de reojo a las ardillas devanarse de rama en rama, seguís a tu paso, intentando dar con el horizonte, pero no lo ubicás porque el sol brilla por su ausencia (pero estás acostumbrada a caminar en tinieblas con un candil en la mano chis.. la droga…) venís y seguís ; buscando los lenes, encarando el día, buscando el con qué. Cuando de repente te atacan de nuevo, esos que los llevás impregnados como segunda piel, son esos mismos que nunca te dejan ni a sol ni a sombra, por canastos y hasta con copete vienen y son los recuerdos, te hicieron la campaña de envolvértelos en pétalos de nostalgia y de moña: un letargo de suspiros (para que te duela más) y sentís poco a poco como chifla el viento de antaño, como logra sacarte del frío invernal y transportarte entre laderas y caminos reales, a calor: al calor llamado hogar. Es enero el viejo de antaño ese que de postre te ofrecía: el coqueteo de la flor de pito que te hacía ojitos cada vez que la mirabas surcar los cercos de alambrado.
Cuando sentís se te acabó el día. Volvés a tu nido. Pegás un ojo, (porque el otro yace abierto esperando ver el amanecer) te adentrás en el mundo nocturno y luchás con tus sueños inconclusos, (como cada noche desde que sos inquilina en tierras del tío Sam) en eso te ataca por sorpresa la luz del nuevo día.
Te levantás y decís al asomarte a la ventana: ¡por la gran púchica sigue siendo enero!
Ilka Oliva.
Estados Unidos.
14 del mes del Señor de Esquipulas.