Hoy amanecí apercollada envuelta en caricias y saciada de roces que erizaban mi piel; abrí mis ojos asustada sentí esa dulzura olor a miel mi cama lucía morada como alfombra aterciopelada postrada junto a mis pies, eran ellas las consagradas, las sumisas jacarandas de mi niñez. Las abracé asustada con la sonrisa cuajada, ellas cubrían mi desnudez.
Yace la mañana agazapada en la fría nubosidad, bajo las panzonas nubes a punto de reventar y dejar caer el agua-nieve. Dramáticamente estamos en primavera sin embargo el invierno celoso no quiere irse del todo. Nos ha pintado un día gris, con pequeños rayos de sol que haraganes se cuelan por entre la barrera de alud que ha bordado el cielo. Encapotarse ha sido su berrinche.
Irónicamente es Domingo de Ramos.
Y sigo encaramada en el mismo ferrocarril, yendo de un lugar a otro: emocionalmente. Saltando los obstáculos que la imaginación me avienta cada segundo de mi existencia. Por alguna razón en éste instante de fuga (obviamente no hablo de Tocata y Fuga de Bach, digo: por aquello de las dudas) me embisten las imágenes del Domingo de Ramos que viví hace veintiún años, en la iglesia Divina Providencia, allí estoy ubicada en éste soplo, en esa edad de inocencia, inmersa en los recuerdos de esa poza perenne, me cantinea la figura de la niña de ocho años de edad: piel color canela, de mirada perdida en algún ramo de los tantos que adornaban la bendición. Empapada terminé; recuerdo, porque me fascinaba meterme por entre la aglomeración de personas a recibir el agua bendita que según yo, me iba a evitar la tarea de bañarme con agua fría en la noche. Y que según mi mamá (que como por arte de magia) ésta me iba a quitar lo traviesa. Ni una ni la otra.
La extraño; me hace tanta falta verla de nuevo, con sus piernas cenizas, de cejas pobladas, jugando avioncito y arranca cebolla sin haber vivido todavía la crudeza de una realidad que en vísperas la rodeaba. Ahora veo en su lugar frente al espejo a una mujer, con los brochazos de las primeras canas surcando sus cabellos, de rostro cansado y con la misma miraba perdida: no tengo idea en qué lugar podría empezar a buscarla para tratar de encontrarla. Tengo la duda de haberla perdido para siempre.
Domingo de Ramos: en encomienda me lo envía mi patria para que no deje de percibir y dejarme acariciar por el olor a corozo , palmas y flores que ahora mismo me sacude, me revuelca y se empecina en barnizar la nostalgia que tiene atascado cada poro de mi piel. Imágenes vienen de visita a mi casa, me rodean, juegan conmigo: la ronda del patio de mi casa, la de la ranita, matatero-tero-lá. Se columpian en mis ojos que húmedos están a punto de sucumbir y abrir las represas para dejar salir (convertido en lágrimas) el dolor que provoca el deseo, el anhelo, de estar junto a los tuyos en una semana como ésta. Disfrutar de la actividades, las alfombras, las procesiones, el reposo, la convivencia en el nido que es propio; en el único que nunca serás una extranjera: tu patria, tu tierra, tu Guatemala. ¿Cómo olvidar el aroma a incienso? ¿Cómo lograr retener las lágrimas ante el ardor de la ausencia de patria? ¿De qué manera se logra apaciguar la sensación de sentirse emigrante en tierra de forajidos?
No tengo una respuesta clara, es más ni siquiera la tengo. Tan sólo sé que aquí soy una más del rebaño que chapotea comiendo plasta en cantidad…
Aquí; aquí mismo en tierras del canche ojos zarcos el día desfila como cualquier otro de la semana, de no ser por la emoción del descanso de primavera (una semana de feriado que se les regala a los patojos en las escuelas) la semana pasaría sin mayor distinción. El migrante latinoamericano en su mayoría arrecho sigue trabajando de sol a sol. No importa la temporada, día, hora, fecha… sigue siendo el arreado… el que va con la espalda (de mojado) cansada, haciéndose los quites que el gringo chanchullo le ofrece a cada rato. Muchos han perdido la fe, la noción del tiempo, tan sólo saben que vinieron al “norte” y que en el norte sobreviven con cada peripecia que te sopletea el día. De procesiones ellos ya no recuerdan ni rosca, de ramos, tal vez el apellido de alguien, de descanso nunca jamás escucharon y de reposo ignoran su significado. Tan sólo los mirás con las manos grietadas, con el dolor ahogado con el que duermen diariamente (porque en un 90% me atrevo a decir que sus familiares en Guate., ni idea tienen de lo que viven ellos aquí).
or las luces cómodas del dólar (en algunos casos) o bien ha sido suplida por la algarabía del libertinaje chusco que te embrocan: si te dejás. En la mayoría de los casos ni identidad, ni dólar, ni libertinaje; para ellos la palabra vivir ya dejó de existir.
Semana Santa allá: (Guatemala) te sabe a Semana Santa, mientras que aquí ni te sabe siquiera, porque el sentido del gusto lo perdiste desde el momento en que decidiste emigrar.
Ilka Oliva.
Abril 5 de 2009.